Aquel encuentro fue memorable. Recibía Manuel Sarasa Barrio, su amigo del alma, una pajarita de Oro en los Altoaragoneses del Año con Alzheimer Huesca. Juan Ramón no lo sabía. El abrazo fue emocionante, inseparable, con una sonrisa de oreja a oreja de los dos, risas nerviosas y un aluvión de recuerdos. Enseguida brotó el nombre de infancia del científico: Mamel, ¡qué alegría! Fui testigo y hoy soy escribano. Juan Ramón, efusivo, se había llevado una de las alegrías de los últimos tiempos. Manolo, con esa serenidad suya, había de irrumpir en carcajadas. El fútbol, los estudios, los compañeros... En medio, champán (sic, del bueno, del del norte de la cordillera) y mucha exaltación de la amistad. En sentido estricto. Juan Ramón repetía permanentemente: "¡Un genio! ¡Un genio! Mamel era ya un genio. ¡Y cómo jugaba a fútbol! Era rapidísimo". La admiración de infancia había avanzado en el túnel del tiempo hasta hoy. La noche se convirtió en madrugada... Y ya no hubo gala sin Mamel. Y sin Mamel, con su encantadora Irene, en la mesa de los directivos del grupo Abba.
Así era Juan Ramón. Extraordinariamente generoso, sencillo, un anfitrión perfecto, una mente clarividente. En su Tramacastilla de Tena, con amistades desde pequeños con José María Abós, o el parentesco con Juan Ignacio Pérez, supo ir quemando etapas con la tenacidad del montañés, con ese catálogo de valores que no se puede imprimir porque la voluntad de estos moradores del medio rural más agreste es ser discretos. De los juegos ante la Peña Telera que siempre le inspiraría, pasó al Bachillerato. Y al curro. Al Eguzki Lore de Formigal, como botones. Apenas era poco más que un niño, pero dicen quienes le conocían entonces que en sus ojos vivarachos ya se vislumbraba la curiosidad interminable y la determinación para ser dinámico y emprendedor.
Había decidido Juan Ramón aprender en la universidad de la vida. Allí donde el destino le enviara. Fue a Londres, donde pronto se promocionaría y lo haría además con un buen dominio del inglés. De la capital inglesa, a Santander, a Madrid, a Barcelona. Cada peldaño era hacia arriba. Y, frisando el cambio del milenio, Acín dio el brinco definitivo: socio fundador de Abba Hoteles, el grupo que bajo su Dirección General escalaría hasta convertirse en una gran referencia nacional, con establecimientos en Londres, en Berlín, en Andorra y por toda España. Ahora incluso en Santiago de Chile. Los propietarios de la mayoría de las acciones confiaban ciegamente en él, era el gran relaciones públicas en Fitur, el gran anfitrión en cualquier ocasión. Una persona franca, llana, muy brillante, sin necesidad de alharacas ni presuntuosidades. Los más grandes son los más humildes. Los más sabios son los primeros que renuncian a la presunción.
No todas las trayectorias son alcistas y lineales. La crisis de 2008 en un grupo hostelero anclado en la procedencia de la construcción fue terrible. Hubo que deshacer el puzzle para recomponerlo. Ahí, Juan Ramón hubo de apostar por cortar la gangrena para que el cuerpo global acabara remontando. Y lo logró. Para él fue desagradable. Me lo contaba. Estaba preocupado, molesto con las administraciones que no comprendían al sector, convencido de que simplemente dejándoles hacer saldrían adelante. Y lo consiguió. No lo he dicho antes. El grupo también está en Huesca y este hotel era su ojito derecho. Como lo era Mikel Zaldúa Olabeaga, tenacidad y pertinacia vasca, con quienes hablaban de igual a igual, se abrazaban a igual a igual, discutían como hermanos. O Manuel Solanilla, hacia quien se expresaba con afabilidad y cariño. O María Jesús Bandrés, mano de seda organizativa. Huesca le permitía reunirse a comer con los amigos porque como Darío no cocina nadie, me decía. No había límites para cultivar la amistad. Ni para subir a Tramacastilla de Tena, visitas que tenían algo de rito, de liturgia. El reencuentro con sus raíces.
La última vez que puede hablar con él estaba optimisma. El cáncer le había atacado por la puerta errónea del páncreas y lo iba a vencer. Ya pensaba en el grupo. Ya despotricaba de la política. Ya presumía de su Real Madrid, que era otra religión para él. Hace un par de semanas le telefoneé. No me contestó. Hoy José María Abós me ha dicho lo mismo, y él se inquietó con más motivo. Se conocen desde que llevaban pantalones cortos en Tramacastilla de Tena. Le pregunté a Manuel, y me dijo que estaba pocho. Hoy, en esas paradojas de la vida y la muerte, Manuel y Mikel me han llamado cuando estaba en ese gozo de anuncio de nacimiento que es el jardín de El Alambique. Ha sido un mazazo. A Juan Ramón le quiero y me imagino cuál debe ser el vacío de su mujer, Montse, y de sus hijas, Montsina y María. Sé la consternación de los dos directores que ha tenido el Abba Huesca...
De retirada a casa, he sentido la pulsión de recobrar lo mejor de nuestras vivencias, de nuestras conversaciones, de nuestras emociones y nuestros sentimientos. Le he visto sonriendo. Y también tosiendo con aquel gesto nervioso en la crisis que luego remontaría el grupo. Y aquella comida en un restaurante zaragozano para intercambiar impresiones y sugerir soluciones con Ramón y con Mikel. Y la frase que más me repetía en aquellos momentos difíciles, que me han servido de inspiración en mi reciente calvario particular: "Todo va a ir bien". Juan Ramón, todo va a ir bien. Descansa en paz que aquí nos sigues acompañando a todos. Compartir vida contigo ha sido un regalo de un valor incalculable. Seguiremos hablando cuando encontremos la longitud de onda adecuada. Todo irá bien.