La indecencia del fútbol

11 de Diciembre de 2022
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Cartas gabachas: Un plato para compartir
Cartas gabachas: Un plato para compartir

Unos días antes del inicio del mundial de Qatar, en Francia había muchos que juraban y perjuraban que boicotearían el evento. Pero después de la fase de grupos, las cifras de audiencia demuestran justo lo contrario. A pesar de todas las polémicas que se lanzaron en las redes sociales (desastre humano y social, escándalo ecológico) y del apoyo que recibieron de numerosos medios de comunicación, el boicot no llegó a ningún lado, el éxito se impuso y el planeta entero vibra con las proezas de las estrellas del balompié.

No tengo mucho que decir ante tan impresionante triunfo mediático e incluso puedo entender que los salarios de estos artistas en pantalón corto sean proporcionales al disfrute que procuran a los telespectadores repartidos por los cinco continentes. Pero me sorprende la remuneración astronómica de los más grandes, para mí imposible de justificar.

¿Cómo hemos llegado a pagarles más de un millón al mes a esos mancos con tacos? Todo comenzó en los años 70-80 con la aparición de las cadenas privadas y la obligación que se les impuso de salpicar sus programas de anuncios publicitarios. Todavía hoy el dinero de la publicidad constituye la principal fuente de ingresos de estas extremadamente competitivas empresas privadas.

Un ejemplo: los anunciadores pagan entre 3.000 y 7.000 euros por un spot de treinta segundos difundido entre semana después de comer. Sin embargo, si ese mismo spot está asociado a la retransmisión de un partido de fútbol, el coste de su difusión alcanza los 60.000 euros. Aun así, en Europa estamos aún lejos de las extravagancias del mercado estadounidense que, durante la última super bowl, vendió toda una batería de mensajes publicitarios de 30 segundos al precio de 7 millones de dólares cada uno. Visto lo cual, a los dirigentes de las cadenas europeas todavía les queda margen para soñar, no sin cinismo.

En Francia, Patrick Le Lay, quien de 1988 a 2008 fuera director ejecutivo de TF1 (líder de las cadenas europeas en términos de audiencia), no tuvo ningún reparo en desvelar durante una entrevista los que eran los fundamentos de su estrategia industrial: “Hay muchas maneras de hablar de la televisión. Pero desde una perspectiva de mercado, seamos realistas: en principio, el oficio de TF1 es ayudar, por ejemplo, a Coca-Cola, a vender su producto. Para que un mensaje publicitario se perciba, es necesario que el cerebro del espectador esté disponible. La vocación de nuestras emisiones es precisamente hacerlo disponible, entretenerlo y distenderlo entre dos anuncios para tenerlo preparado. Eso vendemos a Coca-Cola: tiempo de cerebro humano disponible”.

Estas declaraciones, que revelaban al gran público lo que muchos analistas pensaban por lo bajini, generaron un gran escándalo. Eso querría decir que los profesionales de la publicidad y las grandes empresas audiovisuales se habrían aliado para atracar a los espectadores abducidos por las pantallas.

No es fácil admitir que somos nosotros los que, como consumidores, participamos con nuestras compras cotidianas a los salarios indecentes de los deportistas mejor pagados. Me fastidia pero es un hecho, me gustaría que sus ingresos bajaran un poco para que mi poder adquisitivo subiera en la misma medida. Ya se habrán dado ustedes cuenta de que los publicitarios no son santo de mi devoción. Solo son vendedores de sueños, charlatanes que nos mienten más de lo que nos informan.

Pero como las facturas de la publicidad no eran suficientes para los más voraces profesionales de la diversión, que querían desplumar aún más a la gallina del fútbol, y dado que los aficionados estaban dispuestos a cualquier cosa para poder ver más y más partidos, en el paisaje audiovisual europeo aparecieron las cadenas de pago. Puesto que el fútbol es el espectáculo más popular, los derechos de televisión han traído consigo un auténtico maná monetario para las ligas más atractivas, la Liga y la Premier League, y las han transformado en potencias financieras. Los clubes se han repartido este enorme pastel y, como es lógico, les han dado a los futbolistas su parte.

Sumen ustedes a esos jugosos beneficios los derechos de imagen de los videojuegos, productos de entretenimiento llegados a los hogares de la mano de las nuevas tecnologías, y comprenderán que las cuentas de los futbolistas no paran de crecer. ¿Cabe que hablemos de indecencia...?

El gabacho oscense

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