Dos estrellas que nos llegan de lejos

27 de Noviembre de 2022
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Cartas gabachas: Un plato para compartir
Cartas gabachas: Un plato para compartir

El mundial de fútbol empezó hace una semana en Qatar y, aunque yo no soy fan de este deporte, su sociología y su economía me interesan tanto que a veces me suscitan preguntas.

Es evidente que los españoles tienen una verdadera cultura futbolística. Viven este deporte como una religión, con más fervor que los franceses, por mucho que estos últimos sean dobles campeones del mundo. Voy a exponer algunos hechos probatorios para apoyar esta teoría.

-La emisora francesa TF1, primera cadena de Europa en términos de audiencia, ofrece un programa de fútbol para el gran público (Téléfoot) todos los domingos por la mañana a la hora de misa. La cadena consigue sus mejores audiencias y sustanciales beneficios en publicidad durante las retransmisiones de los partidos de la selección francesa.

Pues bien, quizá resulte sorprendente para el público español aficionado al fútbol saber que, a la vuelta de las vacaciones, el programa no retoma sus emisiones hasta el uno de septiembre, cuando el campeonato francés ya está en su quinta jornada. Para informarse de lo que pasa en los cuatro primeros actos de la Ligue 1 (la liga francesa de primera división), a mis compatriotas no les queda otro remedio que recurrir a la radio o a la prensa escrita.

-En lo que respecta a los periódicos, sería preferible decir “periódico”, porque los apasionados del deporte solo disponen de una publicación a nivel nacional para calmar su sed de información, el excelente L’Equipe. El monopolio que esto representa no perturba en absoluto a los lectores, porque garantiza una cierta equidad en el tratamiento de cada club, a diferencia de lo que pasa por ejemplo con el Marca, del que no se puede decir que sea imparcial cuando sus periodistas escriben sobre el Barça, exactamente lo mismo que El mundo deportivo cuando redacta un artículo sobre el Madrid.

Así que los franceses no se quejan de tener un solo periódico equilibrado en sus comentarios. De todas maneras, no hay suficientes lectores como para que sobrevivan varias publicaciones consagradas casi exclusivamente al fútbol.

Francia, a pesar de sus éxitos internacionales, no es una tierra de fútbol. Más allá de la Copa del mundo o la final de la Champions League, el gran público se interesa poco por este deporte. Por supuesto, hay seguidores de los diferentes clubes, que son los que mantienen la afición, aunque no como en España donde parece que uno tiene que elegir un equipo nada más nacer y no traicionarlo jamás.

-Puedo darles alguna información más que igual sorprende pero que ilustra esta falta de pasión francesa por el balompié. Ante las múltiples polémicas que ha suscitado el mundial de Qatar, muchas metrópolis gobernadas por partidos de izquierda y ecologistas han decidido boicotear oficialmente la cita futbolística, entre ellas París, Marsella, Lille, Toulouse, Burdeos, Estrasburgo, Renes, Nancy, etc. De hecho, son pocas las ciudades que van a organizar festividades en torno al planetario evento. No estoy al tanto de que en España se hayan tomado iniciativas similares.

-Como en los tiempos que corren la indignación está bien vista, en Francia queda muy bien denigrar una competición cuya organización, no lo olvidemos, fue decidida en el Elíseo en noviembre de 2010. Les recordaré lo que es un hecho probado, que todo partió de Nicolas Sarkozy, por aquel entonces presidente de la república, que buscaba que su querido París Saint Germain (que desde entonces ha pasado de “querido” a “caro”) subiera un escalafón y que propuso al emir de Qatar que comprara el club de la capital a cambio de la organización de la copa del mundo de 2022.

Después solo tuvo que convencer a Michel Platini, presidente de la UEFA, para que votara por Qatar y no por Estados Unidos, como pretendía, y listo. La guinda del pastel fue el apadrinamiento de la candidatura por parte de Zinedine Zidane a cambio de algunos petrodólares.

  -Para concluir, no nos olvidemos del lamparón que manchará para siempre la camiseta azul de los internacionales franceses, únicos en la historia de este deporte en organizar una huelga mientras representaban a su país (Knysna 2010). Por mucho que la huelga sea reconocida como el deporte nacional francés, en esa ocasión los jugadores, en un enorme volantazo de estupidez, tocaron el fondo del ridículo alcanzando al mismo tiempo la cima de la indignidad.

Aunque la formación de los futbolistas franceses se puede considerar como una de las mejores o como la mejor del mundo, nuestro apego por el balompié es bastante moderado. Ningún comentarista de la radio o la tele francesas vocea para celebrar un gol (y si a alguno se le ocurre se le clasifica rápidamente como payaso audiovisual y pierde su estatus de periodista serio). Para sostener mi argumento sobre la calidad de la formación francesa, permítanme llamar su atención sobre el equipo de Senegal que empezó el lunes su partido con seis franceses de nacimiento entre los once de la alineación inicial.

Túnez cuenta con 10 nativos del hexágono entre los veintiséis seleccionados y Camerún tiene ocho jugadores franceses, algunos de los cuales han jugado en las filas de las selecciones juveniles francesas. Por no citar a Aymeric Laporte, que mantiene su puesto en la Roja aunque no es decisivo en un equipo cuya tecnicidad impresiona a todo el mundo. En resumen, si contamos a la propia Francia, cuatro equipos del mundial aprovechan la formación de la federación francesa de fútbol. Y si se hubieran calificado Argelia, Costa de Marfil y Mali, la constatación de este hecho sería aún más elocuente.

El fútbol francés se nutre de un impresionante reservorio de talentos de sus barrios populares y de la juventud proveniente de la inmigración. Esto no es nuevo: la Francia del mundial de Suecia en 1958, que terminó en tercer puesto, tenía como líder técnico a Raymond Kopaszewski, llamado Raymond Kopa, de origen polaco. Les bleus de la semifinal de Sevilla de 1982 tenían como capitán al jugador francés más grande de la historia, el futbolista de origen italiano Michel Platini, tres veces balón de oro. Zinedine Zidane, héroe de la final de 1998, es hijo de un inmigrante cabileño. En 2018, el equipo de Francia se autoproclamó black, blanc, beur (variación de blanc, bleu, rouge, los colores de la bandera francesa. Significa negro, blanco, árabe), calificativo popular elegido por un grupo multicultural, perfecto reflejo de lo que es Francia hoy en día.

En conclusión, yo pienso que les bleus lucen las dos estrellas en la camiseta casi sin su consentimiento, no solo son deportistas en pantalón corto dándole patadas a un balón, sino que son el resultado de una historia colonial de la que hoy se reniega y de una inmigración desacreditada.

El gabacho oscense

 

 

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