En las no menos de doscientas excavaciones que se han debido realizar en la ciudad de Huesca desde 1982, ni una sola vez se han dado noticias de haberse encontrado algún vestigio visigodo. Es literalmente increíble. En el Círculo Católico aparecieron restos romanos y de época musulmana, incluso prehistóricos y, paradójicamente, siendo lugar de continuado uso, no apareció ninguno de época visigoda. Es sospechoso cuando en estas prospecciones, entre otras incidencias, fueron eliminados los restos documentados gráficamente de las “carnicerías altas”, las medievales, las de los cristianos, cuyos restos fueron despreciados, simplemente, por ser construcciones viejas.
Cualquier arqueólogo, por elemental formación que pueda tener, y es lo generalizado, por cultura general tiene que saber que la ciudad de Huesca tenía actividad de civilización visigoda al menos desde el año 400; que entonces y en el Bajo Imperio los obispos eran los que preferentemente llevaban la administración de una ciudad y su entorno, además de la de la diócesis; que en Osca hubo ocupación ininterrumpida y que la ciudad, con defensas murarias bien cuidadas causó serios problemas en la conquista musulmana, porque estaba bien organizada, porque estaba viva, y porque estaba adecuadamente administrada. Ni aún así.
Recientemente, desde 2018, se han realizando prospecciones llamadas arqueológicas en la Canónica del Entono de la Catedral. Lo que el primer año podía aparecer una loable iniciativa derivó en un destripamiento de la zona de los claustros, no sin entusiasmo, pero con alto riesgo de destrucción irreparable. Solicitados los informes de la arqueóloga, ni el jefe del Servicio, Francisco Romeo Marugano, ni la directora general de Patrimonio, Gloria Pérez García, contestaron a la petición y cuando, después de ocho meses, lo hizo la consejera, juez de profesión, Tomasa Hernández Martín, a través del señor Magdaleno Peña, respondió diciendo que no podía acceder a la petición de los informes que, de hecho, son de trabajos públicos con recursos públicos subvencionados, por tratarse de secreto profesional y propiedad intelectual.
Aunque uno ya cuenta con suficiente experiencia, lo cogen tan descolocado que no sabe si desternillarse de risa o preocuparse por lo que puede suceder dado el peculiar humor de quienes nos conducen y tienen el encargo de cuidar del Patrimonio. De paso, y antes de que se me olvide, el mismo jefe de Servicio ya accedió en otra ocasión al solicitado informe arqueológico en este caso del emplazamiento del desaparecido colegio-convento de la Merced, en Huesca, pero entregó la documentación con las fotografías en color invertidas al blanco y negro y después de aplicarles filtros que desvanecían las imágenes, esto entre otras lindezas de este informe, supuestamente profesional. Hay que verlo para creerlo, pero se puede ver.
Hay buenos arqueólogos, pero la generalidad de ellos carece de preparación específica y ni siquiera han estudiado Historia de la Arquitectura y, por supuesto, no saben que existe la Historia de la Construcción. Es como si un pretendido médico se dedica a realizar cirugía sin saber cómo funciona el esqueleto y el cuerpo humano. Esto es lo que hacían los barberos en otros tiempos.
Es lo que últimamente ha sucedido en el Entorno de la Catedral, emplazamiento único especialmente rico y sensible, para que se use irresponsablemente como campo de experimentación y sin garantía profesional (esto, pasando por alto, la utilización de tan delicado lugar como campo de trabajo de enfoque conseguidor de jóvenes simpatizantes con la causa de la institución). En este Entorno hay indicios evidentes y vestigios de época visigoda. De ellos fue advertida la arqueóloga, que con toda naturalidad manifestó no haber pensado ello. A pesar de ello siguió sin querer enterarse. Como si fuera poco, así lo puso de manifiesto en la revista Argensola núm 131, y en la publicación núm 8 de la Catedral titulada Documenta Cathedralicia, publicación que para más osadía propugna por la recuperación del Entorno de la Catedral.
Esta técnico, reiteradamente, ha manifestado no saber ni siquiera leer lo que encuentra, lo que conlleva el riesgo de no valorar lo que elimina. Los informes pedidos y denegados de la Canónica, que tuvo que entregar en el Servicio de Arqueología, o no aportan nada nuevo, entonces no había ningún secreto que ocultar, o si añaden algo relevante, al pasar a ser de dominio público, no se pueden dejar a la arbitrariedad de aficionados. En todo caso, una cosa es apropiarse de diagnósticos y éxitos que son logros personales de investigadores y arqueólogos y, otra, ocultar informes que son y deben ser de dominio público. Es inaudito que el señor Magdaleno, en nombre de la consejera, no lo capte. Ni haciendo piruetas mentales es posible entender la respuesta que, a su vez, y con carácter subsidiario es la de la directora de Cultura y la del jefe del Servicio. Mas cuando “los materiales” hallados y depositados en el Museo acaban tan escondidos como estaban bajo tierra y los informes casi nunca se hacen públicos. Esta arqueóloga ya ha orientado la enajenación de alguna pieza hallada en un conjunto declarado BIC.
Es una barbaridad y falta de responsabilidad de todo agente, civil o eclesiástico, relacionado con este asunto, que se esté destrozando un sector tan sensible como el del Entorno de la Catedral, siendo más que sospechoso que se pretenda llevar con ocultamiento. Por elemental sentido común, inherente a una responsabilidad de este tipo, hay que descartar todo pretendido arqueólogo que no sabe ir más allá de perseguir restos romanos y lo que llaman andalusí. Está desacreditado cualquier diletante que no haya estudiado ni siquiera en los cursos comunes de la facultad la Historia de la Arquitectura y que no alcance a intuir que existe Historia de la Construcción. Aunque este personal después se exhiba en foros de conservación del Patrimonio, no puede decir lo que hay que conservar si no sabe qué hay que conservar. Y lo que es peor que tranfullen con la identificación de los hallazgos. La señora queda lejos de ser la más adecuada para excavar en el Entorno de la Catedral, aunque toda su vida haya removido tierras. Una cosa es la arqueología erudita, para lo que hace falta preparación específica, y otra destripar terrones. Mientras tanto el Entorno ha quedado lesionado no al margen de la responsabilidad del Obispado.