Después de la serie colectiva de artículos de Studiosi en El Diario de Huesca sobre la Universidad de Huesca, conjunto periodístico que va a ser publicado en breve como libro aparte, Bizén d’o Río ha seguido elaborando nuevos artículos en los que da a conocer personajes sobresalientes de la Sertoriana. A través de estas entregas, puede atisbarse la extraordinaria aportación de Huesca a su país, a la España de Castilla y Aragón, contribución que solo podrá ser valorada justamente mediante una apuesta decidida de las instituciones. Querría aumentar hoy el muestrario de estos personajes singulares que siempre dio nuestra universidad con unas notas sobre Pablo Sichar Ruata (1751-1831), prócer del que tuve noticia gracias a Bizén d’o Río.
Sobre este Sichar, que fue relevante en la época, se encuentran no pocos datos e incluso artículos de investigación donde se trata de él. Para este trabajo han resultado extremadamente útiles las aportaciones del profesor Guillermo Vicente y Guerrero, tanto por su profundo artículo "Sichar Ruata, Pablo" dentro del Diccionario de canonistas, como por sus trabajos sobre la ilustración, la sociedad y el derecho aragonés en la coyuntura del final del Antiguo Régimen.
Pablo Sichar entroncaba con la insigne saga de los Azara, pues su padre, Benón Sichar Azara, era primo de los célebres sertorianos, los hermanos Félix, José Nicolás y Eustaquio Azara Perera. Nació en Estada. Su madre, Josefa Ruata Abbad, pertenecía a otra familia distinguida del Altoaragón. Se cree que Sichar estudiaría Gramática y Latinidad en los jesuitas de Huesca, Colegio de un alto nivel académico, de cual pasaría a la Sertoriana, donde cursó Filosofía y seguidamente Leyes y Cánones en la Universidad de Huesca.
Tras desarrollarse profesionalmente como jurista en Zaragoza, donde se hallaba la Audiencia Real de Aragón, se ordenó sacerdote en 1784. Lo había animado al sacerdocio un primo de la madre, Manuel Abbad Lasierra, obispo de Ibiza, quien poco después lo llevó junto a él a la isla. Más tarde su pariente Eustaquio Azara y Perera, obispo de Barcelona, consiguió que Sichar fuera nombrado obispo de Gera y auxiliar suyo en la sede barcelonesa en 1797. La consagración se produjo en Lérida, apadrinado por el distinguido político José Nicolás de Azara. Tanto los Sichar, como los Azara y Abbad y otros distinguidos infanzones altoaragoneses, estudiaban en la ilustrada Universidad de Huesca. Por entonces brillaba en la Curia otro familiar educado en nuestra Universidad, Dionisio Bardaxí y Azara, Cardenal vaticano.
Los intelectuales de la época que secundaban al ilustrado Carlos III se habían propuesto renovar los obispados con prelados progresistas. Pero tras la convulsión de la Revolución Francesa en 1789, ya en tiempos de Carlos IV, el catolicismo tenía que evolucionar en un ambiente ahora revolucionario. En medio de esta explosión los obispos debían atesorar prudencia y sólidos fundamentos para guiar con firmeza a los fieles de sus diócesis.
De 1799 a 1808 prosiguió Sichar como auxiliar del siguiente obispo de Barcelona, Pedro Díaz de Valdés, el cual había sido promovido por Jovellanos y Campomanes. Sichar finalmente fue consagrado obispo de Barcelona en 1808, cargo que marcaría su dedicación profesional por el resto de sus días. Su prelatura no pudo empezar en una encrucijada más convulsa, la Guerra de Independencia (1808-1814), y también guerra civil entre los que apoyaban la monarquía napoleónica y los que apoyaban la española, estando estos últimos a su vez divididos entre los que defendían el Antiguo Régimen y los ilustrados progresistas que apostaban por la cambiarlo.
Pablo Sichar, como Jovellanos y otros ilustrados de su generación, tomó partido por la resistencia a José Bonaparte, posicionamiento que le obligó a huir a Mallorca. Fue elegido diputado para las Cortes de Cádiz, pero mantuvo una posición crítica con la famosa Constitución de 1812 que de ellas emanó, pues, tras haberla jurado, firmó El manifiesto de Mallorca junto a otros obispos (1814) en el que denunciaban que la política de Cádiz era “una simple copia” de la de la Revolución francesa por su anticlericalismo.
Otros sertorianos que intervinieron en las Cortes de Cádiz fueron los grausinos Eusebio Bardaxí y Azara, primo del padre de Sichar, y Vicente Heredia y Alamán, de quien Bizén d’o Río escribió una reseña en este periódico (“El Sertoriano que trazó la frontera de los Pirineos”, 4/6/2023), Andrés Lasauca y Collantes, protector de Jovellanos, así como Pedro María Ric y Montserrat, introductor del derecho ilustrado, y Joaquín Palacios, catedráticos ambos de la universidad oscense, sin olvidar a Tadeo Calomarde quien, aunque estudió en Zaragoza, quiso doctorarse en la Sertoriana.
La mayor parte de los diputados aragoneses intentaron frenar los excesos constitucionalistas de Cádiz. Durante el Sexenio Absolutista (1814-1820) Pablo Sichar adoptó una postura conservadora que le granjeó la oposición de los sectores más liberales de su diócesis. Mientras, amante de la cultura y la educación, enriquecía la biblioteca del Seminario de Barcelona, la cual daría lugar al Diccionario de escritores catalanes.
Durante el Trienio Liberal (1820-1823) juró la Constitución de Cádiz y exhortó a los fieles a acatarla, pero tuvo que exiliarse por no apoyar acciones violentas de liberales exaltados. Ello le empujó a presentar la dimisión pero esta no fue aceptada por el Nuncio, lo que demuestra que Roma valoraba sus cualidades en una situación política y social tan complicada.
Fue restaurado en su episcopado barcelonés durante la Década Ominosa (1823-1833), manteniendo no obstante su moderación. Así no estuvo de acuerdo con que los eclesiásticos participaran en los procesos depuración de liberales cuando cayó el "Trienio Liberal" ni secundó las represalias contra los políticos liberales. En ese orden de cosas tampoco apoyó la revuelta popular absolutista de "Los Malcontentos" en 1827. Perteneciente a la corriente episcopalista, estuvo en contra de quienes defendían la infalibilidad del Papa. Las huellas de la Ilustración se muestran en su preocupación por la enseñanza primaria.
Frente a los extremismos, apuesta por elevar la formación de los fieles en aras a desarrollar criterio y posiciones propias, por lo que se observa en su Manifiesto a los fieles de la diócesis de Barcelona, publicado de forma inmediata a la constitución del Trienio Liberal en 1820. Sichar jura la Constitución de Cádiz, que se acaba de reinstaurar y afirma que no es buen católico quien no es amante de la Constitución. Sin embargo, en su Manifiesto, insta a acercarse a ella con atención: “Leed, leed, amados hijos, este código fundamental de los derechos y obligaciones de todos los españoles, leedlo con atención, y ved lo que hallaréis en él que no esté arreglado a los principios de una sólida moral y a los preceptos del Evangelio. El primer mandamiento que impone es la puntual observancia de la Religión Católica, Apostólica Romana con exclusión de toda otra” (Vicente, Diccionario de canonistas y eclesiastistas europeos y americanos).
Se ha adscrito a Sichar a la línea reformista de la Iglesia que intentaba llegar a una armonía entre el poder eclesiástico y el civil. En relación con ello es necesario destacar aquí igualmente su talante dialogante, al parecer constante en su trayectoria. Considera el diálogo, según Vicente, “un instrumento fundamental para subsanar los conflictos”. Pablo Sichar es un buen ejemplo de educando de la Universidad Sertoriana. Aquella institución desarrolló un método pedagógico singular que perduró hasta el final y esto constituyó un gran logro. Se formaban personas cabales capaces de servir a su patria, y ello fue el sino y orgullo de esta Universidad.
Desentrañar y mostrar los logros de la Universidad Sertoriana es un deber de Huesca y de las instituciones de Aragón. El centralismo ha traído la pobreza y la despoblación a no pocos territorios de Aragón. Cientos de personajes destacados en la época como Pablo Sichar, y otros miles que obtuvieron una formación cabal en esta Atenas pirenaica, pulularon por los caminos que iban desde Navarra a Cataluña, bajo el salvoconducto del Maestrescuela de la Sertoriana, representante del Rey, sembrando en sus respectivas localidades una cultura y profesionalidad características. Por eso y a la vista de las dificultades de la nación en los decenios posteriores, cabe preguntarse: ¿Fue acertada la supresión de la Universidad de Huesca?