Lleva unos partidos Sergi Guilló enfrentándose a sí mismo, a sus decisiones y a la búsqueda de su camino. Esta noche, después del partido más largo, interminable, de la historia reciente de la Sociedad Deportiva Huesca, no toca la nostalgia del que se ha sentado en el banquillo contrario (ya es pasado y no es de los nuestros), ni siquiera de extraer conclusiones precipitadas de la debacle de arriba a abajo del equipo, ni tampoco de establecer el paralelismo imperfecto entre los límites salariales y los rendimientos.
El entrenador ilicitano ha estado, centímetro más elevado, centímetro más deprimido, al nivel de muchos de sus jugadores. No es preciso ni explicitarlo. Ustedes tienen la respuesta como personas inteligentes y aficionados avezados que son.
Y, sin embargo, la gran preocupación es la tendencia, de la exuberancia en el juego de los primeros minutos del curso a la miseria de estos últimos compases en Riazor, donde la torre de Hércules ha sepultado cualquier aspiración de los azulgranas por dimisión de ellos desde el principio. Un gol en propia puerta es admisible para quienes consideramos que la imperfección es posible y en algunos casos hasta deseable. No lo es la falta de concentración desde el inicio de algunos jugadores cesantes de sus funciones con una displicencia impropia de un profesional de cualquier ámbito.
Ni defensa, ni ataque, ni contención en el centro ni creatividad patente o latente. Que al entrenador del Huesca, prometedor todavía, porque hay que darle el beneficio de la duda que ahora mismo asalta todos nuestros corazones y cerebros, se le ha amontonado semejante plantillaza es una obviedad. Y que entre 28 hasta ahora no ha conseguido soluciones para formar un once tipo representa una evidencia. Quizás todo ese cúmulo de virtudes abrumadoras en las ruedas de prensa de presentación no eran tales. Y es probable que incluso en la planificación haya habido errores muy gruesos, justo cuando tienes 11,7 kilos para gastar y ni apuras las posibilidades de dar un salto de calidad ni eres capaz de soltar lastre.
Pero, en cualquier caso, tenemos que arar con estos bueyes. No hay otros más fornidos. O pudiera concebirse que hayan tenido un día nefasto, como el Ceuta. Quizás es que los nuestros sean más domésticos y venga a ser cierto que El Alcoraz es sobrenatural, que no lo creo a pesar de mi manifiesta querencia a crerer. La fe está para otros menesteres.
Convengamos, para digerir este ladrillazo en el estómago, que hay que respirar hondo, esperar unos segundos, enviar la mala leche hasta lo racional y, una vez allí, apelar a la filosofía Zen y a su meditación Zazen para alcanzar la iluminación y entender la realidad. En cabeza, que lo haga Sergi Guilló y que explique sus conclusiones a los jugadores. En la capacidad de comprender y reaccionar se halla la esperanza, hoy maltrecha por cuatro mazazos y por una actitud escolar. Dotemos el optimismo de contenido.