Guarga. Un río documentado, dicen los papeles, en 1136. Afluente del Gállego. Según Agustín Ubieto, topónimo bereber por coincidencia con otro con similar nombre en el norte de Marruecos. Dio nombre a la circunscripción de pueblos que, paulatinamente, fueron languideciendo y despoblándose. De hecho, son un icono del fenómeno migratorio y del abandono de todos, instituciones y sociedad. Paradójicamente, uno de los escenarios más bellos de la provincia de Huesca.
Los extremos paisajísticos tienen esta contradicción. Cuando el Guara cumplía su misión, la de río, la de ser cauce de agua, cuanto más caudalosa mejor, era una hermosura. Y recuperará esa belleza, seguro. O no... Las imágenes que les mostramos de Nino García Buisán son de una atracción estética extrema, brutal. Pero también magnética. No han hecho falta ni elementos externos, ni el Photoshop ni los cinceles de pintores de las piedras cuyos lienzos enamoraban al gran galerista Ángel Sanagustín y lucen las paredes de la Venta del Sotón. Es la naturaleza. Es la sequía, es el cambio climático.
El lugareño de Escartín ha tomado su objetivo y ha enfocado el cauce del Guarga, el nacido en Cuello Serrablo de Laguarta, en la conjunción de los barrancos de Chillué y Raichuela de la Sierra de Galardón, antes de llegar al puerto en dirección a Boltaña. El Guarga es más que un río. Es la unión de la Guarguera, y desembocaba en el embalse de Javierrelatre, en el río Gállego, junto a Caldearenas. Pero, antes de completar su función, tendrá que llover mucho, porque, a día de hoy, el Guarga es la reminiscencia fluvial y el anhelo de agua. Las piedras hablan, al aire, en demanda de las precipitaciones que les alivien la sequedad radical. Que les devuelvan a la vida.