Jesús Marchamalo: "Los libros nos construyen y hablan de nosotros"

El Premio Nacional de Periodismo Cultural impartió una conferencia en Huesca, acompañado por José Luis Melero

DH
06 de Febrero de 2024
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Jesús Marchamalo: "Los libros nos construyen y hablan de nosotros"

Jesús Marchamalo siempre ha vivido entre libros y le encantan: leerlos, llevarlos y traerlos, tocarlos y subrayarlos. También le fascina saber cómo son sus propietarios, cuáles son sus autores favoritos, cómo los ordenan y dónde los guardan. Hace años que trabaja en un proyecto sobre bibliotecas de escritores y ha visitado decenas de ellas.

Colabora en la radio, en periódicos y revistas recomendando autores y lecturas, de modo que estos singulares objetos forman parte de su paisaje habitual. No sabe cuántos tiene, ni le perece sencilla la tarea de contarlos, apilados, en muchas ocasiones, en torres a punto de colapsar. Y nunca ha sabido sin son muchos o pocos, ni siquiera si son los suficientes.  Azorín tenía 7.000 cuando murió y Vicente Aleixandre, unos 3.000.

El Instituto de Estudios Altoaragoneses de la Diputación Provincial de Huesca ha celebrado, un año más, el aniversario de Ramón J. Sender (1901-1982) y lo hizo con la conferencia titulada Esa manía de vivir con libros, a cargo del escritor y periodista Jesús Marchamalo, Premio Nacional de Periodismo Cultural y autor de más de una veintena de libros.

El acto, que se celebró en el salón de actos de la Diputación de Huesca, organizado por el Centro de Estudios Ramón J. Sender del Instituto de Estudios Altoaragoneses, fue introducido por su coordinador, el profesor Luis Gómez Caldú, y contó también con la participación del escritor y bibliófilo aragonés José Luis Melero Rivas.

Melero presentó a Marchamalo, "el mejor amigo con el que uno puede soñar", como una persona que siempre está pensando en hacer felices a los demás. Después, puso numerosos ejemplos en los que le había sorprendido con libros dedicados por Ernesto Cardenal, o Rafael Sánchez Ferlosio; una foto firmada por José Sacristán, o Juan Eduardo Zúñiga; o unas naranjas caídas al suelo, frente al despacho de Paco Brines.

Aprovechó Melero para recordarle al expresidente de Aragón Marcelino Iglesias, presente entre el público, que le había pedido en varias ocasiones que le regalase su boina, y su insistencia tuvo premio, al finalizar el acto.

Por contrapartida, Melero y Marchamalo regalaron a Alberto Sabio un trozo de parqué de la biblioteca de Vicente Aleixandre, para que lo depositase en el Instituto de Estudios Altoaragoneses o hiciese con él lo que considerase más conveniente.

"Nuestro fetichismo llega a unos niveles verdaderamente patológicos y no tanto por lo que intentamos conseguir, sino por cuánto nos divertimos", señaló.

DE LIBROS Y BIBLIOTECAS

Jesús Marchamalo comenzó su intervención con uno de sus ejemplares más queridos, la primera edición de Octubre, octubre, de José Luis Sampedro, que lleva con él más de cuarenta años, como dijo, "sobreviviéndole a mudanzas, viajes, traslados y esas vicisitudes que ocurren con los libros: se mojan, amarillea el papel, se pierden por error, los prestas y jamás te los devuelven…". Por supuesto, lo tiene dedicado: "Para mi viejo amigo y cuidadoso guardián de este libro, con los mejores recuerdos y un abrazo, José Luis Sampedro… De vez en cuando, según dijo, lo lee como quien visita a un viejo amigo.

Entre las bibliotecas que ha visitado, se refirió a la del añorado Javier Marías, y a la de Luis Goytisolo, en Bimbodí, desde la que se asoma a un jardín de cipreses. También ha recorrido la de Rosa Montero, en la que sólo habitan los libros importantes de su vida, y los que todavía no ha leído, y la de Fernando Savater, llena de muñequitos, fotos de caballos y libros cruzados. “Lo único que me fastidia del desorden, es que me ocurre con frecuencia que tengo que comprar un libro que sé que tengo porque no me compensa ponerme a buscarlo”, le confesó.  

También citó otras que, tristemente, han desaparecido, como la de Baroja en la calle Mendizábal, donde se perdieron no sólo muchos de sus libros sino también cuadros y grabados de Ricardo Baroja; la de Juan Chabás en la calle Fuencarral, que ardió en un bombardeo; la de Ramon Gómez de la Serna, que, antes de partir para Argentina, le dijo a su portera que se quedara con lo que quisiera.

"Poco o nada se sabe del destino de la biblioteca de Sender. Él vivía con Amparo Baraón y sus dos hijos en la calle Menédez Pelayo 55 donde el Ayuntamiento de Madrid colocó esa placa en 1993. Cuando estalló la guerra estaba con su familia en San Rafael, de vacaciones. Desde allí,  su mujer y los niños viajaron a Zamora donde Amparo sería fusilada unos meses más tarde, y él cruzó el frente y se incorporó al ejército republicano. En los meses siguiente pasó por Madrid sólo de forma ocasional, y es difícil que consiguiera salvar su biblioteca antes de pasar a Francia y marchar al exilio con sus hijos", explicó.

Marchamalo señaló que no sabe cuántos libros pudo atesorar Sender, pero sí que en 2001 llegaron a España -ahora están aquí en Huesca en el espacio Sender- algo más de ochenta  ejemplares de la biblioteca de San Diego. Libros de Agatha Christie, Orwell, Bosusoño, Heberto Padilla…

La manera de ordenar los libros, también en ello se detuvo Marchamalo. "Me acuerdo que me contó Pisón que todos sus problemas con los libros comenzaron el día en que su mujer, hizo un curso de biblioteconomía y reordenó la biblioteca atendiendo a criterios técnicos, biblioteca en la que desde entonces, Pisón, es incapaz de encontrar nada: “desconfiad, dijo yo creo que Azorín, de las bibliotecas  ordenadas”.

En su caso, hay libros que ordena por editoriales, por ejemplo Siruela; otros por cómo están encuadernados, como los de Aguilar; y los libros de poesía en el cabecero de la cama. "Fue algo que me contó que hacía David Trueba, y no se me ocurre un sito mejor".

Jesús Marchamalo tuvo su primer carné de lector de la biblioteca a los quince años y, desde entonces, no ha dejado de alimentar su pasión por los libros. "En la biografía de Sender de Vived Mairal que me recomendó mi amigo Melero, se cuenta cómo, lector voraz, el joven Sender iba todos los jueves a la biblioteca de Acción Social Católica, en la calle Espoz y Mina, de Zaragoza, para leer revistas de alpinismo, a Stendhal, Dostoievski, y a Valle Inclán a quien, ya en Madrid, acompañaba a veces andando a su casa. ¡Ay!", manifestó

Y si tuviera que citar cuatro bibliotecas que le han impresionado, a su boca asomarían los nombres de Guillermo Cabrera Infante en su casa de Londres;  Gastón Baquero, a quien conoció en los primeros años ochenta en Radio Nacional; la de Julián Marías, absolutamente tomada por los libros; y la de José Emilio Pacheco, en Ciudad de México. "Un día, allí en su estudio tropezó con una pila de libros, que se cayó con un enorme estrépito y le golpeó en la cabeza. Murió dos días más tarde".

Antes de recalar en Huesca, el periodista y escritor hizo un alto en la biblioteca de su amigo Melero y contempló las ocho baldas que tiene de Sender. Primeras ediciones, reediciones antiguas y modernas compradas a lo largo de los años. "Me encantó leer en Monte Odina, el último libro de Sender, sobre esa biblioteca imaginaria, fantaseada, de diferentes pisos, escaleras corredizas -escribe- y ventanales góticos, llena de libros en los que retirarse a vivir. Este es el manuscrito original, que se guarda en el Instituto de Estudios Altoaragoneses.

La última confesión de la tarde llegó en el momento de revelar qué libro salvaría de un incendio, de un desastre, de una avalancha y se decantó por Nuevas Canciones, de Machado, publicado por Mundo Latino en 1924, y que tiene la firma del propio autor en una de las hojas de cortesía.

"Me insisten, de vez en cuando, en que lo importante de los libros es la literatura, lo que cuentan, sus mundos. Y es verdad. Aunque nunca es del todo cierto. Los libros guardan también el sol, los subrayados, los papeles que uno deja entre sus páginas, el recuerdo de las librerías, las entradas de cine o de museos. Los libros que, de algún modo secreto, nos construyen y hablan de nosotros. Ese lugar también donde perderse, y donde, a veces, enloquecer. Y qué suerte íntima, infinita, ser lectores".

 

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