Algo más sobre el valor y el precio de las cosas

Fernando Alvira Banzo
Profesor y pintor
20 de Agosto de 2022
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Viñeta de Jean-Jacques Sempé en la página de Pepe Cerdá. La importancia del valor y el precio de las cosas
Viñeta de Jean-Jacques Sempé en la página de Pepe Cerdá. La importancia del valor y el precio de las cosas

Tras varios intentos fallidos, conseguí el año pasado en Ansorena, en la subasta de abril y mayo, una pequeña acuarela de Valentín Carderera y Solano que representa a una dama con los atributos de una Diana Cazadora. Carderera, en su década italiana, produjo cientos de acuarelas de pequeño formato tomando como tema cada uno de los innumerables rincones que visitó: conjuntos, fachadas, interiores o detalles de edificios singulares sobre todo del Lacio pero también de otros muchos puntos de la geografía italiana. Los álbumes que todavía conservan los descendientes del pintor son auténticos cuadernos de autor que revelan muchos de los recorridos del oscense por la península vecina. De igual modo trazó una notable cantidad de retratos, especialmente de damas, a las que ni siquiera precisaba tener delante, porque estuvo dotado de una considerable memoria fotográfica que le permitía reproducir la vera efigie de las muchas que se cruzaron en su vida en la década que anduvo por tierras italianas protegido por el duque de Villahermosa.

La puja por el retrato de esta dama-diana-cazadora no fue excesiva y se adquirió prácticamente por el precio en que arrancaba, más los correspondientes porcentajes de beneficio para la casa de subastas, claro. El no excesivo precio no le resta un ápice del mucho valor que la acuarela tiene para quien la adquirió. Carderera, junto con  Félix Lafuente, León Abadías y Martín Coronas fue durante los últimos treinta años de trabajo en la Universidad asunto fundamental de mis investigaciones en las que me introdujo un Ángel Azpeitia, poco reconocido por los oscenses pese  lo mucho que influyó en el desarrollo universitario de la ciudad desde la secretaría primero y la dirección después del antiguo Colegio Universitario.

Unos meses después de la subasta, en el Prado de San Esteban, que es hermoso lugar de reunión y esparcimiento de ese rincón literano y entorno de respiro para algunosos habitantes de Binéfar, me encontré, junto a los juegos infantiles, con un mercadillo montado por los más pequeños del pueblo que había puesto a la venta sus trabajos de todo tipo, pulseras de macarrón, juguetes y dibujos para, supongo, financiarse los gastos derivados de las inmediatas fiestas que, pese a no celebrarse de manera oficial, acarrearían algunas necesidades. Adquirí un dibujo de María por cincuenta céntimos. Una dama, sin atributos mitológicos en este caso, mayor de tamaño que la de Carderera, con cierto aire de diseño de maniquí de otra época no demasiado alejado en el tiempo.  Su valor no tenía nada que ver con el precio de adquisición, por descontado, pero el comprador lo podía equiparar con el de la pieza del arqueólogo y coleccionista oscense sin demasiados rodeos.

El valor de una obra de arte depende exclusivamente de quien la disfruta con mayor o menor intensidad; es una cuestión absolutamente personal, alejada de cualquier tipo de interés y no suele tener altibajos por causas ajenas al propio disfrute de quien la contempla. El precio es otro asunto que depende de consideraciones absolutamente alejadas del disfrute que le otorga el valor. Puede variar por circunstancias que nada tienen que ver con la propia obra ni con su autor. Como todo producto mercantil sufre las alzas y bajas que el mercado le otorga y de paso se ve desprovisto de la mayor parte de su valor al reducir en ocasiones a cero la relación entre la obra y el espectador.

Recientemente disfruté un viñeta firmada por Jean-Jacques Sempé en la página del excelente pintor y pensador altoaragonés Pepe Cerdá: se veía el interior de una inmensa caja fuerte en la que dos personas paseaban entre embalajes de madera, cerrados con el mismo entusiasmo que la propia cámara acorazada, con etiquetas en las que podían leer los nombres de algunos de los más famosos pintores de la historia del arte como Renoir, Rembrandt, Picasso, Matisse, Vermeer... la parte superior contenía una escueta frase: Je ne savais pas que vous aimiez tant l’Art… No sabía que le gustaba tanto el arte…

Pues eso.

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