Luis Manuel Aranda

La calle Zaragoza... calle de la basura

Médico Otorrino de Huesca
05 de Marzo de 2024
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Y de la vergüenza ciudadana. Es como me la ha definido un amigo radiólogo venido desde Madrid, tras bajarse del AVE y encontrar su acera de salida no solamente negra, barnizada con los incívicos mil chicles pegados, sino porque además, al subir andando hacia el centro por ella, la calle Zaragoza, ha seguido con la peculiar lectura radiográfica que nos ocupa. Y es que él, desde pequeño, ha sido siempre “un hombre que mira”, que diría Salvador de Madariaga. Vamos,de esas personas que saben ver mejor que nadie lo que los demás pudiéramos no ver. Tal vez,por eso ha sido un gran radiólogo por Madrid.

Mi amigo Ricardo vino a verme porque estaba harto de que le dijese aquello tan socorrido de que teníamos una ciudad que era “un parque rodeado de edificios” y que incluso hasta que los efectos de la nefasta Logse comenzaran a sentirse en la sociedad y la convivencia, la única contaminación que padecíamos era la acústica. La provocada en el Parque M. Servet por los chillidos amorosos de aquellos divinos pavos reales en celo, por los años setenta/ochenta.

Y,como les comento, vino a verme hace un tiempo, cuando aún el Ayuntamiento no tenía otros muchos más sueños que seguir siendo una ciudad pequeña,de incluso alcalde aún más pequeño, y sin más ambición que hacer alguna rotonda que otra y poner a caer de un burro a aquellos ciudadanos que, como un servidor mismo, pudiéramos discrepar de, por ende, la baja estatura de su política.

Pues bien, no acabábamos de salir de la estación del AVE, cuando él apenas tardó unos segundos en poner en marcha su deformación profesional y, en mirando el suelo, como les decía al comenzar... seguía exclamando... ¿pero es que nadie ve lo sucia que está esta salida, llena de mil chicles pegados en el suelo? Mientras, preferí, avergonzado, callar y hacer la vista gorda... y, seguíamos avanzando hacia el centro, por la calle Zaragoza, y sus quinientos metros hasta los Porches de Galicia, el urbano corazón, y yo, ufano guía, hacía historia intentando distraer su mirada, hablándole del café Mongotti, alias La Suiza, inaugurado a finales del siglo XIX, y que acabó dando paso al restaurante Sauras y al Real Aeroclub, como el gran centro social y de baile hasta no hace demasiados años.

Y le hablaba también, cómo no, con que tenía una librería papelería entrañable, de rancio sabor local y crujientes suelos de madera, luego vilmente sustituida por la desustanciada y fagocitaria banca. Y, le hablaba y hablaba sobre la historia de esa vital calle, auténtica puerta de entrada a la ciudad... La idea era llegar, como decía, a la plaza de López Allué, su famoso escritor, periodista y versificador, para entrar después en La Confianza, la Capilla Sixtina del humanizado gusto por el comercio de siempre o las cosas bien hechas, y poder acabar con el sublime postre de San Pedro el Viejo.

Pero fue en la paradita de la plaza de Navarra, tras comentarle como fue bautizada así en homenaje a los heroicos requetés navarros que tan eficazmente colaboraron en la ruptura de su terrible y prolongado sitio guerracivilista, cuando él, mi amigo, se sumió en una profunda reflexión y, pidiéndome que me sentara en uno de los bancos de su plaza, comenzó: Luis, me dijo, cuando una ciudad necesita o pretende, turísticamente hablando, hacerse querer, procura presentar su cara más amable, las flores y olores más adecuados, procurando siempre que su “huella ecológica”, su impacto ambiental, como tanto gusta ahora decir a la nueva cursilería política, sea lo más pequeño y lesivo posible. De manera que cualquier capital de provincias que se precie de culta y sensible, siempre procura dar una imagen que hable por sí sola de las bondades de sus gentes. Nunca enseña sus interioridades ni sus trapos sucios. ¿Acaso no os prohíben ellos la ropa tendida en las fachadas como algo aceptado y acorde con el refinamiento más elemental? Para seguir, ¿es que vuestros ediles desconocen que en el centro de las grandes ciudades con más sensibilidad y ambición, ya hay inventados otros métodos para la necesaria recogida de basuras en sitios clave?

Pues bien, mirando y mirando, me decía, he venido contando hasta dieciocho contenedores de basura en tan corta, transitada y turística calle, ¡mandaesacosa! Mientras yo me sonrojaba por dentro,y culpaba de no haber conseguido mi propósito de despistarlo, de enmascararle tan lamentable percepción de incivismo y desidia municipal.

Y por si todo el despropósito municipal anterior no fuera suficiente en cuánto a contaminación visual y olorosa se refiere, en llegando a la esquina de su antedicha y famosa plaza, tuvimos que trotar para poder eludir al sempiterno saxofonista rumano de marras, que ya parecía, por aquel entonces, más bien un funcionario con mando en plaza, y habilitado especialmente para castigarnos los oídos con sus desafinadas y eternas “Guantanamera y La Cucaracha”. Para mayor honra y gloria del indeseado binomio cutre/ calle.

Perdona, Ricardo, acabé diciéndole, mientras le recordaba que la estética de algo es lo que se ve y percibe mediante sensaciones y que como estas llegan a embotarse con la costumbre y el uso, por eso, tal vez, convivir en esta Huesqueta con toda su basura antedicha,desde la noche de los tiempos, nos ha impedido hablar mal de ella, porque acomodarse y mirar para otro lado pertenece a la más elemental supervivencia humana.

Al fin y a la postre, los sufridos turistas que nos visitan, aquellos que vienen con la aprendida lección de sus personajes y su historia, pueden hasta permitirse pasar de la mala presentación que hacen de ella sus negligentes políticos, porque viniendo pensando en otras cosas más históricas y, sin ser radiólogos, no suelen mirar como mis críticos amigos.

 Julio Brioso, q.e.p.d, en su libro “Las calles de Huesca” nos relata como en su Diario del mismo nombre , allá por el 28/VI/1877, se denunciaba un caso lacerante para la pituitaria de los ciudadanos: “en la acera izquierda de la c/ Zaragoza, inmediato al taller de fundición del Sr. Cristófol, existe un gran trozo de terreno de huerta sin cercar que, además de resentir el ornato de aquella concurrida parte de la población, sirve a muchos para desahogos, comodidades y actos que repugnan a la moral y crean un foco de infección perjudicial a la salud”.

Jesús, Jesús, pero que requetebién se escribía entonces… ¡¡¡”además de resentir el ornato”!!! Pienso en todo ello, mientras acabo escribiendo con las inevitables arcadas por nuestra querida y emblemática patogénica calle que conduce, vía AVE, desde el resto del mundo hacía nuestro más querido corazón urbano.

POSDATA... Todo lo anterior corresponde a un articulo publicado en El Diario del Altoaragón, durante la época del Sr. Elboj, q.e.p.d…  aquella lamentable época en que sólo se pensaba en construir Palacios de lo que fuera y hasta en dejarnos arruinados, por lo que las pequeñas cosas, esas que hacen diferentes y ejemplares a las ciudades, apenas se mejoraban.

¿Alguien puede imaginarse, por ejemplo, a la emblemática calle Alfonso zaragozana o la Mayor jacetana llenas de contenedores de basura?

Pues en Huesqueta, nuestra pequeña y querida ciudad, en la puerta de mi Centro médico y en el mismísimo frente del Colegio de Médicos, hay basureros para... ¡sus juicios de valor!

Señora Alcaldesa: una súplica final para usted, una mujer con la altura suficiente para ver todo lo anterior... Adecente la calle, como la señora Alós, aquella otra gran alcaldesa, supo adecentarnos y humanizarnos el Coso, poco cuesta. Sólo pregunte a sus compañeros de partido en ambas ciudades antedichas cómo se armonizan ambos intereses... El turismo y la dignidad medioambiental.

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