Algo más de un centenar de personas acudieron el viernes a la convocatoria realizada por la historiadora Gemma Grau Gallardo. El objetivo fue simple: un paseo entre los escenarios urbanos que formaron parte de la memoria colectiva de esta localidad. Escenarios unidos a los hechos sucedidos con motivo de la guerra acaecida a consecuencia del golpe de Estado de 1936.
Gemma Grau Gallardo es una reconocida experta en cuanto a Guerra Civil en Los Monegros. Su libro "Sariñena en guerra", excelente trabajo de recopilación exhaustiva e investigación rigurosa, ampliamente documentada, y su participación en eventos de divulgación histórica la hicieron un referente en el territorio. Por iniciativa personal organizó y ejecutó esta auténtica ruta de memoria por la cabecera de comarca, a base de voz lo más entonada posible y fotografías, muchas fotografías, de los lugares tal y como eran.

La cita fue en una calle lateral que confluye en la plaza del ayuntamiento. Allí, bajo el rótulo luminoso de una conocida marca de cerveza, puede leerse "Hostal Bar Romea". Allí esperó Gemma, quien tras saludar y agradecer la asistencia al centenar largo de personas que esperaban el inicio de la actividad, comenzó con una breve introducción acerca de las circunstancias sociales de Sariñena en el primer tercio del siglo pasado.
Dice así: "Es muy difícil resumir el auge de la violencia durante décadas hasta llegar a un conflicto armado, pero el siglo XX estaba siendo convulso en lo político y complejo en lo económico, retroalimentándose. Alto nivel de sindicación, manifestaciones, huelgas y violencia: es la época de las canalistas de Lanaja; la jornada laboral de 8 horas…
Todos los pueblos tuvieron, por ejemplo, una calle dedicada a Eduardo Dato, ministro y presidente del gobierno asesinado en 1921, y al cardenal Soldevilla, asesinado en 1923, ambos por pistoleros anarquistas. En Sariñena hubo mucho republicano, pero de voto moderado y pocos sindicalistas, a diferencia del barrio de la Estación y de otros pueblos del partido judicial llenos de obreros de las obras del canal".

Dio comienzo, de este modo, una hora y media de apacible paseo nocturno en Sariñena, con infinidad de datos y anécdotas. Para sintetizar lo expuesto, nada mejor que tomar el mismo guion de la visita, gentilmente facilitado por la historiadora/guía, y transcribir fielmente sus notas. Notas que dicen así:
"Puerta del Romea: El Romea era, en contraposición al Casino, el lugar de reunión de obreros, afiliados de la UGT, el sindicato de maestros y personas de izquierdas en general. Esa primavera, por ejemplo, había acogido las primeras reuniones para la creación del PSOE en Sariñena. Y era uno de los pocos lugares del pueblo con aparato de radio. Por eso, cuando la noche del 17 de julio se empezó a correr la noticia de una sublevación militar en las guarniciones de Marruecos, decenas de personas se concentraron aquí para escuchar las noticias de Radio Madrid".
Pasando por el ayuntamiento: De madrugada, unos 300 vecinos (sindicalistas, afiliados a partidos) formaron en el Ayuntamiento el Consejo Municipal de Defensa, dispuestos a frenar el avance del golpe de Estado.
En esas mismas horas, aunque ellos no lo sabían, un trabajador de telégrafos interceptó un telegrama procedente de Huesca y dirigido al capitán de la Guardia Civil. Ante la sospecha por lo que leyó, decidió cortar la línea telefónica con la capital, algo que fue decisivo para el desarrollo de los acontecimientos. Ese mismo 18 de julio se formaron el comité antifascista local de Sariñena y el del barrio de La Estación, fuertemente politizado por los ferroviarios.
Calle Fatas/Larrosa: Por aquí estaría el cuartel de la GC. A su mando, el capitán Luis Fdez de la Vega Soto, que pasó las horas esperando órdenes de Huesca que no llegaron. El Comité le ofreció rendirse, y ante su negativa, rodearon el cuartel. Al día siguiente se entregaron aunque el capitán fue fusilado poco después cuando llegó a su Barbastro natal. Al resto, una veintena de propietarios y personas de derechas, los encarcelaron en la cárcel de San Francisco para tenerlos bajo control.
Por su parte, los voluntarios antifascistas de Sariñena se trasladaron a otras localidades, como Lanaja o Tardienta, para ayudar ante una posible llegada de Falange de Huesca y Zaragoza a los pueblos limítrofes de la comarca, armados en la mayoría de casos con herramientas de laboreo.
El pueblo quedó en una tensa calma. Salvo el fusilamiento de 13 personas: 11 forasteros, el militar de Lastanosa Bernardo Cariella y el coadjunto de la iglesia Eduardo Colay, al que habían pillado varias veces dando misas en un domicilio particular y que murió al grito de "Viva Cristo Rey", el lema carlista.
Cruce (esquina del hotel): El 29 de julio comenzaron a llegar los primeros milicianos de Cataluña. Primero, los del POUM, y después, los del PSUC.
De esos primeros días, y en este mismo cruce, tenemos numerosas fotos. La tranquilidad se acabó, pues su llegada significó la requisa de materiales y bienes, de inmuebles y casas particulares, y la instalación de numerosos servicios, como cuartel general, oficinas o el hospital.
En los primeros días de agosto, militares del aeródromo del Prat de Barcelona instalaron en el saso de Albalatillo el aeródromo. Lo primero que hicieron fue montar la radio, para lo que fueron a buscar maderos a la carpintería de Gascón (entonces, ubicada en la calle Horno). Fue el aeródromo más importante del frente de Aragón para la república, y su nombre, Alas Rojas, sirvió para bautizar toda la aviación republicana.
La ubicación estratégica, la presencia del aeródromo y el papel de la Estación hicieron de Sariñena una localidad clave de la retaguardia aragonesa, y se usaron todos los locales disponibles para instalar el Cuartel General de Milicias/XI CE; las oficinas de propaganda, censura y estadísticas; el servicio de bibliotecas del frente; talleres, garajes (en Loreto) y hospitales. Más acusado fue en La Estación, con más necesidades y menos edificios.

Plaza Ayuntamiento / La organización del consejo local: Plaza Roja. El ayuntamiento, el Romea y casa Frechinacha hicieron de esta plaza uno de los principales escenarios. Todos los periodistas que pasaban por Sariñena debían sellar su salvoconducto aquí. Y aquí se celebraban las asambleas del Consejo, mítines políticos o discursos como los de Jordi Arquer (dirigente de la columna del POUM), Durruti, Federica Montseny o Pasionaria.
En el archivo de Salamanca se guarda un libro de actas del consejo, de primavera de 1937 a primavera de 1938, que permite seguir el día a día de un pueblo en guerra. Los cargos se renovaban con frecuencia, y las reuniones trataban de resolver problemas como el orden público o los abastecimientos.
Por las actas sabemos que estaban prohibidos los bailes, tanto en la calle como en domicilios, a partir de las 23.00 horas. Que las calles se iluminaban, si se podía, con bombillas azules para pasar desapercibidos a la aviación enemiga. Que el pueblo estaba lleno de suciedad, y se compró un segundo volquete para recoger la basura, aunque fue insuficiente.
Los abastos fueron una de las grandes preocupaciones; se impuso un sello municipal para cobrar un impuesto, y se persiguió a quien vendía productos sin él (como le ocurrió a Virgili en su tienda de la Estación). El pan, producto de primera necesidad, no se podía vender fuera del pueblo, bajo multa de entre 500 y 1000 pesetas. Se racionaron el azúcar, el jabón o la leche, cuya calidad se comprobaba para evitar su venta adulterada.
La presencia de milicianos y soldados también generó problemas como los asaltos a las huertas, los baños en la balsa de abastecimiento o el robo de materiales de desescombro.
También hubo que gestionar el miedo de los vecinos; muchos dormían en los mases y su ausencia no permitió avanzar en los trabajos de fortificaciones.
Y a medida que pasó el otoño de 1937 y se intensificaron los bombardeos, la construcción de refugios se volvió una prioridad, y se propuso la venta de las campanas que se habían descolgado de la iglesia un año antes.
Plaza de la Iglesia: Plaza Francisco Ascaso (uno de los asesinos de Soldevilla). Será donde más actividad se concentró.
Las monjas carmelitas abandonaron el convento. Se incendió el mobiliario y esculturas de la iglesia, que fue convertida en taller mecánico. Arderán piezas como la sillería de La Cartuja o la Virgen de las Fuentes. No así las piezas de orfebrería, que fueron sacadas “en un camión de colchones”. Las campanas fueron desmontadas, salvo una, que quedó para avisar cuando no sonara la alarma.
Las escuelas graduadas fueron ocupadas; el Casino, recién construido, tuvo diversos usos (cuartel general, casa del soldado, escuelas), varias casas pudientes fueron ocupadas: casa Lac, para las JSU; casa Paraled, para hospital...
El estallido del polvorín: Pocas cosas destrozaron más el casco urbano y quedaron tan grabadas en la memoria colectiva como el día que estalló el polvorín clandestino, la mañana del 19 de abril de 1937.
8.45 horas. Algunas vecinas, limpiadoras en el hospital, acabaron de cruzar la plaza tras finalizar su tarea matutina, mientras algunas niñas de segundo y cuarto grado se dirigían al casino, donde tenían instaladas sus clases. De casa Tronchón salió su dueño, Maicas, alertando de un incendio. Pocos segundos después, el humo, el polvo y los escombros cubrieron la plaza.
Las niñas que iban a clase resultaron heridas de diversa gravedad e ingresaron en el hospital: Rosario Romerales quedó sorda; Candelaria Lac perdió una pierna; la mujer de Arturo Morera y Dolores Romerales, heridas más leves...
Aunque las crónicas de entonces hablaron de apenas un muerto, los testimonios nos hablan de más: el matrimonio de la casa y un soldado muerto ese día reposan aún en el cementerio. En el primer piso murió un bebé asfixiado en brazos de su madre.
Y en el hospital, Dolores Romerales recuerda estar en una habitación con otra decena de ingresados, entre ellos, un niño con un fuerte traumatismo en la cabeza que, pese a todos los cuidados del personal, murió a la semana siguiente.
Otro testimonio fiable es el de Concha Grañón, enfermera en el hospital, que recordaba una treintena de ingresados y varios soldados muertos.
Incluso personal del hospital británico de Poleñino vendrá a ayudar al día siguiente a operar heridos, en unas condiciones pésimas.

Los bombardeos: Su ubicación estratégica, su cercanía al aeródromo y La Estación hicieron de Sariñena un blanco habitual de los bombardeos.
El puesto de guardia se colocó en lo alto de la iglesia, con una ametralladora antiaérea y la alarma para avisar, además de una campana por si fallaba la luz. El barrio también fue bombardeado repetidamente por su valor estratégico.
Primero con poca intensidad, con bombas que apenas afectaron al inmueble en el que cayeron. Pese a todo, se contabilizaron varios muertos, dado que el sistema de avisos y refugios funcionó bastante bien. Ante lo caro que fue construir, se aprovecharon todos los espacios que se consideraron seguros: bodegas, zanjas en las huertas del muro, incluso la torre de la iglesia.
Plaza Villanueva: En el invierno 37/38 los bombardeos se intensificaron, y la gente tuvo miedo. Se organizaron algunos actos para subir la moral, pero cuando comenzó la ofensiva de Aragón y cayeron las posiciones de la sierra, el pueblo se evacuó el 24 de marzo.
El ejército republicano, en su retirada, dinamitó los puentes del Alcanadre.
El 25 será bombardeado dos veces, a las 10.00 y a las 17.00, por la legión cóndor alemana, cuyos aviones, unos Heinkel 111, volaban en escuadrillas de tres. El 80% del casco urbano quedó dañado o destruido y los vecinos se convirtieron en refugiados de guerra en Cataluña.
Pero la guerra siguió y las tropas nacionales necesitaron seguir avanzando hacia Cataluña, por lo que repararon el puente del ferrocarril y dos meses después se inauguró su puesta en uso de nuevo, siendo portada del ABC. La línea fue fundamental para la siguiente batalla del Ebro y la ofensiva de Cataluña.
El hospital será usado de nuevo, igual que La Cartuja, cuyos numerosos grafitis nos hablan del paso de milicianos y soldados. Incluso, al acabar la guerra, se planteó su uso como campo de prisioneros.
Aún quedaba un año de guerra, pero la contienda había acabado para Sariñena. Y Sariñena, pese a ser la localidad más moderada de la retaguardia republicana de la provincia, será duramente castigada, no con penas de muerte, pero sí con expedientes de Responsabilidades Políticas y de incautación de bienes.
Por ejemplo, del total de presos de la cárcel de Huesca, el 80% eran de Huesca y Sariñena, y los demás, del resto de la provincia.
Al menos 400 vecinos tenían expediente abierto. Y algunos casos demuestran el objetivo: la multa económica a Casimiro Lana será de 150.000 pesetas, justo lo mismo que tenía en todas las cuentas bancarias españolas.
Otros trece vecinos del municipio acabaron en campos de exterminio nazis. Otros fueron héroes de la Resistencia en Francia, como los hermanos Larroy, Enrique Bretos o Francisco Lana. Decenas de vecinos nunca volverían del exilio.
En 1947 llegaría a Sariñena como médico Félix Omeñaca, y en sus memorias habla de un pueblo devastado, lleno de escombros, solares y ratas, con gente viviendo de manera infrahumana.
Hasta 1950 no empezaría el desescombro del pueblo, que se usó para colmatar el barranco de las Barceladas y construir luego encima.
Y hasta 1960 no llegarían los nuevos edificios, para sustituir a los antiguos, que seguían en uso, pues habían sobrevivido al bombardeo: ayuntamiento, Loreto, escuelas… Se construirán el barrio del Carmen y el de la Victoria y, por fin, el nuevo cuartel.