Las batallitas del carca: a vueltas con los árbitros

Lo mejor del partido, además del juego del equipo, el excelente comportamiento de la afición en todas las zonas del estadio

15 de Noviembre de 2023
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Los árbitros con los capitanes en el Huesca-Espanyol
Los árbitros con los capitanes en el Huesca-Espanyol

He tenido escrita esta columna desde el domingo por la noche y no sabía si decidirme a enviarla al Diario. Después de haber repasado todo lo escrito y sin variar una coma, permítanme el deshago y que me reafirme en mi opinión: Son muy malos (la mayoría).

En mi anterior periódico, nunca fuimos partidarios de cargar las tintas con la actuación de los árbitros, pero ellos, con su reiteración, contumacia en el error y sus pésimas actuaciones, han logrado que por una vez rompa esa norma no escrita.

En la época de la Nueva España llegué a leer que el cronista de un partido del Huesca solicitó “la prueba de alcoholemia” para un trencilla que por sus decisiones “parecía que iba borracho”. Está escrito y se puede consultar en la hemeroteca.

Ahora los árbitros pueden consultar el VAR y por eso son más graves sus errores. De ahí que me permita incidir en que la gran mayoría no ha jugado nunca al fútbol, no entienden el juego y muchos ni se saben el reglamento. Porque, cómo se explica que en una misma jornada, una misma jugada se pite de dos maneras distintas. Lo que para un colegiado es blanco, para el otro es negro, y lo que es más grave, tras ver la jugada repetida cien veces en el monitor.

Yo creo que la presencia de esos teleobjetivos que todo lo escudriñan que diría Ziganda, agilipolla a los árbitros y les condiciona a la hora de tomar sus decisiones.

El del pasado domingo, además, lo hizo como reincidente (penalti en Burgos tan inexplicable o más que el que pitó ante el Espanyol precedido de un empujón a Blasco), con alevosía (se fue como un poseso hasta el punto de penalti), y nocturnidad. Lo de la premeditación estoy empezando a planteármelo porque los árbitros tienen memoria y alguno es hasta rencoroso.

Mucho más le costó dejar que el gol del Huesca subiera al marcador y su premiosidad para revisar las jugadas en el área perica, por no señalar que se tragó un par de empujones a Valentín delante de las narices del asistente, una falta a Obeng tras un caño y un rival en el suelo que le impidió continuar con el esférico mientras el árbitro gritaba: ¡Siga! ¡Siga!

Y si estuvieron atentos, cada falta del Huesca era marcada con el espray en su punto justo mientras el Espanyol sacaba desde donde le daba la gana y Cabrera le toreó todo lo que quiso en el saque de centro del empate mientras a Sielva lo despreció cuando se acercó a hacerle una indicación.

Son pequeños detalles que desquician y te hacen dudar, como poco, de la capacidad de algunos árbitros, como el asistente tratando de explicar a Villarrasa qué era lo que estaba revisando el VAR en su gol y el lateral llevándose las manos a la cabeza después de que el otro asistente hubiera validado el tanto.

Miguel Loureiro lo definió perfectamente en la charla de los Fenómenos en Bendita Ruina: “A principios de temporada nos dan unas charlas y en la segunda jornada ya no entendemos nada de lo que nos han dicho”. Y menos cuando se está desvirtuando el fútbol, con las repeticiones a cámara lenta (donde un simple tropezón parece un desplome mortal), o elegir entre los 60 fotogramas por segundo que implican los objetos en rápido movimiento para determinar la línea de fuero de juego, que luego toman como les da la gana. Antes, ante la duda se beneficiaba al atacante, ahora se le penaliza porque calza un número más de bota.

Nunca en el fútbol como hasta ahora había habido tantos pisotones (y llevábamos tacos de aluminio) ni tirones en los gemelos cuando se acerca el final del partido ni cabezazos y codazos; sin entrar en los desmayos propios de los mejores actores de Hollywood, porque a algunos les da igual que haya cuarenta cámaras vigilando. Contra eso deberían luchar las normas, como muy bien apuntó Luis Ausaberri en las fiestas de San Martín.

Lo mejor del partido, además del juego del equipo, el excelente comportamiento de la afición en todas las zonas del estadio, que se vio reconocido por la respuesta de la plantilla desde el centro del campo (como debe ser), aunque a alguno parece que le ha sentado mal.

P.D.

Este también es otro deshago. Menos lobos caperucita. ¿Se habría atrevido el Ayuntamiento a cerrar el estadio? ¿Había alguien que se creyera que contra el Espanyol se jugaría sin público? Yo no, y perdonen la modestia, pero ya vaticiné que se trataba de una tormenta en un vaso de agua. Unos arguyen que fue Azcón el que, después de lo sucedido en la discoteca de Murcia, ordenó revisar todas las licencias. No entiendo mucho de esas leyes, pero La Liga manda cada semana un jefe de partido que se encarga de que todo esté en orden y por los cerca de 3.000 ‘pavos’ que cobra el personaje ya habría tenido tiempo de indagar. El estadio era apto, según la Liga, para jugar, y tiene una licencia desde que se inauguró en 1972, aunque las reformas reclamen una mayor burocracia que no sé que se haya solicitado para otras entidades o en otras ciudades. El mismo domingo se atendió a un espectador en la grada que sufrió un problema del corazón y todo funcionó a la perfección, y no creo que fuera por el sello en la licencia.

Uno ya va siendo coscón para creer en las casualidades, y al final todo se solucionó como se podría haber hecho antes sin montar tanto jaleo, aunque fuera provocado en parte porque la gerencia del club se había dormido en los laureles.

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