La A-22 Huesca-Lérida está a semanas de estar concluida después de siete años desde la adjudicación del tramo de Siétamo a la capital oscense y un cuarto de siglo desde que se iniciara el proyecto del que hubo que desgajar precisamente estos kilómetros de los 110 globales para sustanciar un contencioso abierto por el Ayuntamiento de Quicena que ponía en riesgo la ejecución global de la obra.
Ya se aprecian los coletazos finales de las obras entre Huesca y Siétamo efectuadas por la Unión Temporal de Empresas formada por Copcisa y Vidal Obras y Servicios SA., tras cubrir desde 2018 en que fue aprobado el tramo de 12,76 kilómetros, los últimos cuatro desdoblamiento de la carreterra N-240, la actual Ronda Norte de Huesca. Ya están previstas las velocidades máximas, de 120 por hora hasta el kilómetro 4,020 y de 100 hasta el final de este tramo. Una doble calzada de dos carriles, cada uno de 3,50 metros y arcenes exteriores de 2,50 e interiores de un metro, constituyen la configuración de este tramo de autovía cuya mediana tiene una anchura de 10 metros.
Atraviesa los términos municipales de Siétamo, Loporzano, Quicena y Huesca, cuenta con un enlace de nueva construcción a Loporzano, y otros tres enlaces adaptados y reordenados a Montearagón, Centro de Ronda Norte y Oeste de Ronda Norte.
Contempla el tramo 16 estructuras proyectadas, en concreto los viaductos sobre los ríos Botella y Flumen, otras dos estructuras en la duplicación de la Ronda Norte, cinco pasos inferiores, tres pasos superiores, un muro de escollera, un muro de hormigón, un muro de suelo reforzado y una pasarela de madera.
La construcción del tramo de autovía A-22 entre Siétamo y Huesca se ha topado con complejidades técnicas como la reposición de las líneas eléctricas de alta tensión cuya compañía titular ha tardado cuatro años en completar los trabajos limitando las obras al atravesar con su trazado y al necesitar expropiaciones, la reposición de la red de abastecimiento de agua potable a Huesca, la exigencia de la compañía telefónica de una reposición diferente a la que contemplaba el proyecto y algunas demandas de los titulares de líneas de gas y redes de riego.

En el proceso, han ralentizado las obras la ampliación de los trabajos arqueológicos en el yacimiento de Ayareces y la existencia de un gran vertedero en plena trazada que, al principio, se consideraba ladera natural. Ha habido que respetar el nivel freático y sanear el apoyo del terraplén en el entorno de Quicena en una superficie mayor a la inicialmente contemplada.
VEINTICINCO AÑOS
Los 110 kilómetros de la A-22 han tardado veinticinco años en completarse desde el proyecto inicial en el año 2000, después de la construcción de la Variante Norte de Huesca. En aquel momento, un contencioso presentado por el Ayuntamiento de Quicena representó un problema con su oposición a la Declaración de Impacto Ambiental, al considerar que la solución contemplada pasaba por las huertas de la localidad y cerca de la falta del Castillo de Montearagón.
El entonces ministro de Fomento, Francisco Álvarez Cascos, preguntó en una visita en Huesca qué sucedía para que se retrasara todo el proyecto. El caso es que la decisión salomónica fue separar el tramo Huesca-Siétamo del resto de la A22 para que ésta no se viera demorada. Hubo cambio de gobierno y, con el de Rodríguez Zapatero, se puso la primera piedra en 2005 de la A-22. Desde entonces, han transcurrido ocho ejecutivos y cuatro presidentes.
En el año 2018, se iniciaba por fin el tramo Siétamo-Huesca, con una previsión de ejecución en torno a los tres años, que se han alargado hasta siete en medio de condicionamientos presupuestarios (esto es, la consignación ralentizada en los Generales del Estado) y una ralentización también en las obras por parte de la UTE en un trayecto que no debiera haberse prolongado más allá del cálculo inicial.
Ya se aprecia, a falta de pocas semanas para su conclusión, la esperanza de culminar una obra que ha resultado tediosa para los conductores, peligrosa por cuanto ha habido no sólo incidentes sino accidentes mortales y antipática por la gran cantidad de incomodidades para recorrer esos 12,76 kilómetros que, en tiempo, por momentos han ocupado tanto como los restantes hasta Barbastro.