Una de las particularidades del teatro es que nunca una función es igual a otra. Pueden diferenciarse por avatares técnicos que son solventados sobre la marcha, por la diferente disposición del público, por el estado anímico del personal en el escenario... En fin, muchas son las variables que conforman ese espectáculo teatral que constituye, en sí mismo, la magia del escenario.
Y todas ellas se han aliado esta tarde para ofrecernos un “El bandido Cucaracha” de siempre, pero con muchos matices diferenciadores que han hecho de la función de hoy un espectáculo irrepetible.
En primer lugar, el público: gentes de Villanueva de Sijena que no conocían el Corral de Comedias. En segundo lugar, la luz diurna que ha permitido la visión directa de espectadores y actores, dando lugar a muchas rupturas de eso que se llama la cuarta pared, y que, cuando sabe romperse con un guiño de complicidad o con una mirada directa al público finalizando un párrafo, denota la calidad de los actores y la conexión con el patio de butacas.
Y, en tercer lugar, las sorpresas: Roberto Nistal en su papel de “apretador”, una especie de acomodador de expeditivas maneras que interrumpe la explicación del director Luis Casáus cuando éste muestra el zaguán y explica su razón de ser al público. La sorpresa no acaba aquí: una vez dentro, Roberto cede la vara y el chambergo a un joven Víctor, actor novel que recoge ambos aditamentos y ejercerá, desde ahora, ese cometido.
Y aún hay otra sorpresa; un auténtico regalo: José Bellosta interpreta, como Pármeno, un criado referenciado en La Celestina, un aplaudido monólogo que despierta sonrisas cómplices, cuando no carcajadas, en alguno de sus pasajes.
Tampoco acaban aquí las sorpresas. Un espectador, posiblemente el más jovencito de este Corral, interactuará con actores y público desde el patio de butacas, remedará sus vestiduras, gesticulará y se convertirá en una atracción más de la función. Marcos, que así se llama el espontáneo muchacho, será recompensado al final de la función con un puesto especial en la foto recuerdo con el elenco y el director.
Por lo demás, poco más se puede decir sin desvelar demasiado de la función. Tan sólo reconocer el excelente trabajo actoral: un Roberto Nistal (Cucaracha) al que hemos visto en diferentes papeles, derrochando energía y pasando de la simpatía “casi bonachona” a la crueldad en instantes. Y dos compinches que lo acompañan (Antolín Santolaria, “El cerrudo de Lalueza”, y José Bellosta, “El molinero”) dominando la parte izquierda del escenario, casi inmóviles y dando el contrapunto gestual al texto de Cucaracha. En sus manos, el acompañamiento musical: flauta, cajón de percusión, violín y guitarra. Impecables actuaciones que, en varias ocasiones, los hacen levantarse de su espacio para entonar coplillas del lugar.
Y, en la última fila de butacas, el director, adaptador y autor de esta función (“Cucaracha. Sangre, amor y muerte en Los Monegros”), escudriñando cada párrafo, observando cada movimiento y, seguro, tomando decenas de notas.
Un espectáculo teatral que ha suscitado los parabienes de la asistencia. Incluso el actor que ha encarnado al bandolero ha declarado, al término de su trabajo, la satisfacción que ha obtenido esta tarde con esa conexión directa con el público y en este espacio que, no por conocido, deja de admirarle.