Fue una situación "embarazosa". Avanzaba la tarde de este miércoles y el Paseo Ramón y Cajal estaba absorto en su normalidad circulatoria cuando un coche alcanzó a otro que iba delante. Hasta ahí, un fenómeno urbano que no resulta inusual, pero lo que simplemente parecía una incidencia de comprobación de daños y, en todo caso, parte para los seguros, se convirtió en un episodio largo hasta conseguir separar el culo del delantero y el morro del trasero, entiéndase la explicación en su sentido estricto.
Los conductores constataban que algo no era normal. No se separaban las partes antagónicas de sus automóviles, de marca coreana el uno, rumana el otro. Algo anómalo sucedía. Constataron que el enganche de remolque del de proa se había quedado empotrada con la parte delantera del de popa. Y, en tal circunstancia, no queda sino ver la fórmula para deshacer el entuerto automovilístico.
Llegaba, como es propio, la Policía Local con el objetivo de regular el tráfico, naturalmente, y además ver cómo se podía desatascar la situación, esto es, cómo se separaba un coche del otro. No servían las maniobras sino para constatar que la bola fija (ya se sabe que las de los remolques las hay inamovibles, con maniobrabilidad horizontal y vertical, y las retráctiles), y que iba a ser preciso un mecánico para solventar la situación.

Hora y media después, un eficaz mecánico había conseguido desmontar el enganche de remolque y se comprobaba que se había quedado incrustado en la matrícula, sin mayores daños más profundos.
Y, a todo esto, muchísimos viandantes expectantes ante el espectáculo de dos coches inseparables y alguna de otra pregunta sobre la conveniencia de los enganches de remolques que no pocos conductores (no decimos que sea el caso) utilizan para preservar la chapa y evitar golpes, algo que es naturalmente criticado por un porcentaje equis del parque automovilístico. Iba asomando el atardecer y Ramón y Cajal volvió a su rutina de coches individualmente transitando. Una curiosidad sin grandes consecuencias.