Antonio Gascón invita a los sariñenenses a una charla con el alma de Picasso

El médico y erudito descendiente de la capital monegrina explica su apasionante encuentro con el pintor malagueño

05 de Marzo de 2023
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Salvador Trallero Galicia y Antonio Gascón, en la conferencia en Sariñena
Salvador Trallero Galicia y Antonio Gascón, en la conferencia en Sariñena

Antonio Gascón es médico jubilado, aragonés apasionado y amante de las Artes y la tauromaquia, sariñenense de nacimiento y muy vinculado a su pueblo, reside actualmente en Zaragoza, pero recurrentemente retorna a sus raices.

Recientemente Salvador Trallero Galicia presentaba a su buen amigo, Antonio Gascón, en la sala de la Casa de Cultura, llena de personas que deseaban escuchar las andaduras de un joven estudiante que con sus compañeros de la tuna tuvieron la ocasión de disfrutar, durante un par de horas, de la compañía y conversación del gran pintor, además de ceramista, diseñador o escultor, del gran genio que era Pablo Ruíz Picasso.

Gascón es un narrador omnisciente, y arrancaba su conferencia relatando su propia historia. “Mi vocación por la medicina se inicia en Sariñena, mi pueblo. A los 12 años yo era el masajista del equipo del balompié local. El entrenador era Félix Omeñaca, un hombre excepcional, que me enseñó a dar masajes, desde entonces quise ser médico como él".

Mientras le llegaba la edad de estudiar, su padre le llevó a aprender solfeo, “con un virtuoso sariñenense, José Guioni. Me compraron un violín tres cuartos, que estaba roto, pero mi padre fue un gran ebanista que lo arregló y barnizó”, y junto a un grupo de amigos formaron una orquesta, ‘Juventud’, que tocaba por todo Aragón. “Todos éramos discípulos del gran Guioni, íbamos por las fiestas de los pueblos y aunque tocábamos todo el día, era feliz”, confiesa Gascón que, ya en Zaragoza, recibía "clases de Manuel Pallás, premio Sarasate en Madrid”.

 Al empezar Medicina dejó de asistir al Conservatorio. “No llegaba a todo. Además, como barnizador me pagaban poco y, como fámulo, menos. En 1961 pasé un verano fregando platos en un hotel de Ginebra”, explica nuestro protagonista que pronto conseguiría una beca en la Escuela Rural de Cogullada. “Empecé el Bachillerato, algo viejo y un tanto contra natura. Tenía 16 años cuando hice el Ingreso. El catedrático de Lengua me animaba mucho. Trabajaba de barnizador y me examinaba por libre en el Instituto Goya. Después fui fámulo en el Colegio Santo Tomás de la familia Labordeta. Miguel, el poeta, era una buena persona. También trabajé, sin papeles, en el Colegio mayor Pignatelli, sirviendo al jesuita Javier Arzallus, un cura algo rudo”.

Entró en la Universidad en 1959, y se examinó de la Licenciatura en 1965. "Tuve buenos profesores: Gómez-Lus, Solsona, García Julián, Marín Górriz, Guillén, Azúa, Romero, Lorén, Mateo Tinao, Pérez Argilés, Rey Ardid, Pie Jordá, Civeira, Recasens, Peg, Escolar, Fairén... Tuve muchas becas, aunque de poca cuantía. Gracias al violín no morí de hambre. Sufrí un eritema nudoso, síntoma de mi debilidad física, que me curaron, a partes iguales, el doctor Omeñaca y mi madre con sus impagables cuidados y desmedida sobrealimentación. Omeñaca me decía que el esfuerzo que yo hacía como barnizador a goma laca era similar al de un minero”.

Realizó las prácticas en el sanatorio antituberculoso de Agramonte, “fueron muy importantes en mi formación médica, pues aprendí mucho de patología respiratoria”.

Y llegó el doctorado. “Defendí la Tesis en 1978. El director fue el Profesor Ruano Gil, bajo el título "Electromiografía de los músculos masticadores" (Temporales, Maseteros y vientres anteriores del Di- gástrico). Resultó muy bien calificada”.

Retomando sus clases de violín con el gran Guioni, Gascón fue violinista en la tuna de la Estudiantina durante toda la carrera. “Para mí fue una escuela de ciudadanía: viajes por España y resto de Europa, amigos con los que todavía me veo, opción de conocer gente, ver mundo... y ganar algunas pesetas”, además de actuar en la televisión en Viena y en el Consulado español de Stuttgart, en teatros, parques, salones, restaurantes, domicilios familiares o lugares  públicos; conociendo a muchas celebridades, como a Juan March y señora, Emilio Romero, Françoise Hardy, Girón de Velasco, Reina Victoria, Juan de Borbón, Carmen Sevilla, Federico M. Bahamontes, José Borrell, Jacob Klaesi, Marisol Flores, familia Goyanes, Jacqueline Roque Picasso, Paloma Picasso, Pablo Ruiz Picasso... multitud.

Fue con Pablo Ruiz Picasso con el que tuvo un encuentro a lo largo de dos horas, lo que le convirtió en gran seguidor y estudioso del genio. En el cincuenta aniversario de la muerte del pintor ha impartido esta conferencia sobre Picasso y su tiempo.

El 14 de julio, Fiesta nacional francesa y conmemoración de la toma de la Bastilla, de 1964, cinco tunos de la Facultad de Medicina de Zaragoza están tocando en una terraza, en las cercanías del lujoso hotel Negresco. Es un caluroso atardecer y el sol todavía aprieta. Multitud de bañistas, ociosos y abúlicos, caminan sin rumbo por las cálidas arenas de la Costa Azul. Los universitarios, dos guitarras, una pandereta, una bandurria y un violinista, alegran la tarde con “Clavelitos” y otras melodías de su repertorio. El del violín es de Sariñena y ha aprendido con el maestro José Guioni, “eximio violinista y fecundo compositor”, según escribiera el chalamerano Ramón J. Sender, muy bien biografiado por Jesús Vived.

“Súbitamente aparece Picasso: - ¿Sois españoles? - De pura cepa, don Pablo-. Como corréis, os venimos siguiendo mi esposa Jacqueline y mi hija Paloma sin poder daros alcance”, narra Gascón, quien describe la indumentaria del pintor, “el artista viste una chaquetilla de color pardo, una camisa floreada, un pantalón ancho y zapatos perforados. En la mano izquierda el consabido cigarrillo. El pintor es hombre pequeño, de poco pelo en su cabeza rapada, frente ancha y despejada, no menguada nariz, boca de labios finos y mejillas ligeramente hundidas. Habla con voz grave y nada vulgar prosodia. Sus ojos, negros como el azabache, parecen traspasar a quien le mira”. Continúa el relato. “Al enterarse el gentío de su presencia, una multitud se abalanza sobre él. Todos quieren conseguir un autógrafo. Alguna turista atrevida le brinda su hombro desnudo pretendiendo una firma. Picasso sonríe con ennegrecidos dientes de forma llamativa. El dueño del hotel al que pertenece la terraza le invita a entrar en su posada. Penetran el artista, su esposa y su hija, así como nosotros, los cinco estudiantes. En bien surtida mesa se sientan los ocho. Hay viandas, champán, sonrisas, alegría y buen humor…”.

"Le hicimos varias preguntas, llevados por nuestra curiosidad, -Don Pablo ¿Cuándo vuelve a la Patria? - Hijo mío no lo sé. En cualquier momento; el corazón nunca cambia y mi pasaporte sigue siendo español. Me han propuesto muchísimas veces que me haga francés, pero no lo haré nunca. De la misma manera que jamás pintaré a Napoleón-“, les respondió Picasso.

Recordaban los tunos la respuesta dada por Picasso a una pregunta de un periodista.- Las enciclopedias dirán: Pablo Ruiz Picasso, poeta español; se le reconocen algunas pinturas-. Mientras, Paloma, insaciable, pedía, una y otra vez que tocaran “Cielito lindo”. Jacqueline habló poco pero se hizo entender sin dificultad diciendo que el pintor de su preferencia era el zaragozano Manuel Viola y que en eso coincidía con su  amiga Lucía Bosé.

La larga velada tocaba a su fin.  Picasso firmó en una cinta del violinista que estaba a su lado. También lo hizo en la tapa de la bandurria y en una banderita española que llevaba Juan Saldaña. Al cantar todos de pie “Adiós con el corazón”, Picasso lloraba como un niño. Sus mejillas no eran el Ebro sino el Orinoco. Alargó el brazo y tomó la pandereta. Palpó el parche y comenzó a dibujar con un rotulador: el castoreño de un picador, su robusta cabeza, la chaquetilla, la silla de montar, la calzona, el caballo, la pica y el toro embistiendo en el pecho del caballo. Firmó el dibujo y le devolvió el pequeño pandero a Aurelio Forcano. Picasso sabía que  los estudiantes eran aragoneses pero no dibujó nada de Aragón. Lo que hizo fue el mismo tema de lo que había hecho 75 años antes en Málaga con su famoso “Picador de amarillo”. "Pablo Picasso, como Goya, amaba a la Tauromaquia con indisimulada pasión. Habiéndonos gratificado con generosidad se alejó de nosotros tras un abrazo fraterno. Alejamiento coreado por los tunos con el lema picassiano: “Greco, Velázquez, inspiradme”".

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