La tradicional espera de la gaita en el Puente de Abajo palpitaba los corazones de los grausinos con más fuerza de la habitual. El tiempo lo arregla todo, incluso la impaciencia festiva y Graus ha vivido el alborozo de la llegada de la gaita y se ha encaminado hacia la casa en la que habitó San Vicente Ferrer. Allí, Javier Bosque ha interpretado la primera albada, que es mucho más que un canto, es oración en tono ribagorzano.
Había arrancado esta festividad del Santo Cristo de los Milagros con el trabucazo que ha retumbado desde el balcón del Ayuntamiento de Graus, que ha sido el pistoletazo de salida para la fiesta que durante cuatro días va a irrumpir por todos los rincones de la villa.
La calle se ha visto invadida de cabezudos, de caballez, de gigantes y de muchísima gente, más de la habitual, todos bailando al son de la charanga de Band Díez y disfrutando de la Rondalla de Francisco Parra, con su propia carroza.
Como es tradición, el vermú ha sido generoso, largo y en algunos casos prolongado hasta el hito de la tarde, porque había muchas ganas de fiestas en Graus.
Todo estaba ya dispuesto para el gran momento, ese que ensancha los corazones de los grausinos, el de la llegada de la gaita, el de la primera albada, el comienzo de cuatro días de intensas y hermosas tradiciones que constatan la arraigada cultura de Graus, con ese centro maravilloso que es la Plaza Mayor donde el dance alcanza niveles de sublimación porque es mucho más que movimiento, es mucho más que música, es identidad, es respeto a las costumbres, es mirada hacia el futuro.
La noche, que es mucha noche, ha quedado para la juventud, que va a darlo todo con la consciencia de que, en todo caso, por la mañana no hay que despistarse porque lo que resta es autenticidad. Una maravilla la de fiestas, de santo a santo, del Cristo milagroso a San Vicente Ferrero. Seguro que van a ser los mejores días de las vidas grausinas. Otros años ya habrá más.