El punto de ignición de El guitarrista de Montreal (Galaxia Gutenberg) se remonta al año 2011, cuando Leonard Cohen reveló en Oviedo un episodio que nunca antes había contado. Durante el discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, relató cómo, siendo un adolescente inseguro frente a una guitarra recién comprada, escuchó desde la ventana de su casa en Montreal a un joven tocando en un banco del parque inmediato. Bajó a pedirle una clase. Apenas podían comunicarse: un francés torpe por ambos lados. Aun así acordaron un precio y comenzaron tres jornadas de aprendizaje elemental.
El cuarto día, el muchacho no acudió. Cohen telefoneó a la pensión donde se alojaba para preguntar por él. Una mujer le informó de que el joven se había suicidado la noche anterior. Nunca supo su nombre ni su historia. Aquel desconocido, sin embargo, dejó algo que ya no se borraría: los seis acordes que sostuvieron toda la obra de Cohen.
La revelación provocó un silencio abrupto en el Teatro Campoamor. Ese mismo estremecimiento, según contó este sábado Miguel Barrero en la librería Anónima, ha actuado como detonante de su libro: un enigma sin principio ni desenlace, sostenido únicamente por la huella que deja alguien que pasa fugazmente por la vida de otro.
Once años después de aquel discurso, Barrero llegó a Montreal por motivos laborales. No pensaba en Cohen ni en la anécdota del guitarrista. Pero el primer día, mientras comía, sonó Dance Me to the End of Love en el hilo musical.
Ese reconocimiento repentino -“estoy en la ciudad donde ocurrió todo”- le llevó a dedicar la semana siguiente a recorrer los espacios donde pudieron desarrollarse aquellos hechos: la casa familiar, el antiguo barrio, el parque que marca el límite trasero de la vivienda. No aspiraba a encontrar respuestas, pero sí a ver qué preguntas podían surgir.
De ese viaje surgió un artículo breve. El libro, sin embargo, ya avanzaba en silencio: las notas que había ido acumulando regresaban una y otra vez a la misma constelación de temas. Cuando lo advirtió, decidió ordenar ese conjunto disperso.
En el acto acompañó al autor Lorenzo R. Garrido, quien subrayó que el libro no es un volumen sobre Cohen, sino con Cohen, una obra atravesada por músicas, viajes, lecturas y anotaciones que construyen un paisaje más amplio que el del cantautor canadiense. Defendió que El guitarrista de Montreal condensa los rasgos esenciales de la escritura de Barrero: curiosidad constante, erudición que nunca pesa y una bonhomía que impregna la mirada del narrador.
Garrido sostuvo además que la novela posee una estructura profundamente musical, basada en motivos que regresan ampliados, como si cada vuelta añadiera un matiz nuevo. Señaló que el enigma inicial -la figura del guitarrista anónimo- funciona como una tensión que no requiere resolución, y destacó que, pese a su apariencia orgánica, el libro resulta “completamente cuajado”, sin páginas sobrantes.
Otro hilo decisivo es el que une a Cohen con Federico García Lorca. Barrero reconstruye el momento en que, con apenas 15 años, el canadiense entró por azar en una librería de Montreal y encontró una antología del poeta granadino.
Los primeros versos que leyó le revelaron un tono desconocido, capaz de ofrecerle una vía de expresión que no hallaba en los clásicos anglosajones de su educación familiar. Desde entonces, Lorca se convirtió en su referencia principal. Su hija recibió su nombre. Su música cambió.
La obra se articula desde un paseo inicial por Montreal, más de una hora caminando desde el hotel hasta la casa natal del músico, que funciona como puerta de entrada a todo lo demás. La narración progresa sin rigidez, como si cada página llamara a la siguiente, pero al cerrar el libro aparece una arquitectura firme.
En el fondo late una reflexión sobre el azar: la librería donde Cohen encontró a Lorca, la guitarra comprada en un escaparate, el joven del parque, la casualidad que llevó a Barrero a escuchar una canción en su primer día en Montreal. Coincidencias minúsculas que, vistas desde la distancia, parecen formar una trayectoria inevitable.
El guitarrista de Montreal se sostiene sobre ese territorio incierto: las enseñanzas que sobreviven a quienes las transmiten, los encuentros fugaces que determinan una vida y las búsquedas que no hallan lo que buscan, pero revelan lo que uno no sabía que necesitaba comprender.