Quizás por vivir rodeado de anglicismos, siempre me ha fascinado la riqueza y precisión de la lengua española. Así, nos encontramos muchas veces con vocablos que, aunque a primera vista aparenten ser sinónimos, tienen un matiz que les da su propia personalidad.
Es el caso, por ejemplo, de grupo y equipo. Cierto es que muchas veces son palabras que utilizamos indistintamente, pero si las estrujamos adecuadamente podemos extraer la esencia que las diferencia.
Para que un grupo se convierta en equipo son necesarias dos características: Identidad y solidaridad.
La identidad, como la cultura de una organización, no se improvisa. Se cuece a fuego lento cuando cada uno de los miembros sabe la razón de ser de la organización a la que pertenecen y, no menos importante, sabe qué es lo que se espera de él. No hay identidad sin un buen jefe (líder, se le llama ahora) que guíe el camino hacia el propósito marcado.
La solidaridad es el otro ingrediente imprescindible. Es la magia que antepone los objetivos del equipo por encima de los individuales. Se basa en la comunicación en persona, allí donde no hay filtro que pueda tergiversar lo auténtico y es un valor que surge de manera espontánea y auténtica. No se puede disimular y hace que el valor del equipo sea mayor que la suma de sus individualidades.
No digo ninguna barbaridad si afirmo rotundamente que la plantilla actual de la SD Huesca no es, ni de lejos, una de las diez mejores plantillas de la categoría. Sin embargo, con la misma rotundidad puedo afirmar que el disfrute de campaña que no está brindando la SD Huesca es porque Antonio Hidalgo ha sabido construir un equipo de aquel grupo que se encontró hace algo más de un año con rumbo al precipicio.
El presidente de mi empresa se afana en repetirnos, cada vez que tiene oportunidad, que construyamos “equipos ganadores” frente a “grupos de ganadores” porque, afortunadamente, las matemáticas se pueden ir al cuerno cuando el factor humano entra en juego.
Frente a quienes piensan que lo logrado hasta ahora es poco menos que fruto de la suerte o la casualidad, tengo la firme convicción de que esta temporada el Huesca aspira a todo. Y creo que la afición debe jugar un papel fundamental en las jornadas que restan formando parte del equipo. Sin duda la gente se está sintiendo identificada con lo que se transmite desde el verde y toca, tirando de solidaridad, ser ese manido jugador número doce para dar el aliento necesario a una plantilla que no va precisamente sobrada de efectivos.
No es que la de Huesca sea mejor ni peor que el resto de las aficiones (creo que, en general, todos los aficionados de cualquier latitud somos muy parecidos a Homer Simpson con sus Isótopos. Simplemente, tenemos que ser conscientes de lo privilegiada de la situación actual y empujar con ilusión desde el partido contra el Málaga hasta el último pitido final porque en esta categoría cualquiera puede ganar a cualquiera. Hagamos posible desde ya que uno (el equipo) más uno (la afición) sea igual a tres (puntos).