Actuar en un coro es una experiencia que va más allá de la música. Es un espacio donde la voz individual, al entrelazarse con otras, crea una armonía que trasciende las edades y las historias personales.
El coro puede convertirse en un refugio, en un lugar donde se siente la emoción de la pertenencia a un grupo, donde la energía del conjunto fortalece el espíritu y donde la música se transforma en una fuente inagotable de alegría y vitalidad.
El Coro Popular de la Universidad Ciudadana, dirigido por Isabel Arilla, ofreció recientemente una emotiva actuación en la Residencia Ciudad de Huesca. Cuando una formación musical cuenta con una directora sensible, comprometida e inspiradora, la experiencia trasciende lo puramente técnico y se convierte en algo verdaderamente enriquecedor. Una buena directora no solo pule la técnica vocal, sino que comprende la importancia del bienestar emocional de cada integrante. Porque el canto no es solo cuestión de afinación: es conexión, motivación y entrega.
En un ambiente de confianza y respeto, cantar se convierte en una actividad terapéutica, en un estímulo personal y colectivo, en una invitación constante a la superación y al disfrute del presente.
Llevar la música a una residencia, donde algunas personas parecen habitar en un mundo de recuerdos lejanos, es una experiencia que deja una huella profunda tanto en quienes la ofrecen como en quienes la reciben. Entre ambos solo existe una fina línea, a veces imperceptible, que la música es capaz de atravesar. En este entorno, las melodías despiertan memorias dormidas, iluminan miradas que parecían apagadas y, en ocasiones, logran encender una chispa de reconocimiento en quienes navegan entre el olvido. Cantar para ellos es recordarles —y recordarnos— que siguen formando parte de la historia.
A veces, la música es lo único que te salva de la tristeza diaria. Puede ser una razón para levantarse cada mañana. Las preocupaciones quedan a un lado y cada ensayo es una oportunidad para sonreír, para respirar hondo y dejarse llevar por el placer de compartir algo hermoso con los demás. Y si un día esto no sucede, queda la ilusión de regresar y esperar a que esa magia se produzca de nuevo.
Cantar junto a otros crea lazos especiales y, cuando lo haces con personas queridas, la experiencia se vuelve sublime. Es la risa inesperada cuando una nota se escapa, la complicidad silenciosa de una mirada o un pequeño gesto y la satisfacción de conquistar juntos cada partitura difícil. Es la certeza de que, mientras exista ese espacio, la vida seguirá sonando en armonía, siquiera por unas horas.
El coro es mucho más que la unión de unas voces. “Amo escuchar un coro. Amo la humanidad de ver los rostros de gente real siendo devotas a una pieza de música. Me gusta el trabajo en equipo. Me hace sentir optimista sobre la raza humana cuando los veo cooperar así", dijo en una ocasión mi admirado Paul McCartney.