Canfranc ha vuelto este 18 de julio a 1928. Como cada año desde hace una década, el municipio pirenaico ha retrocedido casi un siglo en el tiempo para revivir la inauguración de su majestuosa Estación Internacional, un hito histórico que marcó una época y que hoy se recuerda con una recreación cuidada al detalle, con trajes de época, vehículos antiguos, y sobre todo, con la ilusión de numerosos vecinos y visitantes. Pero más allá del acto lúdico, la jornada sigue manteniendo viva la reivindicación por la reapertura de la línea ferroviaria internacional entre España y Francia.
La jornada ha comenzado con la apertura de la Feria de Artesanía y el encuentro de recreadores en el polideportivo, pero el momento culminante ha tenido lugar a las 11.00 en la explanada de la Estación. Antes de los himnos nacionales, han salido de la estación Alfonso XIII, el general Primo de Rivera y la delegación española, incluido el alcalde de Canfranc, seguidos de la llegada en coches de época del presidente francés Gaston Doumergue y su comitiva, para recrear los discursos que marcaron la solemne apertura de una de las obras de ingeniería más ambiciosas del siglo XX en el Pirineo.

“Esta estación ha de servir para tender puentes de unión entre el pueblo español y el francés y los pueblos de Europa”, ha proclamado el monarca español. Doumergue ha respondido con una alabanza a “la barrera de los Pirineos vencida por el impulso mutuo de dos pueblos vecinos”.
La historia de Canfranc no empezó en 1928, ni siquiera con las primeras obras. Fue en 1853 cuando un grupo de aragoneses reunidos en la Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País planteó en Zaragoza la necesidad de un paso ferroviario por el Pirineo central. La idea tomó fuerza a ambos lados de la frontera, y treinta años más tarde, el rey Alfonso XII y el presidente del Gobierno, Práxedes Mateo Sagasta, colocaban la primera piedra del ferrocarril.

Antes de que se levantara el magnífico edificio de la estación en el poblado de Los Arañones, los ingenieros españoles y franceses evaluaron hasta diez emplazamientos alternativos, pero finalmente se optó por este espectacular rincón del Pirineo, pese a la dificultad extrema de la obra. Hubo que desviar el curso del río Aragón para despejar una explanada de 1.264 metros de largo por 170 de ancho, probablemente la mayor superficie abierta para una estación ferroviaria de su época en Europa. Solo en la explanación de los 216.000 metros cuadrados se invirtieron seis años de trabajo. El resultado: 25 kilómetros de vías y 26 vías de clasificación, dos de ellas destinadas al transbordo de mercancías entre los trenes de carbón españoles y los eléctricos franceses.

Tras los discursos, la música y la danza han tomado el relevo. Una jota ha proclamado: “Ya no hay barreras de por medio, ya se han juntado en Canfranc la Marsellesa y la jota”. Danzas tradicionales francesas y aragonesas han sellado este reencuentro con la historia, que ha concluido con Aqueras montañas como himno común y una frase que resume el sentir colectivo de que “el sueño que sedujo a aquellos gobiernos sigue latiendo en el corazón de todos”. La voluntad de unir cruzando fronteras sigue viva en el corazón del Pirineo.
Por la tarde, el acto se traslada al túnel de Somport, en cuya boca se celebra un simbólico encuentro entre autoridades aragonesas y francesas, como broche final a esta jornada por la unión ferroviaria y brindis por la reapertura.