El 8 de Febrero, una fecha inolvidable: ¡Siempre Costa!

Memoria de otro tiempo: "La falsa política le desata los nervios, y la indiferencia y el estoicismo, así como la mansedumbre del pueblo desata sus lágrimas"

Cronista de la Comarca de La Hoya de Huesca. Académico de la Real de San Luis
05 de Febrero de 2023
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En estos momentos de vacilaciones y dudas, de verdadera incertidumbre en la vida política de España: en estos instantes en que nadie sabe, que todo son incógnitas, la figura austera del león de Graus, se agiganta en nuestro recuerdo y parece que escuchamos su recia voz diciendo: ¡Agua y despensa!, ¡Agua para la tierra sedienta! que era lo que gritaba a todas horas el gran polígrafo.

Y escuela y despensa son, hoy, uno de los mas graves problemas a los que nos tenemos que enfrentar….Y agua para nuestras tierras sedientas, que están gritando con angustioso clamor, muchas regiones de España.

Poderoso don de la videncia el de este hombre, cuyos gritos se perdieron ante la indiferencia de todos, pero que recordamos cada 8 de febrero, aniversario del día en que falleció Joaquin Costa, en su pobre y modesta casa de la Villa de Graus.  A ella se retiró este “Tolstoi ibero”, enfermo de cuerpo y de espíritu. Fue allí, en aquel apartado y humilde retiro, donde le devoró la tristeza de sus grandes sueños desvanecidos como el humo. Sus geniales ideas y concepciones sublimes para regenerar España, que se estrellaron contra la incurable abulia nacional, todo allí tuvo en Graus su mortaja de lágrimas y pesimismo. Con el espíritu hecho jirones, en este apartado rincón del Alto Aragón se refugiaría entre volúmenes, papeletas, folletos y notas, romances y refranes, historia, códigos, ciencia, agricultura, filosofía, finanzas, arte, pedagogía, política, ciencias económicas, poesía. Y con fe y entusiasmo se dedicaría a su gran obra, a su obra titánica, inmensa: a la poligrafía, para legar a la posteridad unos setenta volúmenes.

Alguna vez, cediendo a muchas súplicas y requerimientos, abandonaba aquella celda de anacoreta, y como si fuera un meteoro pasaba por Madrid, no para sentarse en el escaño de la Cámara que le aguarda un día y otro, sino para alzar su voz contra el proyecto de Ley del terrorismo y mostrarse en la tribuna, pero en la docta tribuna del Ateneo se escuchó su verbo. Retorna a su retiro, pues la falsa política le desata los nervios, y la indiferencia y el estoicismo, así como la mansedumbre del pueblo desata sus lágrimas. Por eso vuelve a su retiro, para consagrar las horas a su trabajo. ¡Y cuántos y cuántos días rendido por la fatiga del trabajo abrumador, le sorprende el alba todavía vestido, en su mecedora, con papeles y notas en sus manos.

Costa está enfermo, el padecimiento se ceba en él un año, otro y otro, pero el León de Graus se rebela contra su imposibilidad física y todavía brotan de su prodigioso cerebro chispazos geniales que plasma en las cuartillas. Sucumbió al fin, en aquel aciago día 8 de febrero de 1911, a los sesenta y cinco años de vida ejemplar y dejando a España y al mundo una obra gigantesca en cantidad y, sobre todo, en calidad.

Sobre su tumba se grabó este epitafio:

"Joaquín Costa, nuevo Moisés de una España en éxodo…Con la vara de su verbo inflamado alumbró la fuente de las aguas vivas en el desierto estéril….Concibió leyes para conducir a su pueblo a la tierra prometida…No legisló”.

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