Lourdes se dirigía exultante a la Basílica de San Lorenzo con el bolso que le acababa de regalar su hijo. Eran quince minutos antes del mediodía cuando se encontró con el marido de una amiga en la calle San Orencio. Se saludaron y, en plena conversación mientras se dirigían hacia el templo, sintió un tirón y vio cómo un joven salía galopando como una gacela en huida tras el robo. A sus 82 años, la carrera de Lourdes para intentar recuperarlo se acabó pronto, y también la de su compañero de diálogo. Sin embargo, inminentemente salió corriendo tras el ratero otro joven de complexión atlética que, en su persecución, dobló la esquina hacia el Coso Bajo. La zona era frecuentada por bastantes viandantes y algunas personas en las terrazas.
Los amigos, resignados, prosiguieron su camino hacia la parroquial. ¡Qué se le va a hacer! Peor pudo haber sido, y es que en la técnica del tirón es común la caída y la lesión. En ocasiones, roturas de cadera o fracturas en las articulaciones. Incluso contusiones y traumatismos en la cabeza. Lourdes lo sabe y como es mujer de arraigada fe dio gracias a la providencia divina. Este mediodía de sábado se había oscurecido por la tristeza. Sin embargo, a la vuelta de la esquina, emergió la figura del veloz zagal que había logrado atrapar al ladronzuelo y recuperar el bolso: "Tenga la cartera, señora" (el complemento era de pequeño tamaño). Se lo entregó a Lourdes, que es mujer agradecida donde las haya, y ante la insistencia por conocer su nombre y mostrarle su gratitud, el joven le restó importancia y se fue tranquilamente.
En aquel momento, la presencia de un coche policial en el Coso Bajo en la esquina de la Correría hizo presumir a la afectada que el caco estaba ya a buen recaudo, en las manos de la justicia. Entraron al oficio religioso y, tras la misa, salieron a la calle Espinosa de los Monteros, llegaron a la plaza Alfonso el Batallador y se encontraron con el vehículo policial. Al ser requeridos los agentes sobre el destino del ladrón, la conclusión fue que no había sido detenido. El colofón, bienintencionado para los interlocutores que fueron víctimas, fue escueto: "Ande con cuidado". Quizás sintiéndose representante de todas esas mujeres de edad provecta indefensas ante episodios como el que había padecido, Lourdes se siente descorazonada. Aun con el valor sentimental del bolso, lo de menos fue su pérdida momentánea. "Lo peor de todo es la impotencia, el tirón a plena luz del día y la convicción de que lo volverá hacer. Quizás ya haya repetido". Vicisitudes ciudadanas que no son menudencias.