Llegó a Huesca hace seis años desde Mérida, una ciudad venezolana donde el sol y la fiesta forman parte inseparable de la identidad local. Carolina Méndez, cocinera principal del Hostal Jaime I y madre de dos hijos, observa las fiestas laurentinas con la mirada atenta de quien reconoce en ellas ecos familiares, aunque lejanos. Su traslado del trópico a la capital altoaragonesa no ha borrado el recuerdo de su tierra, ni la conexión profunda con las celebraciones que marcaron su vida en Venezuela.
En Mérida, las festividades más semejantes se sitúan en febrero, en plena época de carnaval, bajo el nombre de Feria Internacional del Sol, una fiesta que, aunque distinta en época y costumbres, comparte con las de San Lorenzo ese espíritu vibrante y multitudinario.
“Allá, en febrero, justo en carnaval, celebramos la Feria Internacional del Sol”, explica Carolina con una sonrisa. “Siempre la relaciono con San Lorenzo porque, aunque sea distinta en época y costumbres, tiene un espíritu parecido. Allá también hay un reinado, algo así como aquí las Majas. Se elige a la Reina del Sol, que es la figura central de las celebraciones, un homenaje a la belleza y al simbolismo local que, de alguna manera, une a ambas comunidades”.
En Mérida tampoco faltan las corridas de toros, un espectáculo que se prolonga durante cinco días y atrae a toreros tanto nacionales como internacionales. La ciudad se detiene por completo y se vuelca en las casetas y fiestas populares, conocidas allí como carruseles. “Es muy parecido. La ciudad se paraliza, todo gira en torno a las ferias. Se parece mucho a aquí, solo que allá no se visten de blanco y verde”, comenta Carolina.
Aunque su trabajo limita su participación en las procesiones matutinas y otros actos religiosos, Carolina percibe con intensidad la carga histórica y humana de San Lorenzo, un mártir que sufrió una crueldad inaudita durante la feroz persecución católica. “Mataban por matar”, recuerda, subrayando la injusticia y el horror de una época en la que no se permitía defensa ni clemencia. Defensora comprometida de los derechos humanos, confía en que esos tiempos han quedado atrás, aunque reconoce que el recuerdo de aquellos sacrificios perdura en la memoria colectiva. Desde su llegada en 2019, ha ido descubriendo con creciente fascinación la esencia de estas fiestas, una tradición que trasciende épocas y geografías, donde el dolor y la alegría se entrelazan con una intensidad conmovedora.
Carolina ha vivido de cerca la vibrante alegría que inunda Huesca durante las fiestas de San Lorenzo, especialmente en su entorno laboral, donde el bullicio se multiplica y su jefe se ve obligado a reforzar el equipo. Desde primeras horas de la mañana, la afluencia de comensales que llega para el almuerzo previo al cohete convierte la jornada en un torbellino incesante. Para ella, esta experiencia fue doblemente reveladora: no solo por la intensidad del trabajo, sino porque le permitió descubrir la riqueza de la cultura gastronómica local, convirtiéndose en partícipe activa de una tradición culinaria que hasta entonces desconocía.
Entre los sabores emblemáticos, el vino con melocotón se ha convertido en un símbolo ineludible de la fiesta, una bebida que Carolina empezó a preparar para atender la constante demanda de los clientes. Así descubrió un patrimonio líquido profundamente ligado a San Lorenzo, aprendiendo a apreciarlo como un elemento central de la celebración. La festividad se vive con una alegría palpable, reflejada también en el colorido vestuario blanco y verde, una tradición no escrita que Carolina adopta incluso durante su jornada laboral. Esa sencilla elección cromática se transforma en un gesto de pertenencia y aceptación dentro de la comunidad festiva.
Para Carolina, la unión familiar que se respira durante San Lorenzo es profundamente conmovedora. Observa cómo numerosas familias, incluidos muchos venezolanos emigrados como ella, se reúnen para compartir momentos que evocan las ferias de su país natal. “Aquí igual: ves a las familias comiendo, tomando vino con melocotón, almorzando, pasando el día juntos”, comenta, reconociendo en esa convivencia un lazo que preserva sus raíces, pese a la distancia.
También disfruta de las vaquillas, que, aunque diferentes de las de Venezuela, representan una tradición local que combina respeto hacia el animal y celebración colectiva. La ciudad se transforma, llena de música, charangas y peñas, un escenario que la hace sentir integrada y acogida. Para Carolina, participar en estas fiestas es también una afirmación: “Vale, ahora esta también es mi ciudad”, un sentimiento vital para quien ha dejado su tierra para construir una nueva vida.
Carolina destaca con aprecio la riqueza gastronómica que ha descubierto en Huesca: el ternasco, las migas, el vino… Ingredientes y sabores que han ampliado su horizonte culinario y personal, convirtiéndose en un proceso de aprendizaje y transformación. “He cambiado mucho en estos años”, confiesa, valorando ahora con mayor intensidad las fiestas como símbolos profundos de unión, alegría y tradición.
Además, subraya la impecable organización que distingue a las celebraciones laurentinas, un orden que brinda seguridad y tranquilidad, especialmente para quienes acuden con sus hijos. “Aquí tú sabes que hay un horario, que hay seguridad, que hay ambulancias, que todo está bien planificado”, señala. Este ambiente de respeto y convivencia, donde el bullicio se convierte en un canto colectivo y no en discordia, representa para ella un modelo de fiesta sana y familiar, un legado que espera transmitir a sus hijos como auténtico tesoro.
Por eso, cada año, cuando llega San Lorenzo, Carolina se prepara con mimo: organiza sus tareas, selecciona el melocotón, el vino y las tapas, consciente de que la ciudad se llenará de ese espíritu festivo que tanto la conmueve. Aunque no haya nacido en Huesca, siente que poco a poco esta tierra la ha adoptado como propia, fundiendo sus raíces con las de su nueva patria.
“Para mí, San Lorenzo es alegría, tradición, familia e integración”, concluye con sinceridad y gratitud. Poder vivir y compartir estas fiestas es para ella un privilegio y un regalo, una experiencia que no todos los emigrantes tienen la fortuna de disfrutar, y de la que se siente profundamente orgullosa y afortunada.