Una edición reciente de 12 Cimas, 12 Retos estuvo impregnada, si cabe, de mayor simbolismo del que siempre busca el Club de Montaña Javieres en sus recorridos, que no sólo son deporte sino que añaden contenido y relato en una acción colectiva en la que buscan el porqué a cada ruta.
Sucedió en el pico Puimaría el 28 de abril, una jornada que se iniciaba en clave de gratitud en Agüero, donde la alcaldesa, Pilar Viejo, recibía en el camping una placa de reconocimiento de los Javieres. En la memoria de todos, la afabilidad de la regidora en el trayecto de la Javierada en la que agasajó a los peregrinos con té de roca, café y pastas. En la marquesina, queda grabada para siempre el hecho de que Agüero es Ruta de los Javieres.
Era el arranque de una jornada fascinante porque el entorno de los Mallos es poderoso. De Agüero, flanqueando por la derecha los colosos pétreos, se pasaba a la ascensión hacia la Collada Portolás siguiendo el Pequeño Recorrido en dirección a Carcavilla. Una vez en la Collada, con buen ánimo, los caminantes continuaban hacia el noroeste por las crestas que regalaban unas imágenes maravillosas.
A kilómetro y medio, el objetivo, el Pico Puimaría. Y, en esta cima sin vértice geodésico ni hito, los Javieres obraron el prodigio de poner señal, en piedra, al anonimato: Puimaría 1122 metros. Así reza desde entonces la placa silvestre que dará a conocer a los montañeros la identidad de este paraje, cuyas vistas son impresionantes.
En el descenso, enfilaron hasta la Collada Tolosana, ladearon por la Sierra de la Solana más de tres kilómetros hasta la Collada de Rasiello, giraron hacia el sur y, alternando pista y senda, encararon el final de la ruta, no sin antes atravesar el barranco Castillo Mango y, nuevamente, ladear los Mallos de Agüero.
En el cómputo, más de 16 kilómetros con un desnivel positivo de 656 metros y una duración de cinco horas y media, bautizo incluido.