Jorge Klainman: "Los soldados nos miraban a los judíos y lloraban como criaturas"

Una de las grandes voces del Holocausto remite su testimonio online al Foro Internacional Democracia y Totalitarismos como cierre de las jornadas

31 de Enero de 2023
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Jorge Klainman, testimonio severo y real del Holocausto.
Jorge Klainman, testimonio severo y real del Holocausto.

Jorgen Klainman ha sido el gran deseado del I Foro Internacional Democracia y Totalitarismos: el Holocausto como Advertencia. Los embajadores Alfonsín de Argentina, junto a los de Chequia, Eslovaquia y Austria, se hicieron presentes, como el magnífico profesor Avraham Milgram y el director del Memorial de Hodonín, Radovan Krhovský. La palabra sabia se apoderó del escenario, como las imágenes y la voz de Michaela Vidláková. El último día, ya se notificó que el polaco de Kielce superviviente de cinco campos nazis se manifestaría a través de una conferencia on line en unos días. Hoy, martes 31 de enero, ha sido esa fecha. 

"Me hubiese encantado estar junto a ustedes en este día tan importante para la gente libre y de buen pensamiento, pero tengo 95 años y, si bien de la cabeza tengo solamente 50, físicamente tengo de todo. Y el médico me prohibió viajar para estar con ustedes. Así que se van a tener que conformar con escucharme en algunas cosas muy importantes, porque para contarles todo necesito varias horas", ha arrancado con humor este judío polaco nacido en Kielze.

Ha narrado certeramente su odisea. "Éramos una familia de seis personas. En 1942 se llevaron a mis padres y una hermana al campo de exterminio de Belzec, cerca de la frontera con Ucrania. Mi otra hermana se había perdido, no sabíamos dónde estaba, y a mí y a mi hermano Molek, tres años mayor que yo, nos mandaron al campo de concentración de Plaszow, en la periferia de Cracovia. Era el más grande de Polonia. Tenía 25.000 presos".

Las adversidades que hubo de ver y soportar fueron inhumanas. Cuesta pensar en la aplaudida teoría de "la banalidad del mal" de Hannah Arendt escuchando a Klainman. "Ahí, el comandante era un loco psicópata. Las cosas que hacía con mayor gusto era matar a judíos, especialmente a jóvenes. Todos los días, cerca de las once, salía a la terraza de su casa, que estaba en medio del campo, y con una carabina automática con vista telescópica daba vuelta continuamente por todos los rincones del campo. La gente que trabajaba fuera pensaba que podía ser la próxima víctima. Al poco tiempo sonaba un solo disparo y un preso caía al suelo con la bala en la cabeza".

La narración es extremadamente dura, inconcebible para una mente humana. "Dos veces por semana se ponía el uniforme de gala y, con una fusta de cuero en la mano, salía temprano a donde estaban reunidos todos los presos del campo. Pasaba fila tras fila y contaba del uno al diez. Con un golpe de fusta, sacaba al décimo. Cuando reunía más o menos a doscientos chicos, los mandaba a un terreno cerrado con alambre de púa y ahí los tenía todo el día, hasta la caída del sol, y luego los llevaba a un costado del campo, donde había una montañita y en el centro había un hoyo con tamaño de la pileta de natación olímpica. Los presos se temían que les rodara abajo y subir, pararse en el borde del hoyo. Los asesinos ucranianos estaban enfrente con sus ametralladoras, enseguida mataban a todos".

Llegó un momento en que Jorge Klainman fue uno de los escogidos. "A mí me tocó en la mitad del verano ser el décimo en la selección de este loco. Cuando empezaron a disparar, yo me desmayé y me caí dentro del pozo. Tarde de noche, vinieron los presos de los comandos que se dedicaban a quemar los cadáveres. Bajaron al pozo y escucharon un quejido mío, y uno le dijo al otro: ¿Escuchaste?, hay alguien vivo. Me sacaron dentro de la montaña de muertos, me pusieron dentro de un carrito de construcción, me taparon con ladrillos y me llevaron hasta la puerta de la enfermería. Ahí me tiraron desnudo al suelo y se escaparon".

No estaba dispuesto a fenecer, confirmaría las conclusiones de Viktor Frankl en la búsqueda de sentido de la vida. "En la enfermería, todos los médicos y los que trabajaban ahí eran judíos. Cerca de la medianoche, un médico salió afuera a fumar. Y se dio cuenta de que estaba tirado. Me llevaron adentro y, sobre una camilla, me revivieron y me curaron una profunda herida de bala que tenía en la pierna. Una vez curado, me repuse un poco, me quedé dormido hasta el día siguiente temprano, y después me dieron el desayuno como a todos los demás. Todos los días, cerca del mediodía, venían dos oficiales de las SS para inspeccionar el hospital y llevarse la lista de los que habían muerto durante la noche. Yo me escondía en un profundo pozo debajo del suelo, y recién salía cuando ellos se habían ido. Todo el personal del hospital conocía mi historia, y todos colaboraban". 

La historia interminable. "Al final, cerca de 1943, liquidaron el campo de Plaszow y mandaron a la mayoría de los presos al famoso campo de muerte de Mauthausen, que estaba en Austria. Llegué en el tren de carga. Cuando salimos de Cracovia, éramos 7.000, el tren repleto. Cuando llegamos a Mauthausen, en la zona montañosa de Austria, éramos 3.000. Cuatro mil habían muerto en el viaje. Tuvimos que saltar de los vagones e iniciar una marcha montaña arriba hasta las puertas del campo de Mauthausen. De costado, nos acompañaba cada cincuenta metros un nazi con ametralladora. De tanto en tanto, algún preso caía al suelo completamente exhausto. El nazi le daba el tiro de gracia. Cuando después de varias horas de marcha llegamos a la puerta de Mauthausen, ya era casi de madrugada. Nos mandaron a una barraca vacía, me tiré al suelo y me quedé como paralizado. Hacía dos días que no comía y varios días que no dormía. A las pocas horas, nos despertaron, nos pusimos en fila y pasamos por un tipo que anotaba el número de cada uno. A mí me tocó el 85.143. Después íbamos a un depósito donde nos daban el pijama rayado y ahí nos estampaban el número en el lado derecho".

Aquel lóbrego lugar por el que pasaron tantos oscenses acabó convirtiéndose en lugar de paso. "Estuve en Mauthausen varias veces y solamente gracias a que el ejército soviético estaba cada vez más cerca, nos mandaron cada vez más lejos. Y así pasé por el campo de Melk, y finalmente de Ebensee, y ya era el mes de febrero de 1945. Ebensee era un campo de muerte. De los 12.000 presos que había al principio, quedaban 800. El resto murió de hambre. Pasé ahí dos veces, de milagro no morí de hambre".

Por fin, vio aparecer lo más parecido al fuego amigo que hubiera imaginado desde hace años. "Y el 5 de mayo de 1945, entró al campo un convoy de tanques norteamericanos de la División del general Bradley. Los soldados que habían pasado ya tantos años de guerra nos miraban y lloraban como criaturas. Repartieron chocolate y cigarrillos y se fueron".

Por fin un organismo mundial neutro para poner fin al asedio insoportable que habían padecido. "Al poco tiempo, llegó un convoy de la Cruz Roja Internacional. Nos hicieron desnudar, nos bañaron con agua con desinfectante y quemaron todas las barracas. Yo no podía mantenerme en pie. Entonces, me mandaron a Salzburgo, a un hospital militar norteamericano. En Salzburgo, estuve un mes, hasta que me repuse un poco y viajé a Italia pensando que iba a poder encontrar a alguien más de mi familia. Pasé dos años en Italia, buscando en todos los campos de refugiados. No encontré a nadie. Decidí, entonces, viajar a la Argentina, donde tenía el único pariente vivo en el mundo, una tía hermana de mi madre, que vivía en la Argentina desde el año 1927. Y el 30 de agosto de 1947, pisé por primera vez suelo argentino. Esto, amigos, es una sola parte pequeña de mi historia. Yo escribí un libro que se llama El Séptimo Milagro, y ahí describo todo lo que me pasó".

Jorge Klainman tardó años en contar su historia, pero llegó un momento en el que entendió que, quien calla, contribuye a la discreción del mal. De ahí que se haya convertido en una de las voces más acreditadas del testimonio Holocausto. Hoy, fuera de tiempo del programa ordinario del Foro, se ha manifestado. Con toda la crudeza, porque la verdad no entiende de suavizantes.

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