Los hinchables se han repartido a lo largo de todas las fiestas de San Lorenzo por distintos parques de la ciudad donde la empresa Súper Saltarín ha edificado cada día auténticos conjuntos en los que los pequeños pueden disfrutar, de bote en bote, de diferentes atracciones con unos materiales que son sustantivamente más óptimos que los de anteriores generaciones donde eran un auténtico fuego que quemaba a los pequeños y preocupaba a los padres.
Han tenido tradicionalmente su miga los hinchables. Por un lado, sirven para solaz de los pequeños, que desahogan sus ímpetus a puro brinco y a golpe de deslizarse por los toboganes o cualquier otro artificio que sirva para dar una sensación de aventura. Ahí se montan sus películas con la imaginación feraz que les caracteriza, a la vista de sus orgullosos progenitores. La otra parte es la de éstos, cuyo estado de ánimo, bajo la solana y por la preocupación también del bienestar de los pequeños, va variando del entusiasmo inicial a la serenidad posterior hasta acabar con una cierta desesperación por la negativa pertinaz de los retoños a abandonar esos poblados que ellos estiman suyos.
Los hinchables de hoy han cambiado su configuración. Ya no son una única construcción, sino que se alza un poblado con el esfuerzo de los técnicos, en este caso de Súper Saltarín. Así, en el Parque de Los Olivos comprobamos cómo hay pequeños balompédicos que se meten al futbolín a darle patadas a un balón. Por otro, algunos se decantan por un gran tobogán por el que precipitarse sin riesgo. Los hay que se meten en el western del Fort Coyote, allí donde se decantan las cuitas entre indios y vaqueros. Otros se inclinan por los ratones de dibujos animados, y los hay que escogen a los Simpson, eternas personalidades dotadas de genialidad singular. Junto a algunos puestos de globos y algunas chucherías, el último tiene tótems ilustrados con los que chocan los pequeños.
Al final, el equilibrio impera y la gente menuda acaba accediendo, una vez convenientemente exhausta, al deseo de los padres de dejar el testigo a otros niños y otros papás. Es la ley de vida de los hinchables y de uno de los espectáculos imprescindibles de las fiestas.