"Ramón Acín fue un hombre muy moderno, adelantado a su tiempo, un anarquista pacífico que luchaba con la palabra y con las ideas”, afirma Alfonso Palomares, que este viernes ha subido al escenario del Teatro Olimpia para estrenar Ramón Acín. Pajaricos en la cabeza, una obra producida por Lagarto Lagarto con música de David Angulo, incluida en el Ciclo Club Aplauso y enmarcada dentro del Centenario del Teatro Olimpia.
Palomares explica que el proyecto “era algo pendiente desde hace muchísimo tiempo”, una idea que había querido abordar en distintas etapas de su carrera. Para él, la historia del artista y pensador oscense es “muy dramática, muy contundente”, pero también profundamente humana. “Me interesa su vida entera —afirma—: su relación de amor con su mujer, cómo educó a sus hijas, su compromiso político y su sentido del humor. Todo en Ramón Acín es digno de ser contado”.
El actor considera que, pese a su relevancia histórica, Acín no ha tenido la visibilidad escénica que merece. “Existen cortometrajes, pero nunca se había puesto en escena su vida. Quería contarla desde el teatro, afrontando el vértigo de acercarme a una biografía así”. En su propuesta, Palomares y el director Javier Trillo construyen un monólogo no costumbrista, que alterna entre el relato personal y el personaje histórico. “Empiezo diciendo: ‘Hola, soy Alfonso Palomares y voy a intentar contaros esta historia’. Entro y salgo del personaje, hago comentarios personales, y el texto gira constantemente entre el actor y Ramón”.

La dramaturgia se apoya en proyecciones sobre sábanas tendidas, una metáfora escénica que conecta el arte gráfico de Acín con su vida cotidiana. “La escena parte de un momento íntimo —explica Palomares—: Ramón tiende las sábanas en el huerto junto a Conchita, su compañera. Sobre esas sábanas se proyectan postales, fotografías e imágenes que entablan un diálogo conmigo”. La elección no es casual: “Acín era un artista visual y nos parecía esencial que el arte estuviera presente también en la puesta en escena”.
El intérprete se adentra en las tres grandes facetas del artista: pintor, esposo y político, sin eludir su trágico final. El espectáculo comienza y termina con ese episodio, enmarcando así un recorrido vital lleno de compromiso y modernidad. “Fue un hombre muy avanzado, un auténtico hijo de la República de las Repúblicas”, dice Palomares. Viajó por Francia y conoció a los intelectuales de París y de la Residencia de Estudiantes, como Lorca o Gómez de la Serna, pero decidió quedarse en Huesca. “Se emperró en vivir aquí —añade—. Era abierto, libre y revolucionario. En los años veinte, toda su familia se bañaba desnuda en el río Isuela, algo increíblemente atrevido para la época”.

Más allá de lo anecdótico, Palomares subraya el pacifismo radical del personaje: “Era un anarquista consumado, pero pacífico. Durante el levantamiento del 36 fue quien pidió calma. Decía que la violencia no es amiga de nadie. Y sin embargo, fue tratado con una injusticia tremenda. Fueron a por él solo para darle un escarmiento”.
El espectáculo tiene también un reflejo contemporáneo. Palomares ve en Acín un espejo del presente: “Encontramos paralelismos con lo que vivimos hoy: el auge de la extrema derecha en Europa, la falta de memoria histórica, esa sensación de que los derechos están garantizados y no lo están”. Por eso considera que “la ciudad le debía a Ramón Acín un espectáculo así”, un homenaje escénico que lo rescate del olvido y lo devuelva a la conversación pública.

Para el actor, uno de los mayores retos ha sido dar voz y cuerpo a una figura de la que apenas quedan imágenes en movimiento. “Conchita, su compañera, y su amigo fotógrafo dejaron muchas fotos para la época, algo insólito entonces. En casi todas aparece serio, pero sabemos que tenía muchísimo humor. Hacía viñetas satíricas en revistas como La Ira de Barcelona. Me interesa esa manera aragonesa de hacer chistes, ese equilibrio entre calma exterior y efervescencia interior”.
El montaje, interpretado íntegramente por Palomares, supone un desafío actoral y técnico. “Estás muy solo sobre el escenario, realmente solo frente al público”, reconoce. “Cuando compartes escena con otros actores, la responsabilidad se reparte. Aquí no. Si te confundes, nadie sale a rescatarte”. Además del esfuerzo interpretativo, está el reto de memorizar veinte folios de texto y respetar fragmentos especialmente delicados, como las cartas de amor que Acín escribió a Conchita. “No puedes modificarlas. Tienes que decirlas con sus propias palabras para que suenen naturales”, explica.

Palomares asegura que el espectáculo funciona incluso más allá de su referente histórico: “Aunque el protagonista no fuera Ramón Acín, sino Pepito Pérez, la obra se sostendría por sí misma, porque la historia es muy contundente”. Aun así, si el público conoce la figura del artista o la historia de Huesca, encontrará una conexión emocional más profunda. “Normalmente nos quedamos con las pajaritas o con sus cuadros en el museo, pero hay mucho más: un hombre moderno, libre y comprometido que no dejó de creer en la palabra”.