Sentido y valor de los libros en la Huesca renacentista: el peso de la insigne Universidad Sertoriana

La mayor parte de las grandes bibliotecas pertenecían a hombres religiosos y juristas, muy vinculados a la Universidad Sertoriana

Laura Fontova Sancho
Studiosi pro Universitate Sertoriana
15 de Octubre de 2023
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El peso de la Sertoriana en la edición de libros fue muy importante
El peso de la Sertoriana en la edición de libros fue muy importante

Todas las civilizaciones a lo largo del tiempo han querido mantener el conocimiento escrito debidamente organizado para su pronta localización, tal y como se ve en época temprana en los pinakes o listas de libros con las que Calímaco inventarió la Biblioteca de Alejandría.

Paulatinamente estos inventarios se irán haciendo cada vez más complejos hasta llegar en la Alta Edad Media a las primeras clasificaciones consideradas como tal: la de San Agustín y las Etimologiae de San Isidoro de Sevilla, punto de partida de las clasificaciones medievales que reflejaban la máxima de que la filosofía estaba subordinada a la teología. La interiorización y adaptación en las clasificaciones de las enseñanzas universitarias del trivium y el quadrivium, añadido al desarrollo de nuevos movimientos culturales y sociales, derivará a final de la Edad Media en el reflejo de la idea de que las ciencias eran auxiliares de las Sagradas Escrituras. Pero hay que entender que el manejo de estas vastas obras no era precisamente intuitivo, pues hacía falta tener un gran conocimiento de la disciplina en la que se pretendía buscar una obra, ya que como en todas las clasificaciones e índices de autoridades de los libros medievales y comienzos de la Edad Moderna, las entradas eran alfabéticas por nombre de pila del autor, lo que hacía complicado sistematizar el saber que comprendían y la autoría a la que remitían a pesar de las prolijas glosas y referencias cruzadas que llevaban.

No será hasta 1545 cuando Konrad Gesner no modifique el orden de alfabetización de los autores. Clasifica las obras previamente por materia y luego, una vez organizados por disciplinas, los ordena alfabéticamente por el nombre de pila. A su vez remite al final al apellido, pero como entrada no aceptada. Esta pequeña pero importante traslación con que organizó el saber le valdría a Gesner el apelativo de “Padre de la bibliografía”. La Inquisición considerará fundamental su ingente obra para localizar los autores estimados heréticos, pues permitía la identificación de todas sus obras de una manera rápida y eficiente, al poder conocer, por ejemplo, todas los libros de Erasmo de Rotterdam de una sola ojeada, incluyéndolos así en la edición correspondiente del Index Librorum Prohibitorum.

Con el conocimiento de nuevas disciplinas científicas, a las que Gesner había dado ya cabida al adaptarse a las corriente cultural de su época, surgieron diferentes clasificaciones como la del jesuita Posevino, Araoz o Nicolás Antonio, las cuales dando un salto de gigante nos llevarán hasta las actuales clasificaciones decimonónicas que, como la Clasificación Decimal Universal o la Dewey (ésta última en países anglosajones) constituyen uno de los instrumentos de trabajo más importantes de las bibliotecas actuales.

Mas no hay que perder de vista que una clasificación, sea apriorística o realizada a posteriori, compila el conocimiento de una época, por lo que debe ser un instrumento bibliográfico flexible y capaz de reflejar y absorber todos los cambios científicos del momento. Pero también es sin duda un fiel reflejo de la mentalidad de la sociedad en la que nace, lo que ayuda a ver el mundo con los ojos de los coetáneos que la concibieron y usaron.

Podría ser un buen ejemplo de ello una clasificación nacida entre los siglos XVI y XVII, fecha en la que en Huesca se instala en 1575, contratado por la Universidad, el primer impresor de la ciudad: Juan Pérez de Valdivielso, oriundo de Lanaja, quien imprime el primer libro editado por la Universidad de Huesca titulado In logicam sive dialecticam Aristotelis commentaria, más conocido como La lógica de Juan Gascón, maestro en artes de la Sertoriana. Además, por esas fechas tempranas los documentos recogen dos libreros haciendo diversos trabajos para la Universidad: Pedro de Pisa y Diego López; el primero de ellos, suegro del impresor Pérez de Valdivielso que estaba casado con Juana de Pisa, quien al enviudar heredaría la imprenta de la Universidad y la arrendaría a los impresores Joachim de Oldersum primero, y luego a Pedro Blusón, quien continuaría con el cargo de impresor de la Universidad durante el siguiente siglo. También jugaría un importante papel en la circulación del libro en la Universidad el doctor Juan de Torregrosa, maestro de la Escuela de Gramática, tal y como parece por los ciento sesenta ejemplares en rama (sin encuadernar) de la obra de Divina y varia poesía de Jaime de Torres, mercedario y maestro de la Universidad oscense.

Aunque aparentemente parezcan datos aislados, parece probable que la Universidad Sertoriana sentía inquietud por fomentar la circulación de libros en una ciudad renacentista como la Huesca del siglo XVI, donde a pesar de las exiguas rentas asignadas, éstas se destinaban con esfuerzo al pago del salario del impresor y de diversos trabajos de libros encargados a los libreros.

Diversos estudios reconocen que las bibliotecas privadas del Siglo de Oro continuaban en su mayor parte organizándose por facultades y dentro de éstas por tamaños, y Huesca no fue una excepción, ni en las bibliotecas privadas ni en las bibliotecas de las instituciones religiosas, que son de las se han localizado inventarios.

En los Estatutos ordenados por el Obispo de Barbastro para la visita y reforma de la Universidad en 1599 se reconoce que entre la necesidad de nuevas fábricas para la institución universitaria se cuenta la Librería (biblioteca) del Estudio General que estaba aún por hacer. Años antes se encuentran, además de la voluntad recogida en la norma académica, algunas donaciones de personas en sus testamentos dejando libros para cuando estuviera construida, como en el testamento que hace el 28 de junio de 1531 el doctor en cánones y medicina Juan Serra, quien deja 3 libros para la “librería que en dicho estudio de facultades se fará”.

Mas a pesar del dilatado tiempo transcurrido entre ambos documentos que ponen de manifiesto tan notoria carencia, ¿por qué no hacer un ejercicio de imaginación y ver el vasto conocimiento que se acumulaba en las aulas universitarias a través de una clasificación de un hombre de su tiempo? Para ello se puede aplicar la clasificación de Francisco de Araoz realizada en 1631 y recomendada por el propio Arias Montano para clasificar la Biblioteca de El Escorial, aunque finalmente emplearan otra clasificación.

Siguiendo a Araoz en su obra De bene disponenda biblioteca, los libros se clasificarían en quince categorías jerarquizadas a partir de cuatro grandes grupos que distribuirían el saber acumulado yendo desde lo mundano hasta lo divino: Verbum o la palabra; Res o del mundo; Homo o del hombre moral; y Deus o de lo divino.

Dentro del Verbum se encontrarían las obras pertenecientes a las categorías de gramática, obras de referencia, oratoria, literatura en prosa y literatura en verso.

Perteneciente al grupo del Res entrarían las obras de las categorías de Ciencias exactas o tecnología (geómetras, músicos, aritméticos, astrónomos, pesos y medidas, descripción de reinos, relojes, dibujo y perspectiva, arte militar, monedas, ingenios mecánicos, reglas de juegos) y de las Ciencias naturales y aplicadas (filósofos de la naturaleza, medicina, preparadores de alimentos y condimentadores, agrónomos, metales y piedras preciosas).

En el grupo del Homo o del hombre moral y social estarían los libros que pertenecen a la categoría de ética (tratados, fábulas morales, jeroglíficos, emblemas, símbolos y proverbios) y de derecho civil.

Y en el último grupo de Deus o de lo divino entrarían las categorías de derecho canónico, teología escolástica, Sagrada Escritura, historia sagrada, patrística y culto religioso.

Señalar que como toda clasificación, cada categoría se dividiría a su vez en subcategorías que corresponderían en su mayor parte a disciplinas concretas del conocimiento de la época. Como ejemplo, destacar la diferencia que establece la cuarta categoría de la Literatura en prosa cuando se desglosa en dos subcategorías: la de los historiadores profanos veraces y la de los historiadores fantásticos o historias fingidas. Éstas últimas eran aquellas que asemejaban su estructura a una historia épica al estilo de los historiadores clásicos, pero que en realidad albergaban un relato no verídico, de ahí que en su época se conocieran estos libros como historias mentirosas. Encajarían aquí libros como La Celestina o El Lazarillo de Tormes.

Tras la relación expuesta, como se aprecia será el último grupo sobre Deus o de lo divino donde se encontrarán el mayor número de subdivisiones, y será en la última categoría, la quince, la que se refiere al Culto religioso donde Araoz clasificará los libros que hablen de Poetas espirituales (himnos que se cantan en la iglesia o poesías en alabanza de Dios), Libros oracionales (breviarios, martirologio, epacta, libros de horas), Libros para la liturgia (misal, ritual, exorcismo, ceremoniales, instrucciones de sacerdotes).

Como se ve, la Contrarreforma había dejado huella en la sociedad española y por supuesto en su manera de organizar el mundo, al clasificar el conocimiento de lo sagrado y de la perfecta comunión con Dios en el lugar más alto de la jerarquía del saber.

Como es de esperar el estudio de las bibliotecas privadas oscenses localizadas en los inventarios postmortem del siglo XVI inclina la balanza hacia la posesión de lecturas religiosas y de derecho civil, puesto que la mayor parte de las grandes bibliotecas pertenecían a hombres religiosos y juristas, algunos vinculados a la Universidad sertoriana. Lo que sí tenemos es la certeza de que por las aulas y la biblioteca de la Universidad circularon lecturas de las obras de Galeno, Esopo, Santo Tomás de Aquino, Hipócrates, San Agustín y Virgilio entre otras. Lista ampliada por libros guardados en bibliotecas privadas que atesoraban lecturas como las de Hernando del Pulgar, Juan de Mena, Vives, Palmireno, Sacrobosco, Biel, Azpilcueta, Avicena, Guy de Chauliac, Huarte de San Juan, Institoris, Engels, Erasmo o Pedro Mejía; bibliotecas cuyo propietario había ocupado un cargo en el Consejo, en el claustro de nuestra insigne Universidad o había tenido alguna relación con la institución universitaria.

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