La historia secreta de lo que Aragón pudo ser, contada por un viñedo viejo de Calatayud

Viticultura heroica, viñedos singulares y la nueva ola de viticultores dispuestos a devolver al vino aragonés el lugar que merece

Elvira Fonz Gutiérrez
Emprendedora
13 de Octubre de 2025
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Jorge Temprado en sus viñas en Calatayud. Foto Elvira Fonz
Jorge Temprado en sus viñas en Calatayud. Foto Elvira Fonz

Mientras para muchos el final del verano y las primeras mañanas frescas de septiembre marcan la cercanía a los esperados festejos patronales de nuestros vecinos maños, este tiempo está lejos de la fiesta para quienes trabajan en el campo.

Así lo contaba Jorge Temprado, joven viticultor de La Vilueña (Calatayud), durante la tarde en la que puso en pausa su ajetreado ritmo de vendimia para mostrarme los viñedos a partir de los que elabora las apenas tres mil botellas de su marca, bajo las gamas de Pequeño y Cavilaciones. Como yo a través de mis palabras, este vigneron (por ciencia, y no por herencia), con su visión a contracorriente está decidido a cambiar el curso del vino aragonés.

De convicciones firmes pero bien sedimentadas en años de estudio y aprendizaje por todo el mundo, el joven aragonés está convencido de que la nuestra es tierra de grandes viñedos que merecen ser posicionados al nivel de los mejores vinos de la geografía española.

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Para él, este año la vendimia empezó el 20 de agosto. Un año más debió oírse que “dónde va vendimiando tan pronto” de parte de sus vecinos. ”Soy el primero en empezar, y eso es arriesgado, porque no tengo referente”, confiesa, no sin la convicción de contar con el savoir-faire necesario para elegir su propio camino, en el campo y en la bodega, sin seguir modas. Con unas cuantas vendimias a la espalda —2022 fue la primera añada comercializada de su marca, pero entre 2012 y 2017 realizó dos vendimias al año, alternando hemisferio norte y sur, y continuando en España después—, defensor de la importancia de coger la uva en el justo momento, no se deja influir. “Ahora ya he aprendido y, cuando llega agosto, me da igual: cuando está la uva, está. Sé bien lo que hago, he analizado tres veces antes de vendimiar, llevo todo el año en el campo y sé cómo va el ciclo”.

“Me da igual [lo que digan en el pueblo]: cuando está la uva, está. Sé lo que hago, llevo todo el año en el campo”

La entrevista on-the-go transcurre entre los viñedos con los que Jorge trabaja; unos propios, otros arrendados, pero todos ellos definidos por alguna característica singular. Nuestra conversación, fragmentada por los baches donde la tierra y las rocas de pizarra, en este día de lluvia, complican el avance de su todoterreno, me permite comprender su concepto de viticultura. También su honesto punto de vista sobre los principales problemas a los que se enfrenta el sector en Aragón, y que más profesionales deberían estar dispuestos a escuchar: “Al final, como autocrítica, creo que en la zona tenemos que posicionar los vinos a mayor precio, sobre todo porque hay viñedo de calidad”. Su razonamiento no se basa en tergiversadas estrategias en los mercados para “intentar vender lo que no es”, sino en su visión y piedra angular de su proyecto, que es lograr recuperar el potencial que antaño tuvieron los que él describe como sitios de vocación vinícola.

“En la zona tenemos que posicionar los vinos a mayor precio, sobre todo porque creo que hay viñedo de calidad”

Detrás de este concepto, tan atractivo sobre el papel, se yergue una explicación mucho más lógica de lo que podamos llegar a pensar: aunque ahora se destaquen y atesoren aquellos viñedos que el marketing se empeña en coronar como ‘singulares’ (viñas plantadas en altitud, en laderas, terrazas...), hace 70 u 80 años “todos los cerros estaban llenos de viñedos”—, relata Temprado.

“En Aragón hay muy buena viña y estoy convencido de que antiguamente se conocía la calidad de estas parcelas y se hacían vinos que se llevaban a embotellar a Rioja y otras regiones—. De aquí su motivación de alejarse de los cultivos para rendimiento y grandes volúmenes de uva, en busca de rendimientos más bajos y mayor calidad: —se trata sobre todo de abandonar los sitios fáciles e ir a las laderas”.

Fiel a esta consigna, además de trabajar con viñedos jóvenes que él mismo empezó a plantar en 2018 y que, entre otras cosas, le permiten “tener todo bajo control” —haciendo bandera de su naturaleza de científico—, el joven viticultor incluye en su proyecto una serie de parcelas excepcionales que trabaja en arriendo, viñedos que merecen ser preservados y convertidos en vinos complejos y expresivos.

Esta era la presentación en la que yo estaba ensimismada cuando Jorge detuvo su coche en lo que parecía el borde de de un precipicio: “Vas a ver que este viñedo no es comparable con nada” —dijo, antes de salir y echarse a andar bajo la lluvia.

Viñedos de Jorge
Viñedos de Jorge

Hice lo propio. Debajo (que no delante) de nosotros, se alzaba un solemne viñedo viejo arraigado en una ladera de gran pendiente. Si no fuera porque sabía que nos encontrábamos a escasa media hora de Zaragoza, este viñedo (y más con el día que hacía) bien podría pertenecer al Valle del Mosela o a la Ribeira Sacra.

Esta es una de las viñas más costeras —así se llama en la zona a las viñas en ladera— que perviven en Calatayud. Desde que, por casualidad, en sus primeros años trabajando en el sector en la provincia, Jorge conoció el viñedo, quedó encandilado. De convicciones firmes, como buen aragonés, decidido ya entonces a poder trabajar con él, no paró hasta conseguirlo. La edad de las viñas, la pendiente y la tipología del suelo con grandes lajas de pizarra, que recuerdan al Priorat, ha hecho de este viñedo la gran ilusión de esta añada para el viticultor, que ha podido trabajarlo por primera vez.

“Ha sido un reto el poder llevarlo. También sufrió uno de los granizos tempranos, pero se ha recuperado muy bien”, —me cuenta, notablemente contento, recorriendo las hileras de viñas retorcidas en el suelo lleno de láminas de pizarra. Por la fascinación con la que habla, no cuesta adivinar que tiene grandes planes para el vino que salga de esta parcela. Aunque, con ellos viene la gran responsabilidad que supone conseguir expresar el potencial de unas viñas viejas en unas condiciones tan extremas.

Tal es el compromiso de Jorge con su proyecto, el legado vitícola que representa, y el terroir que, como me cuenta entre risas: “Este año, soñé con la viña las noches antes de tener que labrar. Soñé que la viña era como el anfiteatro de un aula magna de las universidades. Yo estaba labrando y había gente con apuntes. Era una mezcla entre un campo y una clase antigua de universidad aterrazada”. Y es que, más allá del labrado, la mayoría de trabajos deben hacerse íntegramente a mano. Desbrozar, me explica, le sienta bien, “pero es un curro…”. Dieciocho horas le llevó esa tarea este año, ni más ni menos.

“Soñé que la viña era como el anfiteatro de un aula magna de las universidades. Yo estaba labrando y había gente con apuntes. Era una mezcla entre un campo y una clase antigua de universidad aterrazada”

“[Por mi trabajo] conozco ya la tercera pate o más de las viñas de Calatayud, y esta es sin duda una de las más especiales”, —dice Jorge al volver al coche. Los escasos diez minutos en los que nos chupimos y llenamos las botas de barro supieron a poco, pero fueron suficientes para convencerme de ello. De regreso a la bodega, obligados a dar la calefacción en su coche “para no cogernos un pasmo”, podía sentir cómo él seguía cavilando, soñando con el enorme potencial de este paraje de ensueño.

“Con esta viña me gustaría aspirar a hacer algo muy, muy chulo, —prosigue—, porque pienso que cuenta la historia de lo que Calatayud ha sido, lo que podría haber llegado a ser si se hubieran mantenido más viñas como esta; de las que perduran pocas en hoy en día”.

Una viticultura con personalidad
Una viticultura con personalidad

No le respondí entonces, pero, por lo que sabía ya de su forma de entender y sentir la vocación de enólogo y viticultor, y lo que confirmé poco después durante la cata, el trabajo de Jorge todavía puede hacer que los vinos de Calatayud —y de Aragón— sean “lo que podrían haber llegado a ser”.

Él y otros pocos vignerons que comparten su visión, compromiso y nivel de conocimiento, están continuando la senda iniciada por Fernando Mora (de las ya internacionalmente reconocidas Bodegas Frontonio), aquella en la que no valen los egos, las falacias ni los adornos, sino el trabajo duro desde el respeto, entendiendo las prácticas tradicionales y enriqueciéndolas con los avances técnicos con los que contamos hoy en día. Como ellos saben mejor que nadie, no es un camino fácil: “Es arriesgar, pero ahí está el valor añadido”, —prosigue Jorge, mientras catamos en su bodega subterránea el blanco, rosado y tinto de 2024, actual añada a la venta.

Cierro detrás de mí la puerta de la casa familiar y bodega, todavía sintiendo el frío de la lluvia, pero con una sonrisa que no disimula el optimismo del que la conversación con Jorge me ha contagiado (¿tendrá algo que ver el vino?). Con tiempo, visibilidad y apoyo, y algo de la cabezonería que nos define, el vino de Aragón está en las mejores manos —y mentes— para ser de nuevo garante de la nobleza de esta tierra.

A la vieja usanza
A la vieja usanza

SOBRE JORGE TEMPRADO VITICULTOR

Ubicación de la bodega: La Vilueña (Calatayud)

Superficie de viñedo con el que elabora: 5 hectáreas de viñedo en secano, plantado en vaso, sobre suelos de pizarra. No cuenta con la certificación ecológica todavía, pero practica la viticultura orgánica (agricultura regenerativa y poda de respeto).

Variedades: más de 10 variedades autóctonas, pero principalmente Garnacha, Macabeo y Mazuela. Para los frikis, sus vinos son de los pocos que pueden encuentrarse en el mercado con las variedades ancestrales de Derechero de Muniesa, Moristel, Perrel (Trepat), Vidadillo, Cribatinaja y Miguel de Arco.

Visita su web aquí.

Elvira Fonz Gutiérrez es una joven emprendedora oscense, escritora especializada en vino y consultora en marketing estratégico y comunicación internacional. Traductora de formación, un primer trabajo en una bodega del Somontano la llevó a descubrir, casi por casualidad, una pasión que acabaría marcando su trayectoria profesional.

Tras años trabajando en Francia y California, actualmente afincada entre Huesca y Madrid, colabora con bodegas, marcas gourmet y proyectos del mundo del vino y la gastronomía para ayudarlos a ganar presencia y proyección en mercados locales e internacionales. Desde su visión más joven y global, defiende una nueva forma de hablar del vino: más cercana, diversa y accesible.

Para leer sus artículos en su página en Substack, con secciones dirigidas a lectores anglófonos e hispanohablantes, así como en las diferentes publicaciones internacionales con las que colabora, haz click aquí.

“Como comunicadora y oscense, mi misión es poner a Aragón en el mapa vinícola internacional, y proyectos como el de Jorge me lo están poniendo muy fácil.”

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