Las montañas, dice Pablo Batalla (Gijón, 1987), son “catedrales del mundo moderno”, espacios donde la humanidad ha proyectado sus sueños, sus miedos y también sus estandartes. No solo se han escalado cumbres, se han conquistado símbolos. De eso trata La bandera en la cumbre (Capitán Swing), un ensayo fascinante en el que el escritor gijonés rastrea los usos políticos del montañismo y demuestra que ninguna ideología ha sido ajena a la sed de altura.
“Me parecía que faltaba este libro como lector”, confiesa el autor, licenciado en Historia por la Universidad de Salamanca y apasionado del alpinismo. “Las historias de montaña siempre se cuentan desde dos miradas: la deportiva o la romántica. Pero nadie hablaba del montañismo como fenómeno político”.
En La bandera en la cumbre, Batalla recorre más de dos siglos de ascensiones para mostrar cómo todas las ideologías modernas —desde el liberalismo y el nacionalismo hasta el socialismo o el feminismo— han usado la montaña como altavoz de sus valores. “Incluso las más inverosímiles han hecho mucho montañismo y han utilizado las cumbres para proyectar su visión del mundo”, explica.

Así, en su análisis aparecen la obsesión nazi por el Nanga Parbat, el alpinismo estalinista, las primeras expediciones feministas o la motivación nacionalista que impulsó la ascensión al Naranjo de Bulnes, hito fundacional del montañismo español.
El libro, estructurado en dieciocho capítulos, dedica uno a cada ideología de la modernidad. “No quería escribir una historia lineal, sino un mosaico”, afirma Batalla. Cada sección puede leerse de manera autónoma y aborda los modos en que distintas corrientes políticas se apropiaron del imaginario montañero para convertir la altura en metáfora de la superioridad moral, la pureza o la redención colectiva.
Pablo Batalla presentó La bandera en la cumbre en Huesca, en un acto celebrado recientemente en la librería Anónima, acompañado por Enrique Salamero y con la bienvenida del librero José María Aniés. Ante un público atento, el autor expuso las claves de una obra que propone, además, una reflexión ética sobre el papel del ser humano en la naturaleza.
SORPRENDENTE
Entre los ejemplos más sorprendentes y reveladores de los usos políticos del montañismo, Pablo Batalla cita el caso del nazismo y su obsesión con el Nanga Parbat, convertido en los años treinta en lo que los alemanes llamaron “la montaña del destino de la nación”.
“Hitler envió allí a la flor y nata de la mejor generación del alpinismo alemán, diciéndoles: o subís o no volvéis”, relata el autor. Veintiséis de ellos murieron en el intento, porque “cuando se encontraban con tormentas o dificultades no se daban la vuelta”. La ascensión se transformó así en un mito nacional, símbolo de pureza racial y sacrificio patriótico.
También el alpinismo estalinista ofrece ejemplos llamativos. En la Unión Soviética, los nombres de las montañas se convirtieron en consignas: pico Comunismo, pico Lenin o pico del XX Congreso del Partido Comunista de Azerbaiyán. “Cuando se purgaba a un alpinista que había sido el primero en escalar una montaña, esa cima pasaba a considerarse oficialmente virgen”, explica Batalla.

Aquel montañismo debía, además, diferenciarse del occidental: “El alpinismo soviético tenía que ser colectivo, no individual; la hazaña personal era sospechosa de egoísmo burgués”.
Pero su investigación no se detiene en las ideologías totalitarias. El autor aborda también movimientos menos evidentes, como el animalismo, con alpinistas veganos que ascienden cumbres para demostrar que su alimentación no los debilita y reclaman un material “libre de explotación animal, sin plumón de ganso ni cuero”.
O el montañismo feminista, donde sufragistas escalaron montañas para clavar banderas con lemas por el voto femenino en las cumbres, en un gesto que proclamaba que no eran “el sexo débil”.
Incluso el cristianismo encontró en la montaña un terreno simbólico. Batalla recuerda el llamamiento del papa León XIII, en 1900, para colocar vírgenes, santos, cristos y cruces en las cumbres italianas, con el propósito de “recristianizar el paisaje” y lanzar un mensaje de resistencia espiritual tras un siglo de secularización: “Los cristianos seguimos aquí; este será el siglo de nuestro regreso”.
“Todas las ideologías, desde las más ruidosas hasta las más improbables, han subido su propia montaña”, resume Batalla. “La cima siempre ha sido un escenario para representar poder, fe, identidad o redención”.
EL ALPINISMO ESPAÑOL
En el caso del alpinismo español, Pablo Batalla destaca un ejemplo fundacional con una carga simbólica evidente: la ascensión de Pedro Pidal y Gregorio Pérez “el Cainejo” al Naranjo de Bulnes en 1904. “Tenía una motivación, en este caso, nacionalista”, explica.
Pidal había escuchado que unos ingleses planeaban escalar la montaña y “no podía tolerar que fueran ellos los primeros: tenía que ser un español”. Decidido, emprendió la subida y lo consiguió “en una expedición muy meritoria, además por una cara del pico que no es la fácil”.
El logro fue heroico. “Fueron sin cuerda, porque se les había olvidado”, apunta Batalla. Pero más allá de la hazaña técnica, la ascensión encerraba una clara motivación política. Tras aquella gesta, Pedro Pidal se convirtió en el impulsor del primer parque nacional español, el de la Montaña de Covadonga, germen de los actuales Picos de Europa.

El asturiano subraya que el objetivo de Pidal no era solo preservar un entorno natural, sino también un paisaje político y simbólico, escenario de la batalla de Covadonga, mito fundacional de la nación española. En el Senado, al defender la declaración del parque, Pidal pronunció unas palabras que resumen esa visión: “Sin Pelayo no hubiera visto el Cid ensancharse Castilla delante de su caballo ni Colón ensancharse el océano delante de sus carabelas ni Cervantes ensancharse el mundo delante del habla de Castilla. Ahí no aparece la naturaleza, sino una motivación política”, concluye Batalla.
ESPACIO PARA LA EXPRESIÓN IDEOLÓGICA
El escritor sostiene que las montañas continúan siendo, en la actualidad, un espacio donde la política se expresa de múltiples formas. “Desde campamentos neonazis en el Guadarrama, una fascistización en este caso de las montañas, hasta gente que sube cumbres con una bandera palestina que deja ondeando en la cima”, comenta.
Cita el ejemplo de Noelia Ordieres, montañera asturiana que este verano escaló el pico Lenin, en Kirguistán, y decidió desplegar allí la bandera palestina. “Ella dudaba cuál llevar -si la asturiana, una roja, una republicana o la palestina-, y al final se decidió por esta última”, explica Batalla.
El autor menciona también ejemplos de alpinismo feminista, como el del colectivo aragonés Andaban, un grupo de mujeres montañeras que, con motivo del Día Internacional contra la Violencia de Género (25 de noviembre), subieron una montaña y leyeron un manifiesto en la cumbre. Acciones como estas, apunta Batalla, “muestran que la montaña sigue siendo un espacio simbólico y político, un escenario de expresión ideológica y de lucha”.
TODO ES POLÍTICA
Pablo Batalla insiste en una idea central: “Todo es política, y no es malo que lo sea”, también la montaña. “Ya el feminismo nos enseñó que lo personal es político, que incluso lo que pasa dentro de las paredes de una casa también lo es”, recuerda.
Para Batalla, la política no es una distorsión, sino una condición inherente al ser humano, “ese animal político del que hablaba Aristóteles”. Donde hay dos opiniones contrapuestas, señala, “hay política" e incluso quienes aseguran que son “apolíticos”, añade, “están haciendo política al decirlo”.
El autor aborda además la relación entre montañeros y montañeses, un vínculo complejo que ha cambiado con el tiempo. Recuerda cómo los alpinistas históricos mostraban una mirada solidaria hacia quienes habitaban las cordilleras, como John Ruskin, que al visitar los Alpes en el siglo XIX se fijó en la miseria de los campesinos suizos e intentó aliviarla.
También cita las excursiones pedagógicas de la Institución Libre de Enseñanza al Guadarrama, concebidas para que los niños madrileños conocieran tanto el paisaje como “a su paisanaje”, aprendiendo de oficios como el del herrero o el leñador.
Sin embargo, esa actitud ha derivado a menudo en una mirada más misántropa y urbana, que busca paisajes vacíos y se irrita ante la presencia de quienes viven en ellos. “Nos molesta el mastín que ladra porque olvidamos que el intruso somos nosotros”, ironiza Batalla.
En esa tensión se inscriben también las agresiones al paisaje y las apropiaciones del territorio, denuncia, como el caso de Canal Roya, al que dedica un apartado en el capítulo sobre ecologismo.

“La montaña refleja nuestras contradicciones”, concluye. “Cómo nos relacionamos con quienes la habitan y cómo intentamos transformarla dice mucho de quiénes somos”.
El escritor, finalmente, es categórico cuando se refiere al impacto humano en la montaña. “Nos la estamos cargando, claro, de mil maneras. El cambio climático está incendiando los bosques, fundiendo la nieve, secando los ríos y transformando los paisajes de forma terrible”, advierte.
Para Pablo Batalla, el deterioro es tan visible como profundo. Los relieves que durante siglos parecían inmutables se han convertido en testigos mudos de un equilibrio que se desmorona. “Van a seguir ahí, porque están hechos de piedra y la piedra va a sobrevivir”, reflexiona. “Pero si este planeta se vuelve inhabitable, lo que desaparecerá será todo lo demás”.