"Después de Dios la primera obligación", del sertoriano Francisco Ventura  de la Sala y Abarca, natural de Jaca

"Se proponía demostrar que la obligación de servir a su Rey es en el vasallo la primera obligación a que ha de acudir después de Dios"

Bizén d'o Río, San Lorenzo, blanco y verde y albahaca. La oración va por dentro
Studiosi pro Universitate Sertoriana
03 de Septiembre de 2023
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Francisco de la Sala
Francisco de la Sala

Nació  don Francisco Ventura de La Sala y Abarca en la ciudad de Jaca el año de 1630, hijo de don Francisco de La Sala y de su esposa doña Francisca de Abarca, quienes educaron a su hijo con la ilustración propia de su calidad de Infanzones, enviando al joven Francisco a la Universidad Sertoriana de Huesca, donde hizo sus estudios, además de la defensa con lucimiento y conclusiones de toda Filosofía, y libros de Instituta, según pone de relieve Félix Latassa en su Biblioteca Nueva. Pero, influenciado por su familia, seguirá la carrera de las armas en la que habían destacado sus ascendientes, comenzando su carrera militar el año 1650 en Nápoles, donde daría grandes muestras de su inteligencia y valor, por lo que sería ascendido a Capitán en 1652. Asistió a la guerra de Cataluña, siendo la primera provincia de la península donde sirvió a S. M. Regresó a Nápoles donde estuvo destinado en Compañía de Caballos, después en Corazas Españolas, y  dirigiendo la guarnición de Plaza y Puerto de Hércules en 1673. Al año siguiente lo encontramos en Orvitelo como Teniente Gobernador, y en 1675 en Rijoles con igual destino, fue premiado en 1667. Dos años más tarde en 1679 sería nombrado Gobernador del Castillo de Manfredonia, cuando ya había alcanzado el grado de Teniente de Maestre de Campo General y era nombrado Caballero del Hábito de Santiago.

Si bien estuvo intensamente ocupado en el servicio militar, nos dice Manuel Juan Diana en su biografía, no abandonó su afición a las letras, ya que bullía en su interior la Filosofía y Jurisprudencia aprendida en la Universidad Sertoriana. Así, debido a esta circunstancia, debió la milicia un extraordinario  trabajo que vio la luz por primera vez en Nápoles el año 1681, titulado: “Después de Dios la primera obligación: y Gloria de órdenes militares”. En esta obra, se proponía demostrar que la obligación de servir a su Rey es en el vasallo la primera obligación a que ha de acudir después de Dios.  Siguiendo las corrientes de su tiempo y del siglo anterior, escribe su obra en forma de diálogo, siendo interlocutores un soldado, que figura ser el mismo autor, y un licenciado; los cuales al llegar a una posada de España después de un largo y penoso viaje, además de no hallar qué comer, encuentran una sola cama que será disputada por los dos, alegando cada uno de ellos la excelencia de su profesión para legitimar el derecho de poseer dicha cama.

Esta reyerta abre un diálogo sumamente curioso sobre las armas y las letras, en que el soldado prueba la preferencia de aquellas sobre éstas, y reduce a su contrincante a confesarse vencido, y a escuchar la glosa que se propone hacer de las Ordenanzas Militares de Felipe IV, promulgadas el 8 de junio de 1632. Lee el soldado un capítulo, y seguidamente glosa y discurre sobre su conveniencia y más o menos utilidad, trayendo en su apoyo los sucesos que ha visto y le han acaecido en la guerra, respondiendo siempre y oportunamente a las objeciones del licenciado, extendiéndose en estas sabrosas pláticas hasta llenar un volumen de quinientas páginas en 4º mayor, que son las dimensiones de esta obra, en la cual, con razones agudas y discretas, reduce el soldado a su antagonista a abrazar la carrera de las armas, y dejando la jurisprudencia, sienta plaza de soldado y cierran el libro, prometiéndose, eso si, ambos, prósperos sucesos en la carrera.

Editada en Nápoles por Gerónimo Fasulo en 1681 bajo la protección del Excelentísimo Señor Marques de los Vélez, virrey y capitán general del Reyno de Nápoles, destaca Jose Almirante en su Bibliografía Militar de España que el Sr. Marqués de los Veléz primero acogió la obra con tal entusiasmo que se hacía llevar las cuartillas o galeradas durante la impresión, si bien, de repente, el 28 de marzo de 1682, sin respeto a ser día de Jueves Santo, ordenó y publicó a voz de pregón, un Bando prohibiendo la obra y su circulación, además de ordenar que quien tuviese ejemplares se los entregase a él. Claro está que seguidamente, en defensa de La Sala y Abarca saldría publicado un manifiesto titulado: “Razones que se podían alegar a favor del Teniente de Maestro de Campo General Dn, Francisco de La Sala y Abarca”, escrito por don Blas de Torrejón y de La Sala, Doctor en ambos Derechos por la Universidad Sertoriana, Canónigo Doctoral de la Santa Iglesia de Barbastro, y sobrino del Autor, quien lo publicaba en resguardo de la obra.

Pero la mejor defensa de esta obra del Sertoriano que nunca abandonó su afición a las letras, son las numerosas ediciones que de ella se han realizado hasta el día de hoy, entre las que destacaremos la traducción italiana de Giuseppe de Zamora con el título : “Regolamenti militari colla loro glosa, tradotti dallo spagnuolo”. Viena (Vanghelen) 1734. Una versión alemana de Otto Gruben-zum Stein, titulada: “Spanisches Krigsrelement”. Berlin 1736 , en un volumen en 8º. Además de numerosas ediciones españolas que llegan hasta el año 2011.

Esta interesante obra que ha sido considerada como indispensable para conocer a fondo el organismo militar del siglo XVII, comprende la Ordenanza glosada de 1632; la Ordenanza e Instrucción de Auditores de Alejandro Farnesio, dada en Bruselas el 23 de mayo de 1587; la Instrucción sobre Prebostes y Barricheles, de igual fecha, que es complemento de la anterior, y por último, un tratado o memoria titulado: “Lo que debe de saber el que va a sitiar plazas y las defensas”.

Como epílogo en su memoria baste decir con M.J. Diana: Ningún ramo de la literatura ha caído más en olvido que aquél que tiene relación con nuestra milicia del siglo XVII. Cayendo en desuso las costumbres de aquellos tiempos, y alterada radicalmente la organización del ejército, necesariamente habían de olvidarse las obras en que dejaron consignadas tantas reglas y preceptos útiles, aquellos célebres campeones que, tomando ora la espada, ora la pluma, encaminaron al soldado a la victoria.

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