Cada cuadro de Ana María Pueyo cuenta una historia y habla del mundo y de ella misma. Sus obras, que durante dos semanas se pueden disfrutar en la galería Iris del Pasaje Almériz, son un testimonio del vínculo profundo entre su vida y el arte. Esta exposición, que estará abierta desde este sábado, 9 de noviembre, hasta el 21, en horario de tarde, no es solo una muestra de paisajes y escenas marinas: es una invitación a adentrarse en su mar personal, un océano de emociones que trasciende el lienzo.
El canto de las olas, sus susurros y hasta sus furiosos gritos constituyen uno de sus temas más recurrentes y siempre aparecen como algo más que un escenario natural. Ana María pinta su propia esencia, una dualidad en la que se encuentran la serenidad con la tormenta. “El mar me dice tantas cosas... Me relaja y al mismo tiempo me llena de energía”, comenta.
Su proceso creativo es tanto íntimo como catártico. Los problemas de salud la llevaron a las orillas de la fragilidad, pero encontró en sus pinceles una manera de emerger. “El mar, aunque esté en calma, de repente se rebela, como cualquier persona que vive”, expresa.

Cada obra en esta colección es un pedazo de su alma. Con trazos que parecen, a veces, suspiros sutiles y otras, torrentes de energía indómita, la artista crea con una sinceridad casi brutal. Sus lienzos se alinean en las paredes de la sala como espejos de su mundo interior, una vida rica en pasiones, en luchas y ternura, y en ellos se aprecia también su constante impulso por navegar hacia adelante.
Para ella, la pintura es sentimiento puro, algo que debe "cautivar, mover esa fibra que tienes", y cada pieza en esta exposición busca ser esa fuerza que atrae al espectador. “No todo el mundo va a entenderlo, pero eso es lo de menos. La pintura tiene que atraer.”
Como el mar, Ana María Pueyo se muestra en toda su complejidad. Sus cuadros, como ella misma, no están hechos para pasar desapercibidos. “Soy tan feliz", proclama con la emoción de quien ha encontrado en la pintura su hogar.