Luis Iribarren

"Aragonesxs": Domingo Belled y Pilar Betés, 90 aniversario

Abogado
12 de Febrero de 2023
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Voy a intentar con esta pareja volver a la dulzura, al pasado que sea presente. No ese del que se me acusa que recreo, expuesto con mal genio y que no ha vivido nadie.

Escribí en 2017 una serie textos amables sobre una colección de bares que formaron parte de mi vida o que en cuanto entraba a ellos me paraban el tiempo y la vida. Como dice Pla, en que los que no era viajero sino simple pasajero e importaban sus personajes, no el lugar ni el monumento ni mucho menos su guía.

El Narvik de Sabi, la Estrella de Huesca, l’Arcada de Binéfar, el molino del Gato de Albarracín, me dejé el Café Hartzenbusch de Teruel en primera planta de casa medianera con arco de entrada y en el que salías con el quemadillo al balcón de lo que era un piso y en la pared de enfrente y haciendo un escorzo de cuello, podías disfrutar de la Torre del Salvador iluminada.

En Zaragoza elegí el conjunto de pubs y cafés de mi predilección del ensanche del Barrio del Carmen. En la lista pude haber nombrado además al Bonanza, Candolías, los de Predicadores o aún hoy La Pianola. Pero por San Pablo o la Madalena no viajo, forman parte de mis itinerarios personales de dependencia. Es cuando me acerco al Ragtime o al Hemisferio y los bares de tapas de Bruno Solano, como cuando vagabundeo por Torrero y el canal, en que me desplazo a otra ciudad, a otro lugar. Es un viaje sin retorno.

Sin embargo y nunca lo preveo, una cerveza fría bien tirada por Jesús Laboreo puede dar lugar a que se active la máquina de mis emociones: del pasado que se hace presente.

En forma de oír en mi cripta musical, recomiendo su audición en mitad de Planduviar o en los bosques de ribera del río Aragón de Berdún, a Esbjörn Svensson a mitad de tarde o esperar a que toque Domingo…

Yo he pasado a considerarlo parte de mi fe y oí el otro día sus interpretaciones a piano, siempre delicadas pero fuertes, de boleros, tangos, o piezas el maestro Rodrigo y trozos de bandas sonoras de Nino Rota como si interpretadas por un ángel resucitado se tratara.

Acaba de cumplir los 90 este pianista de dedos no muy largos y que se sienta al piano delicada pero no ortodoxamente. Poniendo la mirada y pasión en las notas como tocaba el citado Svensson, cuya muerte fue escarcha en día de julio y que directamente se descoyuntaba aporreando los bemoles como una motosierra sueca.

Cada viernes a las 9 en el Ragtime empieza la verdadera vida, la música en directo que transporta, esa relación de amor familiar electivo que tiene Domingo con Jesús y resto de músicos históricos jubilados de orquestas zaragozanas con las que comparte espuma de ámbar y swing. Haciendo solos de levitar de los grandes clásicos de la música culta popular española, como Rodrigo o Lecuona.

Ante ese brasero de calor, nadie es el personaje que finge en su vida familiar o laboral. Son cañas obreras de viernes, artesanas, en escenario de barrio fino.

En modo cabaret culto refinado, nos transporta Domingo a sus interpretaciones ejecutadas con clasicismo de cátedra de enseñanza de Ámsterdam, a la que emigró por motivos artísticos en los años 50 del pasado siglo. Sembrando familia y magisterio como si de un judío sefardí del siglo XVI se tratara e iba en su coche cada año en un viaje épico hasta los 86, justo antes de la pandemia. Es decir, esos que otros llaman españolidad y yo llamo cultura española con quilates, y tuvo más éxito que una sucursal del Instituto Cervantes este músico aragonés quevedesco.

Uno de estos días del pasado, debido a un pequeño percance de estabilidad porque su centro de gravidad es permanente, tuvo que ser ingresado y le cuidan en una residencia. Ya no le da para más de estar consigo mismo y sus acordes.

La primera y necesaria medida no contemplada en reglamento alguno tras su ingreso, a la batuta discreta Jesús, ha sido la de llevarle un piano, necesario compañero allá donde more y ya se ha echado presupuesto por si en el purgatorio no hay big bands. El maestro Belled, resonante apellido celtibérico, interpreta todo su repertorio y variaciones a los abuelos compañeros residentes, a los que su fuerza, gran educación y mirada penetrante, su ilusión por la vida, van a darles un “extended play” de cinco años. Están técnicamente en la gloria con este querubín.

Su merecido descanso no obsta para que cada viernes se plante delante de ese piano humilde y de teclas ahuecadas adaptadas como si fuera una pianola a sus dedos, que estoy convencido que tocará solo después de este personaje y solo nutrido por su aura. Si es que ha de creerse en los buenos espíritus y en los fantasmas amables, como yo he pasado gracias a él y a Jesús ya a creer.

Son personajes de “El Cielo bajo Berlín” de Wenders con motores híbridos de rasmia aragonesa, sin levantar la voz como hacía para mal Von Karajan.

Quiero no tener amargura, quiero no estar todavía más desencantado y perder la desenvoltura y el brillo de estos instantes que como polvo se me posan para solo ser un cascarrabias, como le paso a mis maestros Delibes y Pla.

En casa me queda otro ángel del año 1933, que cuando Domingo marchó con su talento a Holanda, bailaba  con no menor para vivir. Haciéndose la ropa y cambiándosela para variar con sus amigas, en los dos casinos de Jaca, y que aún tararea cuando se la pongo parte de la misma música cuando es popular pero nunca populachera que interpreta Domingo.

Una mujer que también es fuerte sin perder la compostura, sabiendo estar sola a la par que atender… Que nació porque mi abuela perdía todos los fetos y por recomendación del médico republicano de Berdún, sin ser mi lugar de la provincia de Zaragoza,  vino a parir a la recién estrenada Maternidad provincial del Paseo María Agustín y fue bautizada con rapidez, y con el nombre obvio y milagroso de Pilar, en la iglesia del Portillo de Zaragoza.

Sí, Domingo y mi madre no son pareja artística pero yo así les he unido como a Fred Astaire y Ginger Rogers, he sido su puente de milenio.

No hay incongruencia alguna: mi madre montañesa pero que fue parida a menos de 150 metros de esa pequeña y preciosa calle racionalista, llena de edificios levantados cuando nació, del Ragtime. En la que tengo pendiente vivir pero ya vivida no una parte menor de la mía.

Por todo ello y por haber levantado esos colegios de Zuera, Berdún, Torla, Fiscal y Ansó, con chapas tricolores pero separación de las escuelas de niños y niñas, viva mi República.

Y vivan las raciones de pescadillas rebozadas que se muerden la cola que aún suministran, como las que merendaba en Madrid el gacetillero Pla, en algunas casas populares de comidas de Lavapiés.

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