Hubertus de Löwenstein, el 'príncipe rojo', liberal y católico al que su "turismo de guerra" asomó al cerco de Huesca

José María Ballestín presenta en el Instituto de Estudios Altoaragoneses el libro basado en las memorias del verano de 1937 con notas para contextualizar la historia del noble alemán

29 de Enero de 2025
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Hubertus de Löwenstein, el príncipe rojo al que el "turismo de guerra" asomó al cerco de Huesca

"Hubertus de Löwenstein y su viaje del verano de 1937. Un católico en la España republicana" ha traído a través de su autor, José María Ballestín Miguel, la figura de un noble liberal, cristiano y antifascista que llegó a un país en Guerra Civil atraído por la observación y por las preguntas sobre un conflicto distorsionado en la percepción generalizada en el Hollywood en el que huía de la persecución nazi que le tildaba despectivamente como "el príncipe rojo". Un personaje de una personalidad tan poderosa que, tras la segunda gran guerra, varió su percepción hacia el anticomunismo más convencido.

Irene Abad, directora del Área de Historia del Instituto de Estudios Altoaragoneses (IEA), ha asegurado en su presentación que su lectura le ha motivado la acumulación de apuntes por las conclusiones que surgen de un libro pequeño pero cargados de reflexiones. Un relato muy original "no sólo en la forma, en esa combinación entre viajes de ida y vuelta de lo local a lo global, de lo global a lo local, sino también en el contenido. ¿Qué hace un noble alemán liberal, católico y antifascista en España en ese verano concreto de 1937?" Y ahí se acuña un concepto, el de "turista de guerra".

Este fundamento da paso a una "serie de aristas no solamente del personaje, no de las observaciones que el propio personaje va a hacer que es sumamente importante y representativo para saber qué estaba pasando en la España de esos momentos, sino que al mismo tiempo nos lleva a un análisis conceptual de la época sumamente interesante". De las observaciones de Hubertus, "podemos reflexionar sobre republicanismo, sobre antifascismos, sobre el concepto turismo-turista de guerra, sobre las interpretaciones del comunismo que existen de la época o de cuando Hubertus empieza a divulgar va a extraer.

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Una de las conclusiones representativa es "cuando Hubertos dice que lo está pasando en España es la antesala de lo que va a pasar en Europa. Y así fue. La historia nos ha confirmado que aquella observación meticulosa basada en los viajes, en las entrevistas con personajes, en visitas a instituciones o a un refugio de niños, la cronología de viaje, su relato de análisis en primera persona de su estancia en España representa no solamente una crónica de la España del momento, sino un análisis histórico insteresante de la Europa de 1937".

CORPUS DE NOTAS PARA EL CONTEXTO

José María Ballestín Miguel ha iniciado su intervención recordando que Hubertus de Löwenstein consideró motu propio que "en la guerra española de 1936 la causa justa estaba del lado de la república democrática violentada y no del lado de los generales monárquicos en connivencia con la Italia fascista que se habían sublevado contra él". Abundaba el autor en que era un noble alemán nada sospechoso de filocomunista y profundamente católico, lo que hace de él un caso singular para abordar su visita en el verano de 1937 a la España en guerra.

A esta ecuación de variables (noble alemán, liberal, no comunista y católico) le faltaría la diferencial y clave para entender su viaje en 1937: "Su conocimiento del gobierno nazi alemán que intervenía en España apoyando a los sublevados".

Ha expuesto el autor el motivo que le dio la ocasión de visitar este "jardín de nuestro pasado histórico" por un "equívoco afortunado". Llegó a sus manos en 2021 una foto del Archivo Nacional de Cataluña titulada "Retrato del príncipe Francesc Josep de Lichtenstain, príncipe heredero de Liechtenstein, con combatientes europeos". Tras investigar durante semanas y meses, se convirtió en el príncipe Hubertus de Löwenstein. "Me resultó interesante que había escrito un librito titulado Un católico en la España Republicana", por lo que presentó un proyecto de investigación sobre ese librito inédito.

Ha realizado en primer lugar una proposición para que las instituciones dediquen un "poquito más de presupuesto" a la recuperación y catalogación de fotografías para que puedan ser consultadas, como la labor del proyecto Gran Archivo Zaragoza Antigua (GAZA) en el que dan valor a las fotografías y sus relatos.

En este libro aparece la traducción por primera vez en lengua castellana acompañado por un estudio introductorio y diversas consideraciones. "Se produce una fisura importante en su vida. La primera la que fue hasta su visita a la España republicana en 1937, el principe rojo, como fue denominado por los nazis en Alemania como forma de descalificar a todos los que no estaban con ellos, eran rojos por comunistas, socialistas, judíos, homosexuales, esos elementos que lamentablemente años después están siendo revisitados en nuestros tiempos. Y a partir de 1945 el mundo que salió de la guerra era completamente distinto a como empezó, marca el inicio de lo que los historiadores han denominado una Guerra Fría con dos bloques diferenciados, el comunista y el autodenominado mundo libre".

En esa consideración, ha agregado Ballestín, "Hubertus aceleradamente dejó de ser el príncipe rojo para convertirse en un profundo adalid, con la misma convicción con que había sido antifascista, antinazi y había considerado que en la guerra civil española el bando republicano era el que merecía la pena, de un anticomunismo militante de forma que él mismo empezó a utilizar el adjetivo rojo con el mismo aspecto peyorativo con que los nazis se lo adjudicaron a él. Y se convierte en un adalid de la OTAN del mundo libre, anticomunista, viajó a la Hungría ocupada por los soviéticos en 1936. Por supuesto, fue detenido, encarcelado y extraditado, vivió todos los elementos que uno pueda imaginarse y acabó sus días como un profundo anticomunista tanto por los países comunistas existentes en 1945 como todos aquellos que habían surgido a lo largo del siglo XX, tanto China como el último ejemplo que vivió Hubertus que fue la revolución sandinista en Nicaragua".

Ha recordado que Hubertus escribió las memorias en "cuatro o cinco días frenéticos con sus noches frenéticas" y las 112 páginas son el original de lo que recordó del viaje, sin tener conocimientos de la historia de España. "El propio lado republicano tenía una pluralidad de sensiblidades que a cualquiera le parecía abrumador. Con este desconocimiento, en muchos casos se dejó llevar por las posiciones de las personas que tenía a su alrededor, en este caso, aquella sensibilidad católica que él pensaba que era referente en la España Republicana y sus referentes fueron del partido Unión Democrática de Cataluña". De ahí la introducción de un corpus de notas a pie de página para contextualizar con consideraciones comúnmente admitidas.

ATRAÍDO POR LA CURIOSIDAD

El estímulo de Hubertus fue "comprobar si todo lo que habia escuchado fuera de España de la guerra civil de que aquí se estaba viviendo una cruzada religiosa, que se estaba defendiendo la civilización occidental de las hordas asiásticos, de los asesinos de curas, violadores de monjas, quemadores de iglesias y conventos, etcétera, era así y lo quiso ver de primera mano". De ahí que quiso entrevistarse con el ministro de Justicia, que era un católico vasco para plantearle todas esas dudas y visiones del conflicto español fuera de las fronteras.

Se había enterado mientras estaba en Hollywood intentando ganarse la vida como guionista y le llegó la noticia del estallido de la guerra civil, y comprobó que un sector mayoritario de la prensa asumió como propia la versión de los sublevados sobre la cruzada y la salvación de la civilización occidental.

Tras su llegada a Cataluña, la Generalitat le envió en coche al frente de Aragón para que viera el cerco de Huesca y la ofensiva de Zaragoza para que viera "cómo la república no sólo no retrocede sino que está dispuesto a tratar de tú a tú a los fascistas".

Vivió el cerco de Huesca, la masacre de Quinto de Ebro y los bombardeos de Belchite, "lo que le produjo bastante impresión". Al objetivo inicial de Hubertus, la deriva belicista marcó el libro y nombra Montearagón, Quicena, Tierz y localidades cercanas a Zaragoza, especialmente Quinto. "Descubrió, visitando la ciudad unos pocos días después de que fuera tomado por el Ejército republicano, que no se habían retirado los cadáveres de las calles. Y le impresionó comprobar que el último reducto defendido por los fascistas de Quinto fue la Iglesia en lo más alto. Dice que estos defensores de la religión utilizan las iglesias para convertirlas en reductos de guerra. No le entraba en la cabeza".

Prosiguió viaje a Madrid a uno de los grandes mitos y leyendas de la resistencia, "el no pasarán, el Madrid no caerá, no será tomado, etcétera. Visitó la ciudad universitaria y vio los efectos de los bombardeos sobre el casco urbano al margen de cualquier tipo de objetivo militar o estratégico". Y, de vuelta a Valencia, finalmente se entrevistó con el ministro de Justicia, entrevista a la que dedica varias páginas con preguntas interesantes: Hubertus interpela al ministro sobre si la república hubiera sido más flexible con religión y venderlo a una realidad bastante mediatizada con un discurso bastante contrario, entendía que hubiera sido posible que el gobierno hubiera adquirido más dignidad ya que dice que no persigue la religión. Dos días después marchó a su exilio en Londres.

El libro se complementa con la parte fotográfica nutrida principalmente de su paso por Aragón, con lagunas importantes propias de la época en la que no se daba importancia a estas imágenes, y también con su parte biográfica en sou orígenes de defensa de la República de Weimar que era "un sistema manifiestamente mejorable, pero democrático y constitucional", que le supuso problemas a nivel familiar y, con el ascenso de laos nazis, la única posibilidad del exilio "por su compromiso porque consideraba que, a pesar de su nacimiento en cuna noble, tenía que mancharse las manos con la defensa de la Constitución y la República de Weimar desde un punto de vista bastante normalizado de dar mítines, arengar a los militantes de los partidos republicanos y democráticos". Eso desde el primer momento le convirtió en un objetivo preferente del partido nazi que le adjudicó la etiqueta de "príncipe rojo, que junto con satánico era lo más grave que se podía decir".

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