El Carnaval y Momo

Memoria de otro tiempo: Momo se burla todos los años de nosotros; nos ve tan ridículos que si no se riera, tendría que llorar

Cronista de la Comarca de La Hoya de Huesca. Académico de la Real de San Luis
12 de Febrero de 2023
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Momus y el sentido del carnaval
Momus y el sentido del carnaval

Delante del cartel del Carnaval resonaron ante nuestros oídos las vanas e injustas declaraciones de algunos críticos y  moralistas mal avenidos, con las expansiones de nuestro tiempo. “El Carnaval”, afirmaban, está llamado a desaparecer por inmoral, y a ninguno de estos puritanos se le ocurrió pensar que en todas las épocas lo inmoral fue algo preclaro, esclarecido, ilustre, famoso y digno de admiración y respeto. Si fuera posible una humanidad perfecta, cosa que no pudo conseguir ni nuestro antepasado Noé  cerrando con doble llave el Arca, el humor pesimista de los miopes o solitarios no se creería en el deber de evitar que lo imitado acabe por convertirse en innato, natural. Y para ello, algunos exaltados pretenden matar con el vermífugo de la moral las lombrices intestinales de Momo, por el solo delito de titularse el dios de la risa, de la locura y de la alegría.

Si admitimos por un momento, que el loco dios Momo muriera a mano airada de un metafísico, ¿habría de ser el mundo menos inmoral y corrompido? No; muerto Momo, siempre tendríamos a Baco el borracho, a Mercurio el ladrón y a Saturno el antropófago, y todo quedaría reducido a un dios inmoral más o menos. A los pueblos les seduce Momo porque de los dioses conocidos es el más humano, toda vez que para él lo histórico es el disfraz y lo intrahistórico la máscara.

El carnaval. Dicho sea sin ingeniosa distinción, es un mal necesario, como lo es el cólera para los ejércitos y la tuberculosis para las poblaciones. La inmoralidad que se le atribuye no es más que un aspecto interior de la vida, bufa o dramática, porque de todo tiene que haber en la existencia humana. Ese contraste desaparece cuando la alegría, la careta, la locura, y el disfraz, se lanzan a la calle sin ánimo de predefinir teológicamente, esto es, determinar el tiempo en que han de existir las cosas. Lo moral y lo inmoral no son, en tales casos, más que la asíntota; la línea que prolongada indefinidamente, se acerca de continuo a una curva, pero sin llegar nunca a tocarla.

Para la vida moral de los pueblos, el Carnaval será un libertinaje precoz, pero no una decadencia. La precocidad supone talento y agudeza, y mal puede ser decadente un país que posee el ingenio de divertirse. Los moralistas afirman con tosca e inexperta sensibilidad que ese libertinaje ha sido la causa de la úlcera social; en el supuesto caso de que así fuera, la patología moderna nos aconseja un excelente remedio; el de la úlcera abierta para determinar una suporación permanente con un fin curativo. Pero el carnaval no es eso; podrá tener sus extravíos, pues no hay fiesta popular que no los tenga, pero  con todo, siempre será un reactivo para los noctívagos y sonámbulos que buscan en el torbellino de las multitudes medicamentos espirituales.

Que es una ficción el Carnaval, ya lo dice el disfraz y la careta; pero, ¿es que hay algo en la vida que no sea ficticio? Nos resistimos a creer que todo es una mentira y mientras más nos engañamos, más sinceros nos parece que somos. Es precisamente por ello, que Momo se burla todos los años de nosotros; nos ve tan ridículos que si no se riera, tendría que llorar.

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