La vaca enmaromada de Barrio Nuevo

Memoria de otro tiempo: Los orígenes y las dificultades de los espectáculos taurinos

Cronista de la Comarca de La Hoya de Huesca. Académico de la Real de San Luis
09 de Octubre de 2022
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Cantigas de Alfonso X
Cantigas de Alfonso X

Buscar los orígenes de los espectáculos taurinos nos llevaría al siglo XIII al encontrar la primera disposición acerca de su celebración en el Código de las Siete Partidas del monarca castellano Alfonso X el Sabio, quien, inspirado en el IV Concilio Ecuménico de Letrán de 1215, en los cánones 14-17 trataba de las irregularidades del clero en la asistencia a farsas y exhibiciones histrónicas, incluyendo en éstas los espectáculos taurinos (lidiar los toros, u otras bestias bravas, e ir a ver los que lidian).

Tres siglos después, los Sínodos de Burgos, Sevilla, Orense, o el de Oviedo, 1503 a 1553, nuevamente marcan la prohibición hacia los clérigos de participar o ver corridas de toros. Además, el Concilio de Zaragoza de 1566 ordenaba que “ningún clérigo de orden sacro ande en el cosso ni salga disimulado a toros” , a pesar de que en las Cortes de Valladoilid de 1555 se había solicitado al rey que “fuera servido de mandar que no se corran los dichos toros”, en las Cortes de Madrid de 1567 se hacía pública la Bula de Pio V “De Salutis Gregis Dominici” por la cual se excomulgaba a todos los príncipes cristianos que celebrasen corridas de toros en sus reinos, y en España, Felipe II aunque no era muy amante de estos festejos, contestaba a los nobles sobre la disposición papal, que si prohibía que se corrieran los toros, bien se podrían divertir los españoles corriendo vacas. Haciéndolo así en numerosas poblaciones, hasta el siglo XVIII  en que Carlos IV promulga la Real Pragmática Sanción de 1786 que prohíbe los toros de muerte. Pese a ello, se continuaron festejando corridas por lo que este mismo rey se vería obligado a dictar una Real Provisión en 1790 en la que se prohibía correr novillos y toros de cuerda por las calles y posteriormente, mediante Real Pragmática de 1805, se volvía a prohibir absolutamente en todo el Reyno la fiesta de los toros y novillos de muerte.

En la ciudad de Huesca, existió un arrabal musulmán, el de “al-Garbi”, con varias mezquitas, que tras la conquista de la ciudad por Pedro I conservó su nombre hasta el siglo XIII, repoblándose por judíos que tuvieron una sólida situación económica mediante la industria (argenteros o plateros) y comercio. Esta judería se apiñaba sobre la muralla pétrea, junto a la puerta de Ramián. Posteriormente, tras la expulsión de los judíos en 1610, el Obispo D. Diego Monreal concedería indulgencias a quienes llamaran “Barrio Nuevo” a la antigua judería, que verá ocupadas las antiguas viviendas por nuevos moradores, en gran parte agricultores y artesanos, que levantan edificios y consolidan las anteriores viviendas dando a este barrio una nueva vida, y en ese intento revitalizador, desde antiguo celebrará una fiestas dedicándolas a Nuestra Señora del Pilar que desde la Iglesia del Convento de Capuchinas en 1648 protege a este sector de la población.

Haciendo caso omiso a las Pragmáticas y Prohibiciones sobre toros, este Barrio Nuevo celebró durante muchos años dentro de sus festejos “la vaca enmaromada” que se corría en el cruce del Coso Alto formado por el dicho Coso, Plaza de Lizana y San Jorge, pasando la soga o maroma por la argolla del pilón existente en la esquina del palacio de los Climent. Sin embargo, tras la grave cogida de Frascuelo en 1876 que dio pie a un gran revuelo contra las fiestas con toros, la juventud de Barrio Nuevo publicaba el día 11 de octubre de 1880 la decisión de suprimir en las diversiones populares de ese año, “la vaca enmaromada”, y así lo anunciaba a la prensa, que desde hacía cinco años daba conocimiento de estos festejos sin contar con altercado o incidente alguno, una decisión que recibía el beneplácito del alcalde señor Pérez Satué, pues Huesca ya contaba con plaza destinada a la lidia de toros, donde el espectáculo era aceptable y no vulneraba ningún derecho.

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