El amor al propio país es una cosa magnífica, pero ¿por qué tendría este amor que pararse en una frontera?
Río abajo de la isla de los Faisanes, donde se firmara el tratado de los Pirineos el 7 de noviembre de 1659, el Bidasoa solo mide unos cincuenta metros de ancho. Pero resulta que por ahí en medio pasa una frontera y, a uno y otro lado de esta línea concebida por hombres, dos pueblos hablan distinto idioma. En la orilla derecha, Hendaya se expresa en francés, mientras que, en la orilla izquierda, Behovia habla español.
A la derecha se cena más o menos a las ocho, delante de los telediarios emitidos desde París; a la izquierda, pocas veces la gente se sienta a la mesa antes de las nueve y las noticias llegan de Madrid. Resulta raro pensar que dos vecinos que viven a 100 metros uno de otro reciben una información diferente retransmitida por medios que están a 1200 kilómetros de distancia entre sí.
El 6 de enero, los niños de la orilla derecha van tranquilamente a la escuela mientras que, a la izquierda, los pequeños descubren los regalos que les han traído los Reyes Magos.
Ninguna frontera se cruza fácilmente, siempre se deja algo atrás... Ninguna frontera te permite pasar con serenidad, sino que todas hieren...
El equipo de El Diario de Huesca me ha propuesto amablemente redactar unas Cartas gabachas que me van a permitir compartir con todos ustedes, queridos lectores, las molestias que me generan mis compatriotas, pero también denunciar algunas de esas pequeñas excentricidades españolas que nosotros, los franceses, encontramos extrañas y divertidas.
Una mirada crítica posada sobre ambos lados de la frontera, con la única intención de hacerles sonreír, con el fin último de que nos conozcamos mejor y podamos así volvernos cada día más tolerantes.
El gabacho oscense