Luis Ángel Pérez de la Pinta

Aviones

Periodista y formador
11 de Noviembre de 2022
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Recorrido de aviones
Recorrido de aviones

Greta Thunberg me cae bien sólo lo justo; pero, visto lo consecuente que es, merece mi respeto: allá a donde va, viaja siempre en catamarán para tirarse un poco el rollo o, incluso, andando si hace falta, porque ella y los que le llevan la agenda se preocupan siempre de contaminar poco o nada. Incluso, la chica ha hecho recientemente un esfuerzo de pragmatismo y ha considerado públicamente que, a lo mejor, alargar la vida de las nucleares no es tan mala idea. Lo que no le gusta nada, y por eso a mí no me gusta ella, es el carbón y eso no se lo perdono porque el negro mineral es para mí cosa seria y a quien me venga con remilgos, le diré que, lo que tocaba era, en lugar de cerrar minas y térmicas, haber seguido desarrollando tecnologías de captura de CO2.

Con todo, y dejando a la moza sueca al margen, lo que me preocupa hoy son nuestros presidentes y todos los apóstoles de la revolución verde que se han juntado esta semana en Sharm el Sheikh para, entre otras cosas, ponerse estupendos con los países que construyen todavía centrales térmicas o tiran un poco más de esos honestos y fiables combustibles que son el carbón y el petróleo.

Lo grave del caso es que, para llegar allí, han echado todos mano de avión personal como ya hicieron el año pasado cuando se celebró la COP26, la conferencia sobre el clima que tuvo lugar en Glasgow. Así, el mismo enjambre de pequeños jets personales que contaminan hasta catorce veces más que un avión comercial y llenó los cielos escoceses ha volado hasta la península del Sinaí. Son, todos ellos aviones caros, ineficientes y, claro que sí, rápidos y cómodos, pero sumamente inadecuados para la imagen de unos individuos que, durante estos días, se dedican a pontificar sobre lo que se supone tenemos que hacer para frenar el calentamiento global. Casi parece que hayan hecho suyo aquello de “en casa del herrero, cuchillo de palo” que decían nuestros abuelos.

Todo ocurre, además, en medio de una coyuntura espantosa para la aviación comercial, que se enfrenta a regulaciones cada vez más estrictas a las que sólo puede responder de una manera: con despidos de personal e incrementos de precios que, de nuevo y como en los ochenta, colocarán fuera del alcance del ciudadano común los viajes en avión no ya intercontinentales (esos ya lo están), si no también domésticos.

La red de aeropuertos regionales, sostenida por las compañías de bajo coste, se revela ahora como lo que, seguramente, siempre fue: una infraestructura pensada, más que para el ciudadano común (que la ha pagado con sus impuestos) para unos privilegiados que van a poder ir a conferencias y saraos varios supuestamente de interés general gracias a esos aeródromos y a sus aviones privados pero que, también, van a poder emplearlos para sus viajes de placer mientras nosotros, muy probablemente, vamos a tener que conformarnos con pasar las vacaciones en el pueblo, porque ir de fin de semana a Londres o Roma saldrá carísimo y lo de tener un apartamento en la playa se va a poner también cuesta arriba, porque lo de andar construyendo en la costa y en la montaña se va a dejar de poder hacer por culpa, precisamente, del cambio climático, dicen. Mientras, a ese portugués apellidado Guterres que preside las Naciones Unidas y parece ser fan de AC/DC desde que repite que estamos todos en ruta por una carretera al infierno, seguro que le han servido un zumito de naranja mientras miraba las pirámides desde la ventana de un avión, seguramente, privado.

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