"De ros Altos Perineos, m´en baixé en ta Tierra Plana- pa corteixar a una nina-que Marixuana la claman. - En as pochas do gambeto- li trayeba unas manzanas,-de güenas que le sapeban –li se cayeban as babas- como a ro güey cuando llabra". Ese prodigio de la erudición que es Ignacio Almudévar Zamora recuerda en su blog, que es una sucesión de volúmenes de cultura y particularmente de cultura altoaragonesa, en su artículo sobre Belsué y el río Flumen que lleva sus aguas a Huesca a través del Salto de Roldán, cuando conoció a José María Aquilué, al que define con el título de ganadero aunque su hijo Ignacio Almudévar Bercero lo ensalce como pastor. Ambos son oficios de dignidad máxima. Era Ignacio padre veterinario en Bolea hace medio siglo cuando subió a vacunar las ovejas de Belsué. Y, media centuria después, la amistad con José María permanece indeleble. Hoy, ha tomado ventaja en el camino hacia el firmamento el bueno de Aquilué.
Seguro que Ignacio contó todas las vicisitudes históricas y geográficas a José María Aquilué, como el destino de los cuerpos de Roldán y su caballo, transportados a destino de río en río. "José María Aquilué es casi el último habitante de Belsué y hallándose su casa debajo de la Ia Iglesia de Belsué, le tiene un gran cariño y se preocupa por su conservación. Me contó que en cierta ocasión llegó un señor a Belsué y le pidió las llaves de la Iglesia. José María, como vivía sólo en aquel pueblo deshabitado, tenía mucho cuidado, pero aquel señor hizo una inspección de todas las cualidades arquitectónicas. Era este señor, nada menos que Don Antonio Durán Gudiol, hombre sabio y canónigo de la Catedral de Huesca. Don Antonio escribió en “El Monasterio de San Pedro de Siresa”,sobre las iglesias de Bentué de Rasal y de Santa María de Belsué.La primera vigilada por José María Aquilué, se conserva en buen estado , pero la de Santa María de Rasal se está deteriorando".
José María Aquilué ha fallecido con 81 años pero permanecerá para la eternidad su carácter de icono, de símbolo. Un hombre discreto de los que economizan palabras porque en el cuidado de las ovejas vale más una onomatopeya que un discurso de Demóstenes. Y, sin embargo, José María ha sido hasta su aliento postrero un dechado de afabilidad con los amigos. Y un ejemplo de resistencia ante la fatalidad. El bueno de Aquilué ha aceptado desde hace décadas que su sino era ser aliado de la soledad y encontrar la confianza con sus colegas de balidos. Ha vivido en su casa junto a la iglesia visigótica, con los santos del templo, guardián del cementerio que ha cuidado con esmero extremo para que nada se moviera. ¡Paradojas de la vida! Estos del "halloween" no tienen ni puñetera idea de lo que representa el respeto reverencial a los muertos, y el asentimiento sin pestañear de los muertos a los vivos.
Quizás crea el urbanita de turno que vagar por la vida como un eremita sin hábito sea una delicia. Paz, tranquilidad. En cierta manera, ser pastor en Belsué, sin prácticamente nadie a quien dirigir la palabra, tiene algo de anacoreta. Se percibe en ese bonito cortometraje que el nieto de Ignacio Almudévar Zamora, Pablo Adiego, grabó dentro de la actividad de la Universidad de Navarra. Veinticuatro minutos de resultado artístico en el que la sencillez sobrevuela cada fotograma, elevado a la categoría de pieza única. Los gatos en libertad, la penumbra en la casa de José María, sus legumbres con la hogaza de pan envuelto en plástico, el lavavajillas Fairy y el VIM como intrusos en la serenidad de la pila de fregar, el porrón que preside la mesa con las vistas a través de la ventana, el transistor que grita el gol que rompe los sonidos del silencio, el sueño reconfortante bajo una manta gruesa... Y, fuera de sus predios, José María se convierte en acompañante de las ovejas con su fiel can como organizador de las rutas. Alivia los escozores y las heridas de una ovejita con polvos de talco, amorosamente. Y José María que apenas necesita levantar la voz salvo que el rumbo sea inconveniente. Y los corderos que pasan junto a Camposanto, que no es sino el título del documental. El cementerio con las lápidas sin epitafios ostentosos, sólo los nombres, Hilario, Ignacio.... Con música de Chopin o de la naturaleza, esos sones que son armonía pura, interpretación celestial.
El fuego de leña del hogar de José María Aquilué se ha apagado para siempre. No todo ha sido bucólico en la vida del pastor. De su arcadia feliz ha salido de cuando en cuando con amigos como los Almudévar, o en algunas celebraciones en torno a Nocito a las que era invitado. En la capital, hasta donde ha llegado para encontrarse con Tirso, con Pablo... A veces con los médicos. En una biopsia, le detectaron un tumor en la próstata. El doctor de la Clínica Santiago le decretó la terapia. Asintió. "Me acojonaron de alguna manera". Pero estaba acostumbrado a ser el dueño de su destino. "Dije que mientras pudiera orinar no pensaba volver". A los años, se vio apurado y fue a Urgencias. En la Clínica Santiago, sorprendidos, le preguntaron: "¿Está usted aqui?". Hubo de pasar por quirófano y "40 días 'ta' Zaragoza para radioterapia". Total, era "una carnosidad en o paso". Eso sí, le dejó huella. "Las mujeres, aunque fueran Miss Mundo, ná, olvidadas".
Era de buen conformar José María. Un académico en la Real de la naturaleza. Allí era insuperable. Nadie le podía dar una lección. Y él, en cambio, apenas precisaba de palabras para impartirla. Eso sí, se explayaba con los amigos. Padeció un ictus. ¡Vaya, otro contratiempo! Pero se preocupaba más del parkinson o el coronavirus de Ignacio. En el Hospital Principal de Huesca, le dieron instrucciones después de ese inquietante 17 de mayo en que el movimiento empezó a atascarse. No ha sido un buen paciente José María, no. Su libertad no se la podía cercenar más que Dios, pero no los médicos. Instrucciones de paso a paso. Cuando no le veían, cogía el bastón y hasta la escalera. Luego hasta el piso de abajo. Y, sin que lo detectaran, hasta la salida de la clínica. Andar hasta que se cansaba. Su receta personal, en el fondo, procedía de su experiencia de vida. De la observación de sus ovejas.
José María se ha ido "t'al cielo". A enseñar el guaraní (el dialecto de la sierra de Guara). Con el ánimo de que allá se irán sus ovejas a acompañarle. y su perro. Y con la certeza de que será como un hotel de cinco estrellas. Si los hospitales se lo parecían, ¡qué no será el paraíso! Aunque bien es cierto que será la segunda vida de José María en el edén, después del de Belsué.