Durante años hemos repetido que “una imagen vale más que mil palabras”. Esta frase, convertida en mantra, ha servido para justificar el poder de lo visual frente a lo textual. Sin embargo, con la llegada de nuevas herramientas de inteligencia artificial en formato video esta afirmación empieza a tambalearse y ya nada es lo que parece
Veo, el nuevo generador de vídeos de Google, es capaz de crear vídeos hiperrealistas a partir de una simple descripción. No se limita a animaciones rudimentarias o clips genéricos: genera escenas tan realistas que pueden engañar incluso al ojo entrenado. Los movimientos, los detalles, las expresiones, los cambios de plano… todo parece grabado con una cámara profesional. Pero no lo es. Es pura ficción generada por algoritmos.
Esto plantea un giro radical en nuestra relación con la imagen. Si antes una foto podía ser una prueba, ahora incluso un vídeo puede ser una trampa. La dificultad para distinguir lo real de lo sintético abre una puerta compleja a la desinformación, la manipulación emocional y el descrédito de la verdad. ¿Cómo sabremos si una declaración política, un suceso trágico o una imagen histórica es auténtica? ¿Qué ocurrirá cuando veamos con nuestros propios ojos algo que nunca ocurrió?
La tecnología de Veo no es negativa en sí misma. Sus aplicaciones en cine, publicidad, educación o entretenimiento son infinitas. Pero como todas las revoluciones tecnológicas, requiere una reflexión ética urgente y colectiva. No basta con maravillarse: debemos educarnos en alfabetización visual, exigir sistemas de verificación, desarrollar marcos legales claros que fomenten su desarrollo, pero que traten de evitar los malos usos. Y por supuesto, fomentar una cultura crítica que valore la autenticidad por encima del impacto visual.
Tal vez ha llegado el momento de actualizar el viejo dicho. Porque ahora, más que nunca, una imagen ya no vale más que mil palabras. Y las palabras —bien usadas— recuperan su papel esencial como herramienta para comprender, contextualizar y proteger la verdad.