“Bolskan, Osca, Waska, Huesca. Historia de una ciudad”. No ha sido una lección de historia en sentido estricto, pero sí una atractiva manera de divulgar para acercarnos a los anales que se remontan a la prehistoria y confluyen en el carácter del presente. La Plaza de la Universidad estaba como decía la vieja expresión cómica televisiva, abarrotada. Expectación justificada por la confluencia de efectos visuales tecnológicos con la proyección (le llaman mapping en el apego a los angiclismos), de las interpretaciones de los actores de Viridiana en los distintos géneros dramatúrgicos y de la música de Olga y los Ministriles, en los que la voz de Olga Orús impregnaba el ambiente enigmático de seda vocal.
Conviene contextualizar en dos parámetros la vistosísima actuación de la noche: su carácter de espectáculo, con su punto pedagógico e identitario, por un lado; y la amenaza de las cansinas previsiones de la dana que, afortunadamente, han respetado las evoluciones de actores, cantantes, personajes y técnicos -que en tal cuestión y circunstancias, no es baladí-. De hecho, entre la versión íntegra y la abreviada se ha apostado por la última para evitar sorpresas indeseadas desde el cielo. Quizás ahí radique la explicación de la brevedad en el glorioso devenir de la Universidad de Huesca, cinco siglos con mucho más que Vincencio Juan de Lastanosa y su ascendencia sobre Baltasar Gracián, cuando la rutilancia de la nómina de profesores y alumnos que estudiaron en sus aulas es tan abrumadora. Pero es que quizás esta época de 1354 a 1845 merezca una representación específica.
Los cientos de espectadores que rebosaban las sillas dispuestas y que disfrutaban de pie del espectáculo daban su veredicto al final con una ovación prolongada en el saludo de los protagonistas. El introito de Roberto L'Hotellerie y Javier García ya advertía que la historia de Huesca es de reyes, nobles y grandes personajes, pero también de lo que Unamuno denominó la intrahistoria, la que han construido albañiles, pulido carpinteros, barnizado artesanos y cultivado agricultores en las distintas épocas.
Al son de Aqueras Montañas de Biella Nuei y Labordeta, Olga y los Ministriles ambientaba los orígenes de los primeros moradores del territorio que hoy es ciudad. Los hombres de las cuevas, "no dejamos mucha huella en el territorio, aunque hoy esto sería deseable, pero aquí vivimos 200.000 años". Diez veces más que la vida en este lugar llamado hoy Huesca. Aun así, una sentencia precisa: "Nosotros no somos el prólogo, es posible que ustedes sean nuestro epílogo".
De este ser primitivo a la irrupción de los íberos y el primer topónimo: Bolskan. Hace tres mil años y sin constatación clara, a tenor de la discusión de los actores, sobre la ascendencia de los ilergetes de la hoy Lérida o los euskéricos del oeste de nuestra provincia. Y, sin embargo, "lo importante es nuestro legado y nuestra moneda" (que se reflejaba en la fachada del museo).
QUINTO SERTORIO Y EL GRIAL
Y, tras esa era, la Osca romana, la omnipresencia del imperio y la avenida de Quinto Sertorio, el político y militar que husmeaba la decadencia imperial y que creó la academia en la que enseñó latín y griego pero, sobre todo, culturizó a "los hijos de los capitostes romanos más importantes" para tenerlos en su mano en tiempos de conspiraciones y escarmientos. Una divertida conversación con sus lugartenientes de quien puso en jaque al imperio y creó "una pequeña Roma con capital en Osca" los calificaba como "más orgullosos que inteligentes". Un banquete fue el sepulcro del valeroso estratega y astuto político por las ambiciones de Perpenna, anfitrión letal en su vill en Osca.
Tránsito al Santo Grial, el más trascendente símbolo de la cristiandad, con el transporte en el tiempo a la represión del emperador Valeriano, el apresamiento del papa Sixto II y la voluntad de seguirlo de su joven diácono, Lorenzo: "Padre, ¿dónde vas sin tu hijo? - Tranquilo, pronto me acompañaras". El torturador reclamó al hoy santo las joyas y tesoros de la Iglesia, pero el nacido en Loreto prefería el martirio. Obsequió con el patrimonio de la Iglesia a los desheredados con la promesa del reino de los cielos si mantenían la mirada limpia. Lorenzo se presentó ante el poder, tras poner a salvo el Cáliz enviándolo a San Juan de la Peña, con pobres, tullidos y represaliados: "Estos son los verdaderos tesoros de mi iglesia". Y recibió la terrible muerte en la parrilla -leyenda incluida del "ya estoy asado por este lado, por favor, dame la vuelta"- ese 10 de agosto en el que el cielo todavía llora con Lágrimas estelares. Y sonaba con devoción de Olga y los Ministriles una versión dulce de San Lorenzo, mi patrón.
Llegó el periodo musulmán de Wasqa, nada menos que cuatro siglos en los que la cristiandad apenas pudo oponer su resistencia mozárabe y en los que las santas Nunilo y Alodia fueron decapitadas por negarse a renunciar a su fe cristiana. La noche en la plaza adquiría tintes hermosos por el derviche hipnótico y continuo de la bailarina árabe mientras se especificaban los avances culturales, filosóficos y técnicos de aquella época.
Sancho Ramírez, siendo que como era rey parecía con poder absoluto, "necesitaba a Dios" para la cruzada a la que llamó el papa Alejandro II para reconquistar los reinos moros. Tras recuperar Barbastro y Alquézar, se plantó en las proximidades de Huesca para el asalto a la ciudad. Una saeta acabó con su vida en pleno asedio y Pedro I, su hijo, se vio ayudado por San Jorge que hizo un traslado Capadocia-Huesca para la toma de Huesca. "¡Viva el rey Pedro I y nuestro Dios Verdadero!". Wasqa cambió su topónimo a Huesca, la mezquita fue convertida en Catedral y la Zuda en el Palacio de los Reyes de Aragón cuya fachada acogía en esta velada mágica las proyecciones audiovisuales que fascinaban a los espectadores.
Como Pedro I siguió empeñado en proseguir las conquistas y murió sin descendencia, legó el reinado a Alfonso el Batallador, un luchador formidable pero sin hijos. Así que le llegó el turno al más inesperado, a Ramiro el Monje, que sin gran entusiasmo asumió la responsabilidad y hubo de combatir las traiciones de los levantiscos nobles a los que invitó, ¡menudo anfitrión!, a la sala de la campana. Lo demás, ya lo conocen porque Casado del Alisal lo pintó estupendamente. Las campanadas en forma de cabezas por el suelo y la del líder de los desleales como badajo. La otra expresión artística era esta noche la de Olga Orús cantando la leyenda. El monarca se "plantó" en su esfuerzo reproductor en su primera hija, Petronila, a quien comprometió con un añito con Ramón Berenguer "el barcelonés" para asegurar el gran Reino de Aragón con posesiones como el Condado de Barcelona, Valencia o las Baleares.
Se iniciaba una época de crecimiento de población y de comercio en una ciudad que era hervidero de actividad... hasta la gran peste que fulminó a una parte importante del censo y que fue atajada por la intercesión del Santo Cristo de los Milagros.
La representación estaba siendo seguida con una concentración extraordinaria de los espectadores, que apenas irrumpian con ovaciones entusiastas en los momentos de cambio entre épocas o de las interpretaciones de Olga y los Ministriles. Había que ir abreviando y ahí emergieron en los diálogos grandes figuras como, en la época de la Universidad Sertoriana, Vicencio Juan de Lastanosa y su jardín de ensueño o su mecenazgo con Baltasar Gracián, para avanzar hacia Joaquín Costa y su invento de la bicicleta antes de convertirse en gran prócer del pensamiento de España, las vicisitudes de Santiago Ramón y Cajal en el Instituto, las pajaritas de Ramón Acín o la anestesia metemérica (epidural) de Fidel Pagés Miravé, para concluir con la remembranza de los hermanos Antonio y Carlos Saura..
"Somos
como esos viejos árboles
batidos por el viento
que azota desde el mar.
Hemos
perdido compañeros
paisajes y esperanzas
en nuestro caminar.
Vamos
hundiendo en las palabras
las huellas de los labios
para poder besar
tiempos
futuros y anhelados,
de manos contra manos
izando la igualdad.
Somos
como la humilde adoba
que cubre contra el tiempo
la sombra del hogar.
Hemos
perdido nuestra historia
canciones y caminos
en duro batallar.
Vamos
a echar nuevas raíces
por campos y veredas,
para poder andar
tiempos
que traigan en su entraña
esa gran utopía
que es la fraternidad.
Somos
igual que nuestra tierra
suaves como la arcilla
duros del roquedal.
Hemos
atravesado el tiempo
dejando en los secanos
nuestra lucha total.
Vamos
a hacer con el futuro
un canto a la esperanza
y poder encontrar
tiempos
cubiertos con las manos
los rostros y los labios
que sueñan libertad".
La poderosa voz de Olga Orús, acompañada por los Ministriles, se envolvía de sutileza en el final del espectáculo, inigualable con la inspiración de José Antonio Labordeta con su Somos. Era ese epílogo anunciado por los hombres de las cuevas, una declaración de fe en el ser humano y en la ciudad de Huesca. Y, antes de recibir los parabienes y el entusiasmado aplauso de la multitudinaria concurrencia, un compromiso: "Vamos a hacer con el futuro un canto a la esperanza".