De un tiempo a esta parte, algunas de las amigas que frecuento (no se si esto está bien expresado) cuando les pregunto que qué tal me contestan de una forma un tanto peculiar. Yo, de buenas a primeras, cuando me encuentro con alguien, le suelto pronto: ¿Qué tal? Ahí me abstengo de preguntar qué tal tu pareja (no tengo), o de hablar de tu aspecto ( estoy tan delgado que tengo una enfermedad). Así pues tengan cuidado y no me sean tan pringáus o pringadas de ir diciendo qué bien te conservas, tas engordau, tienes menos pelo o sosadas de esas.
Y bien. Cuando te lanzan el ¿qué tal? hay gente que dice que tienes que decir bien, muy bien. Tu enemigo se frustra y tu amigo se alegra. O algo así. Hay uno que me contesta con el título de la película que protagoniza Nicholson: “Mejor imposible”.
Pero mi contestación favorita siempre me la da R- ¿Qué tal? Y me suelta: “Normal, ni bien ni mal, normal”
Y con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que bien, o muy bien; mal, o muy mal, solo estamos los histéricos o los que no sabemos por donde nos dan los tiros. Hay que estar normal. Es el estado perfecto.
Y E. se corona y dice: “Normal de la normalidá”.