Cuco y la sinceridad imposible

El Cuco aseguró que el equipo acudía ilusionado a avanzar en la Copa del Rey pero los hechos han sido testarudos

13 de Noviembre de 2022
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Cuco Ziganda
Cuco Ziganda

Lao-Tse sostenía que las palabras elegantes no son sinceras y las palabras sinceras no son elegantes. Todo es discutible, desde los riesgos del "sincericidio" hasta la vacuidad de la hipocresía. Incluso hay un término medio donde tal actitud se contradice con la compasión. O con el pasotismo. ¿P'a qué? Esta la predican los entrenadores de la clase burguesa media que son conscientes de que, si tienen un porcentaje aunque sea mínimo en Liga de opciones de ascenso, conviene dosificar las fuerzas. La Copa, para equipos como el Huesca ya subidos al carro de los ciudadanos con posibles (sin exagerar), es un auténtico estorbo. Pero decirlo no sólo es feo, sino que podría propiciar alguna apertura de expediente propio, de la Liga o de la Federación.

Así que ahí tuvimos el viernes al Cuco Ziganda defendiendo el entusiasmo que le producía vencer al Juventud de Torremolinos y avanzar una eliminatoria copera más. La ventaja que tiene el Cuco es que su expresividad viene de los navarros del estilo Induráin, que son una suerte de evolución de los gallegos porque no se sabe si vienen o si van. El entrenador del Huesca es un hombre libre dentro de un orden, y por eso le va bien. Napoleón aseguraba que ser una persona franca es seguramente el método más seguro para ser pobre. No, hay que decir que estamos ilusionados, que lo de menos es la Costa del Sol con sus playas en las que todavía se baña la gente, que los jugadores están "on fire", que los suplentes o filiales van a morder las gónadas de los contrarios, que la segunda línea que arranca desde el banquillo aprecia una oportunidad y que los habitualmente titulares mostrarán el ardor guerrero que sella su profesionalidad. Esto es, que si no al 100 % sí van a disputar cada balón al 95. Pero la realidad es testaruda y las expectativas se atienen a los recursos. Esto es, que los jóvenes están verdes y se enfrentan a un equipo de su categoría, que los reservas no meten la pierna con fogosidad y que los titulares esperan que pase de ellos este cáliz de noventa minutos. Y, en cálculo, la verdad es que llevo años deseando que la primera ronda sea la última. Y sé que es vulnerar el espíritu de la competición, pero no he sido yo quien ha puesto las reglas, ni los aficionados que a estas horas toman el vermú ajenos a las cuitas de los azulgranas.

En este estadio de la cuestión, mientras escucho en la tele que pagamos todos quejarse del árbitro del Diocesano-Zaragoza (¡mamma mía!), necesito cabrearme para seguir las instrucciones de Cicerón, que espetaba que son más sinceras las cosas que decimos cuando el ánimo se siente airado que cuando está tranquilo. No me sale. En la vara me acerco más a la satisfacción que al enojo. Romper la regla de Cicerón tiene su gustillo. No sólo va a ser Catilina su opositor. Con seriedad, vamos a Tenerife concentrados. Que no nos despiste otra vez la playa.

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