Quien lee un libro de Severino Pallaruelo se habrá encontrado recuerdos que le conducen hasta sus antepasados o que le trasladan a lugares ya visitados. A otros, la experiencia les permitirá descubrir un mundo ignorado y le abrirá los ojos a una cultura profundamente arraigada, sustentada por sólidos valores y donde la naturaleza, espectacular e imponente, no es todo lo idílica que se presume desde la distancia.
Ángel Gari, en cierto modo uno de sus mentores, fue quien le animó a publicar su primer título, Viaje por los Pirineos misteriosos de Aragón, y antes que eso, a que recopilase creencias y ritos pirenaicos. Ese fue el punto de partida de un viaje, cuyo destino era absolutamente una incógnita.
Gari fue, precisamente, quien presentó recientemente, en el Casino de Huesca, en un acto organizado por la librería Anónima, la reedición de Un secreto y otros cuentos (Xordica), y recordó que las raíces del autor se encuentran en el Pirineo y que creció en sus aldeas. Nació en Puyarruego, en la comarca del Sobrarbe, y allí “adquirió los conocimientos de la sociedad tradicional, que le permiten escribir como un autor endógeno, con la vivencia y el conocimiento directo de la propia cultura”, observó.
“Ama y respeta a la gente de la que habla y, como dice en su prólogo, él asume el rol de dar la voz a las personas que vivieron en todos esos pueblos”, añadió.
Un secreto y otros cuentos tiene su origen hace 30 años y es coetáneo de Pirineos tristes montes. Entre ambos suman 50 relatos, en los que se plasman la vida y los procesos evolutivos del Pirineo. En la portada, como describió Ángel Gari, aparece una mujer que mira una casa abandonada desde el umbral, “es una metáfora del contenido del libro, como si el lector mira la cultura que ya en ese tiempo estaba agonizando o se había extinguido”.
Antes de cederle la palabra al autor, Gari recordó al editor parisino Charles Merigot, fallecido recientemente, que publicó en francés estos dos libros. Un hombre transfronterizo muy vinculado a la zona de Rodellar, la Sierra de Guara y el Sobrarbe.

DE LA ETNOGRAFÍA A LA LITERATURA
Severino Pallaruelo había centrado su labor en la etnografía, hasta que vio publicado su libro Pastores del Pirineo, en 1988, con una “magnífica y cuidada” edición del Ministerio de Cultura. Admite que se sintió muy contento hasta que los pies de fotos que él mismo había puesto le hicieron reflexionar. “Pastor haciendo queso en una majada”, declamó, para añadir que hubiera estado bien “para un etnógrafo noruego o americano”, que no era su caso. “No es un pastor haciendo queso, es fulanito de tal, que lo conozco perfectamente, conozco a su familia, sé lo que ha vivido y lo que le pasa por la cabeza. Tengo que escribir la vida de la gente con la que me he criado, porque si no quedan como elementos etnográficos o del paisaje”, se dijo.
Y añadió que, hasta ese momento, “es lo que se había escrito del Pirineo”.
Le gustó a Severino Pallaruelo que Ángel Gari le llamara “escritor endógeno”, porque, abundando en la idea anterior, siempre habían conocido autores “exógenos” que veían a los vecinos del Pirineo “como tipos pintorescos” y lo que escribían en revistas, periódicos o libros, que se editaban en lugares lejanos, les mostraban como parte del paisaje.
“Estudiaban las casas, los objetos que empleaban, decían cómo trabajaban, cómo molían, cómo trillaban, pero qué pensaba la gente que estaba allí, cómo sentía, eso quedaba fuera de lo que podían ver. Y cuando querían entrar un poco más, éramos graciosos, el Bruno Fierro, o gente graciosilla, de chascarrillos. A eso quedaba reducida la literatura que tenía que ver con el Pirineo aragonés”, explicó.
“Yo sabía que eso no era así, continuó diciendo, y aquel mismo día que fue a Madrid, a ver su libro recién editado, decidió escribir de otra manera y derivar su camino hacia el mundo de la literatura. Y, en la servilleta de un bar, se puso a escribir una historia, tras otra. Y así se gestó Pirineos Tristes Montes.
En sus páginas estaba la gente con la que se había criado, sus amigos, sus vecinos, las historias que había oído contar y que no tenían nada ni de pintorescas ni de folclóricas. “Eran el corazón de la gente, sus vivencias”, resumió, porque buscó, no lo que diferencia la cultura de un pueblo de la de otro, sino lo que todos tienen en común, “lo que mueve a la gente, los afectos y desafectos, el amor, el odio, la ambición, los celos, la cobardía, el valor, los deseos; es igual en todas partes y da lo mismo que estemos hablando de un aborigen australiano, del habitante del rascacielos más rutilante de Nueva York o del vecino de la aldea más perdida de los Pirineos. Lo que nos mueve a actuar, temer o desear, es lo mismo. Y eso es lo que aparece fundamentalmente en este libro y en el de Pirineos tristes montes, el corazón de la gente”.

LA AÑORANZA DEL PASADO
Cuando escribió los textos que nutren Un secreto y otros cuentos, poco después de que fuera editado Pirineos Tristes Montes, solo sentía la necesidad de contar lo que había vivido, lo que le habían narrado, lo que llevaba dentro.
No fue hasta que estuvo publicado, cuando reflexionó sobre los temas que en él se recogían. Y allí estaban, la Guerra Civil y Francia, pero también la necesidad de volver a algo que quedó atrás, un paisaje, una infancia, una manera de vivir, un amor o un sueño.
“Y no se puede volver, es imposible volver a nada -recalcó- Hay varios cuentos en los que los protagonistas, sobre todo femeninas, quieren volver a algo que vivieron y cuando lo hacen, el mundo es completamente diferente. Es la idealización de algo que ya pasó pero que creemos que sigue existiendo y podemos retornar”.
También brotan con frecuencia los sueños, el deseo de que algo suceda, “pero los sueños generalmente no se cumplen”.
Severino Pallaruelo reconoce como sus “maestros” de este género literario al francés Guido de Maupassant y a los cuentistas rusos. El primero que se leyó fue Vanka, de Anton Chejov, con 11 o 12 años, y se sintió conmovido y reflejado. “Los valores que ellos transmiten, lo que odian y lo que aman, no sé si son lo que transmito yo, pero sí son los que me gustaría transmitir”.
El autor sobrarbense considera, además, que lo que uno escribe siempre está relacionado con lo que ha conocido y debe ordenarlo según como fluya de su interior.
LOS PAISAJES
Subrayó, por otro lado, la importancia que les concede a los paisajes. “Tengo muy buena boca, no hay ninguno que no me guste. No sólo me como todos, sino que lo hago con mucho gusto y lo paso muy bien; me dan lo mismo los bosques pirenaicos que las estepas, la llanura que la montaña, en todos encuentro una gran satisfacción. Pero, aunque lo importante es lo que pasa por el alma de la gente, el paisaje le añade algo que no sabría muy bien cómo definir. Cuando escribo el relato lo ubico en un sitio que generalmente conozco bien, son paisajes muy concretos, montañas, bosques o ríos. Cuando los imaginamos en las personas que vivieron y les pasaron cosas allí, adquieren una dimensión completamente nueva. Por eso, los paisajes nos enriquecen cuando se ven con los cristales de las gafas de las personas que allí vivieron”.
Desde hace meses, Severino Pallaruelo está trabajando en la Guerra Civil en la provincia de Huesca y subrayó que, cuando recorre esos paisajes de los alrededores de Huesca, donde se libraron aquellos combates de 1936, piensa en los jóvenes anarquistas que llegaron de Italia, "con una formación superior, delicadísima, filólogos, filósofos, ingenieros, que vinieron a dejar sus vidas en esos secarrales de Vicién, veo a esa pobre gente que vino cargada de ideales y al paisaje adquiere otra profundidad".
LA DESPOBLACIÓN
Acabada su intervención, desde el patio de butacas se refirieron al tema de la despoblación. "Nadie nos hacía caso en esos días -valoró- y ahora parece que se ha puesto de moda y lo veo de una manera muy distinta. Entonces le echaba todas las culpas a Franco de que se despoblara todo, pensaba que era la dictadura la que había acabado con la vida rural, pero luego he visto que en Francia o en Alemania o en Suiza no hubo dictadores pero el mundo rural languidece igual que en España. Entonces, será que las causas son otras".
Planteó también, que si los vecinos se fueron en aquel momento, serí aporque estaban mejor en otro sitio. "Y, si la gente es más feliz donde ha llegado que del sitio donde viene, cuál es el problema", se preguntó.
También consideró "sospechoso", que "los que más lágrimas derraman por el mundo rural" suelen ser escritores de Madrid y Barcelona, que bien podrían vivir en Gallisué o Seira. "Y por qué están en Madrid -volvió a preguntar-, hay una contradicción profunda. Dediqué buena parte de mi juventud a denunciar la despoblación, a combatir contra los pantanos, a denunciar el colonialismo energético. Creo que la gente ha optado por lo que le hace más feliz y qué vamos a oponer a eso. Se ve con mucha nostalgia el mundo rural desde Barcelona, Madrid, zaragoza y Lérida. En fin".