Miguel Servet en Huesca

Miguel Servet lleva un gran bagaje cultural, porque además de sus conocimientos de griego y hebreo, de matemáticas, historia, geografía y de religión, sobre todo destaca una enorme talla de personalidad  humana

Cronista de la Comarca de La Hoya de Huesca. Académico de la Real de San Luis
23 de Octubre de 2022
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Miguel Servet en el parque
Miguel Servet en el parque

A partir de la Edad Media la educación intermedia se impartía en los monasterios y estaba dirigida a los jóvenes de la nobleza y a los hijos de los señores feudales. En  ellos, como centros de transmisión y recepción de la cultura hasta bien avanzada la edad moderna,  se imparten estudios que giran en torno a la Teología y las llamadas Siete Artes Liberales: el “Trivium” o artes sermonicales (gramática, lógica y retórica (dentro de esta última se encuadraba la música) y el “Quadrivium” o artes reales (aritmética, geometría y astronomía). Estuvieron, claro está, regentadas por eclesiásticos y sus enseñanzas impartidas por clérigos, si bien los alumnos no tenían que seguir necesariamente la vida religiosa. En cuanto al orden científico, la presencia de las culturas como la griega, latina, cristiana, judía y arábiga contribuía a una rica confrontación de concepciones e ideologías. Por otra parte, en ellos pervivió gracias a sus bibliotecas y  sus doctos miembros un deseo de volver a los antiguos valores de Grecia y Roma, comenzando de alguna forma el inicio del  Humanismo renacentista, humanismo que caracterizará al Renacimiento.

No se puede afirmar documentalmente, pero coinciden la mayoría de los historiadores que han trabajado sobre la vida y obra de este sabio aragonés, nacido en Villanueva el 29 de septiembre de 1511, que aprendió las primeras letras en el monasterio de Santa María de Sijena, donde se contaba con una pequeña comunidad de cinco frailes para atender  los oficios religiosos de la comunidad y el hospitium de peregrinos que procedentes del Mediterráneo se dirigían hacia Compostela. De aquí sería llevado por su padre posiblemente en el año 1520 al Monasterio-castillo de Montearagón, centro de poder y cultura que además se encontraba convertido en centro espiritual del cual dependían más de cien parroquias de la comarca, siendo aquí encomendado como pupilo por Juan de Quintana que será su preceptor hasta 1524, año en que parte acompañándolo y de quien hará acopio de enseñanzas y conocimientos, a la vez que lee libros de cierto aire heterodoxo que poseía Quintana, quien por otra parte, en aquellas fechas, es miembro de una comisión de estudios sobre la Secta de los Alumbrados, siendo un preceptor tolerante en privado, pero severo en público con Servet.

En Montearagón asiste a los oficios religiosos de la comunidad de canónigos celebrados en su iglesia que está presidida por el retablo de Gil Morlanés, una obra  acabada en 1511 que conserva todo el brillo alabastrino haciendo quedarse extasiado por la sencillez plasmada en la escena de la Epifanía, pero también muy  impresionado por esa dura escena de la Justicia Divina que preside su parte central. Vive a su llegada los agitados días que suceden a la muerte del Abad-Infante D. Alonso, hijo natural de Fernando el Católico, acumulador de prebendas eclesiásticas, Arzobispo de Zaragoza y regente de Aragón, amigo de Dña Ana de Gurrea con la que tuvo siete hijos. Desde estos muros almenados ve partir al “Predicador de las Bullas” para recaudar fondos con 5.000 bulas impresas. Por otra parte, el joven Servet es testigo directo, pues se encuentra inmerso en la disputa acerca de la toma de posesión del nuevo abad de Montearagón, entre Alonso de So Castro de Pinós  que había sido presentado como sucesor por el arzobispo D. Alonso, enfrentado con la decisión del rey Carlos V que presentó al Papa para su nombramiento como abad, a Pedro Jordán de Urriés, la impugnación de la toma de posesión de Alonso de So, la sentencia del Justicia, la bula de León X y de su sucesor Clemente VII.

Sería  vano pensar que el joven Miguel hubiera podido quedarse al margen en aquellos momentos dificultosos. Antes bien, y dado su grado de adultez precoz, debió quedar impresionado por aquella vorágine de tensiones y acontecimientos, a lo que se sumaría las vivencias oscenses fundamentales en la religiosidad aragonesa, las Cantigas y milagros de Nuestra Señora de Salas con su irradiación de culto mariano, estar en un lugar de estelares atracciones del dogmatismo milagrero con la adoración de las Reliquias en Montearagón, de los espirituados” que llegaban para que hicieran salir de su cuerpo el demonio, los incendiarios europeos penados hacia Compostela que debía hacer la ascensión desde Montearagón a San Martín de la Val d’Onsera; en suma, todo un mundo que dio más ribetes formativos a su mirada infantil

Cuando con 17 años cruza los Pirineos, es la última vez que verá su tierra de Aragón,  pero el inquieto Miguel Servet lleva un gran bagaje cultural, porque además de sus conocimientos de griego y hebreo, de matemáticas, historia, geografía y, naturalmente, de religión, sobre todo ello destaca, una enorme talla de personalidad  humana.

Fue quemado vivo en Champell, Ginebra, el 27 octubre de 1553 y el clérigo protestante Sebastián Castellio escribirá una de las más bellas diatribas o improperios en contra de cualquier intento de acallar la palabra por medios represivos:

Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet no defendieron ninguna doctrina, sacrificaron a un hombre. Y no se hace profesión de la propia fe quemando a otro hombre, sino únicamente dejándose quemar uno mismo por esa fe”.

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