Alberto Carrera Blecua (1952–2017) ha regresado a Huesca con su mar azul, su música y sus libros, con sus cuadernos de apuntes; con su mirada reflexiva y crítica del mundo, su rebelde resistencia y su vulnerabilidad; con sus peces y sus Goya, con la luz y las texturas, con sus conflictos interiores.
La Diputación Provincial de Huesca ha querido rendir un homenaje a la figura de este creador –que rehuyó la repetición y abrazó la transformación constante– con una exposición absolutamente preciosa, Viaje de ida y vuelta, que durante dos años han preparado a conciencia los dos comisarios de la muestra: su hijo, Javier Carrera Carnicer, y su amiga Pía Minchot.
La inauguración, celebrada este viernes, ha cumplido las expectativas. No cabía un alfiler y el comentario generalizado es que nunca se había visto tanta gente en la apertura de una muestra.
Viaje de ida y vuelta se aleja de una retrospectiva convencional para adoptar una estructura narrativa: prólogo, tres actos y epílogo. A través de estas estaciones, el visitante recorre distintos momentos clave de la trayectoria del pintor oscense, ordenados en función del relato y no de una cronología.
Para Javier Carrera, este proyecto ha tenido una profunda carga personal. Trabajar en esta exposición sin su padre ha supuesto enfrentarse a un duelo creativo y vital. “Por la implicación personal y emocional ha sido muy complicado”, reconoce. La colaboración entre ambos había sido constante durante los últimos años de vida de su padre -fallecido en un accidente de tráfico-, en los que ideaban y montaban exposiciones juntos. “Su pérdida no solo fue la de un padre, sino también la de alguien con quien compartía este trabajo”, observa.
Ante esa ausencia, Carrera se vio envuelto en un proceso de inseguridades, sin poder tomar distancia emocional del proyecto. “Me sumergí en un mar de dudas constantes”, recuerda, y agrega que la figura de Pía Minchot, que aportó perspectiva y estructura, entre otras cosas, fue fundamental para sostener el proyecto y darle forma. "Por una parte me salía pensar qué haría mi padre, como lo que he vivido desde que yo era muy pequeño; pero, por otra, él no iba a estar para realizarlo ni para retocarlo o dirigirlo y, en ese sentido, me sentía bastante huérfano”.
UN ARTISTA DE PRIMER NIVEL
Pía Minchot considera que, desde el punto de vista de “la calidad, la excepcionalidad y la genialidad", Alberto es un artista de primer nivel: rotundo, completo, entero, que domina el trazo, el color y la materia.
Podía trabajar en un grabado o en una obra de gran formato, donde predomina la materia, la mancha y el color. “Es una obra que siempre nos genera una inquietud, te despierta algo, te enfrenta a quién eres tú o a qué piensas”.
Minchot considera que su discurso no deja indiferente a nadie, por lo que no sólo le permitía expresarse a él, sino que, además, prestaba un servicio a los demás.
La oscense compartía amistad con Carrera Blecua desde hace muchos años, por lo que el proyecto también ha sido un viaje para ella, “salir de la caja de Pandora”.
“Al principio nos costaba mucho encontrar el relato y ver cómo aterrizábamos, pero luego ha sido un camino muy bonito de andar, muy reconfortante, muy terapéutico; ver al amigo y encontrarte con él; tener el privilegio de contar una historia con su obra, que nos parece una maravilla, y trabajar con Tito, con su hijo, que ha sido un privilegio, porque siempre es un contrapunto y una visión muy necesaria. Nos hemos ido equilibrando mucho en el trabajo, el uno y el otro”.
Minchot ha expresado su agradecimiento a la familia, por haber confiado en ella, y a la Diputación Provincial de Huesca, especialmente a su sección de Cultura, “un equipo maravilloso, facilitador, dispuesto, profesional”. Javier ha reiterado también su gratitud.
TRES ACTOS
La exposición se ha presentado esta mañana -un privilegio para la prensa, que la ha podido disfrutar de las obras con mucha más calma que el público vespertino-, con la presencia del diputado de Cultura, Carlos Sampériz.
Ese viaje, según ha explicado Minchot, precisó un relato "que no cayera ni en el obituario ni en el homenaje póstumo ni tampoco fuese una retrospectiva".
La intención no ha sido hablar desde el canon tradicional del arte. Para ello, han trabajado de forma “muy intensa y muy feliz” durante dos años, hasta establecer una línea narrativa que ahora guía al visitante a través de la exposición y de la propia sala, que Minchot ha definido como “performativa”, una arquitectura que “acompaña al arte” y permite al espectador entrar en el discurso y en el viaje.
Ha explicado que el equipo curatorial ha querido construir un “discurso literario” basado en una idea universal: el viaje interior. “No lo hemos inventado nosotros”, ha señalado, sino que es un recurso de la literatura comparada, que permite representar cómo artistas y escritores emprenden travesías, tanto hacia fuera como hacia dentro, con o sin regreso.
Este enfoque ha servido de base para organizar la exposición como una especie de narración en tres actos, inspirada en modelos literarios como Ulises o Joseph Conrad, y dejaron espacio a la voz del propio artista: “Nosotros no queríamos hacer una narración que enturbie, que ensucie, que estuviera por encima o que dirigiera esa mirada”.
Cada uno de los espacios utiliza un lenguaje visual distinto, en sintonía con los cambios y crisis creativas del artista. Javier Carrera destaca que su padre “rechazaba completamente la copia”, incluso la de sí mismo. Cuando sentía que empezaba a repetirse, rompía con lo anterior y se reinventaba. “Por eso los tres actos son muy distintos”, ha explicado.
Al comienzo del recorrido, el público se encontrará con un vídeo que Minchot ha definido como “una pieza en sí misma”, extensa, que debe verse “como si se fuera al cine”. En él se documenta tanto el proceso artístico como una visión de Huesca hace 40 años, con apariciones de “amigos, vecinos y gente cercana”.
Minchot ha explicado que se puede ver a Alberto en primer plano, "cómo trabaja la materia, cómo coge un cubo de pintura, cómo lo echa”, en una relación “tan pasional con el arte, con la materia, con el color”. También ha subrayado la presencia constante en su obra y su vida del azul ultramar.
Así, el primer bloque está dedicado a una de sus fascinaciones -"Un jardín en el mar", otro a las obras creadas para la exposición "El tiempo también pinta" del Museo Goya de Zaragoza -"El camino del genio: resistencia, vulnerabilidad, conflicto-, y un tercero centrado en África -Maldito viaje-, que culmina con una pieza patrimonial de gran carga simbólica.
y es que el mar, como ha apuntado Javier, siempre estuvo presente en la vida de su padre, “aunque fuera una persona de secano”. Estaba profundamente enamorado del Mediterráneo y siempre le acompañaba. Eso se veía en acciones como la instalación que realizó en la Plaza Mayor de Alquézar, donde llevó barcas, camiones de arena y redes, para transformar el entorno, y lo repitió en otros escenarios.
Minchot ha recordado también el carácter expansivo de la exposición anterior de Carrera Blecua, que salió a la calle e intervino el espacio urbano: “Las personas se levantaron y se encontraron con la ciudad transformada, con el suelo lleno de huellas azules”.

FRATELLI MOCA
También han querido agradecer a los artistas Fratelli Moca su colaboración. Javier Carrera ha explicado que, al idear la muestra, pensaron en cómo resolver la ausencia física de su padre, quien además de creador era también montador de instalaciones espectaculares. “Teníamos la obra, pero no le teníamos a él”.
Por eso, decidieron no intentar replicar su estilo, sino confiar en un equipo en el que creían plenamente. “Lo vimos claro”, ha dicho, y pensaron en Fratelli Moca. "Nos gustan, los admiramos y ya en vida tuvieron relación con Alberto”.
La intervención que han realizado –visible en el escaparate de la DPH– incluye un gran pez acompañado de otros más pequeños, con un claro mensaje medioambiental sobre el mar y la contaminación. Para su elaboración, han contado con la colaboración de usuarios de entidades oscenses como Arcadia, Valentia y la Biblioteca Municipal Ramón J. Sender.
Javier Carrera ha señalado que esta intervención replica, a su manera, la vocación de Alberto por “sacar el arte a la calle, involucrar a la gente y dar voz a quienes están en los márgenes”. Ha recordado que le encantaba pintar con niños, que cualquier momento era bueno para crear, y que gracias a Fratelli Moca han podido mantener vivo ese espíritu.
El título de la muestra, Viaje de ida y vuelta, remite al momento en que Alberto decidió dedicarse de lleno a la creación artística –un punto de no retorno vital que cobra forma en toda su obra y aparentemente se cierra con esta exposición.
Una de las piezas más impactantes corresponde a la última obra que el artista dejó inacabada, aún sobre el soporte donde trabajaba antes de su muerte. Ha sido conservada tal cual, como símbolo de un proceso que, en realidad, siempre quedará abierto.