Nacer en Huesca un 13 de agosto, que la charanga acuda al hospital para celebrarlo con música y que tu padre te haga socio de una peña apenas una hora y cuarto después del acontecimiento, explica el inquebrantable espíritu laurentino de Lorenzo Dieste López.
De ahí surge su arraigo visceral por las Fiestas de San Lorenzo, por esos días de agosto que para él son mucho más que simples fechas en el calendario: constituyen una forma de vivir, de entender el reencuentro, la amistad y la pertenencia. “Con 28 años, ya tenía 30 carnets de socio de la Peña Zoiti, porque te lo sacas antes del cumpleaños”, comenta con una mezcla de humor y orgullo.
Ni residir en Barcelona ni una trayectoria profesional que lo ha llevado por medio mundo han impedido que acuda cada año a su cita con Huesca. “Me encantan las fiestas. Cada año intento acabarlas antes, pero al final me acabo quedando casi todos los días”.
Su historia personal podría narrarse siguiendo el pulso de estas celebraciones. De niño, su padre —referente indiscutible y presidente de la Peña durante muchos años— le marcó el itinerario festivo. “Me tocaba acompañarlo a los eventos, así que lo he visto todo”. Aquellos días no eran una elección, sino una auténtica escuela de tradición: charangas, desfiles, comidas populares, interminables reuniones y ese ambiente irrepetible que convierte la ciudad en un gran escenario colectivo.
En la adolescencia llegó la independencia natural. Lorenzo comenzó a vivir San Lorenzo a su propio ritmo, junto a sus amigos, recorriendo calles sin horarios. Después llegó la etapa de responsabilidad: durante años trabajó en el bar Berlín, el negocio familiar y epicentro social de la plaza Luis López, un rincón que sigue siendo su territorio natural cada vez que regresa. Allí, tras la barra, descubrió otra cara de las fiestas: la de servir a los demás, viendo transcurrir los actos como un río inagotable mientras él permanecía firme al pie del cañón.
“Ahora soy puro y duro visitante, pero me encanta”, confiesa. Hoy vive estos días con la libertad de quien retorna a casa, disfrutando de lo que más le gusta: conciertos, cenas y reencuentros que parecen detener el tiempo. Y si hay una fecha sagrada para él, es el 9 de agosto, cuando el cohete retumba sobre la ciudad como un pistoletazo de salida para la alegría compartida. “Salir, encontrarte con todo el mundo, esa capacidad que hay esos días de que todo el mundo es igual, te cruzas lo mismo con tu tío que con un amigo. Es muy divertido”.
El lazo con la plaza Luis López es casi sentimental: por el Berlín, por las cenas, por las orquestas y por tantos momentos vividos. Allí siente que recupera su lugar, rodeado de los suyos, bajo las luces de feria y el bullicio amable.
Cuando recuerda un momento especial, su memoria viaja a los años en que vivió en Costa Rica. Ni entonces faltó a la cita. “Estuve dos años viviendo en Costa Rica, pero las fiestas no las perdoné. Me cogí un avión de sorpresa, mis amigos no sabían que venía. Volví solo para las fiestas prácticamente. Volver así, desde tan lejos, con esa ilusión, fue muy especial. Si eres de Huesca, hay que estar en fiestas. Muy malo tiene que ser el motivo para no venir”.
Su nombre, Lorenzo, también forma parte de esa identidad oscense que lleva como bandera. Fuera de Huesca resulta exótico, incluso confuso. “En Huesca es más normal, pero fuera sí que es un nombre poco habitual. A mí me encanta llamarme así, la verdad. Es original. A veces me dicen que si soy italiano, pero no, es un nombre de aquí, muy de Huesca. Siempre lo digo, es casi el nombre más de Huesca que hay”.
Su trayectoria vital ha sido inquieta, como corresponde a alguien que nunca ha dejado de buscar su lugar. Estudió Publicidad en la Universidad de Valladolid, campus de Segovia. Terminó la carrera, aunque no le apasionaba, y entonces descubrió su verdadera vocación: el cine. Desde ahí comenzó a construir su futuro profesional. En el bar Berlín, entre cafés y bocadillos, conoció al que sería su primer jefe en la industria. “Le dije: te invito a un bocata, pero cuando puedas me llamas para una película. A los meses me llamó”. Así de sencillo, así de casual.
Su primera gran oportunidad llegó en Huesca, en el rodaje de Los hermanos Sisters, y desde entonces no ha dejado de trabajar. Tras varios años en Madrid y ahora afincado en Barcelona, forma parte de una productora audiovisual como jefe de producción, una figura imprescindible pero poco visible para el público. Su último proyecto ha sido una ambiciosa película de acción y zombis para Amazon, Apocalipsis Z, cuya segunda parte acaba de rodarse. “El de productor es un trabajo que la gente no entiende muy bien, pero básicamente consiste en que todos los departamentos tengan lo que necesitan para hacer la película. Es estar en todo: presupuestos, logística, coordinación… Cada día es distinto, nunca te aburres”.
A pesar de la distancia y los nuevos retos, confiesa que cuando se acerca el 8 de agosto siente ese “gusanillo” imposible de acallar. “Si vives fuera, como yo, todavía más. Es un reencuentro con mucha gente, mucha que está como tú, fuera, y se junta esos días”. Porque, en el fondo, San Lorenzo es un ritual de regreso, un abrazo que repara ausencias y renueva lazos.
Por eso rememora con especial amargura el año en que, por trabajo, se quedó a las puertas de su cita sagrada. Rodaba en Jaca, a escasos kilómetros, y no pudo acercarse. “Fue durísimo estar tan cerca y no poder ir”. Porque para Lorenzo Dieste, como para tantos oscenses, San Lorenzo no es una simple fiesta: es hogar, es familia, es volver a ser el niño que un día fue, guiado por su padre entre charangas y peñas. Y es también un recordatorio de que hay lugares, nombres y fechas de los que uno jamás se despide del todo.