26 de Julio de 2022
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Calor, lo que se dice calor, es una asignatura que estamos aprendiendo a la fuerza en estos días de julio. El personal se esfuerza en la forma de combatir los calores que parecen el protagonismo de lo que sucede a diario. Como si se tratara de un examen, el aprobado es la adaptación, la resistencia. El botijo, quedó para los museos y los anticuarios rurales, y la sombra, como protagonismo permanente, han sido la respuesta antigua, sin olvidar el abanico, que es una pieza de la mayor importancia especialmente para las señoras.

El aire acondicionado y la refrigeración se van imponiendo, pero todavía queda mucha travesía de calores en muchos centros de trabajo, hogares y oficinas, y en mucha actividad que se hace al aire libre.

Pero ahora somos más finos, más débiles y más quejosos y el calor aprieta de lo lindo como si fuera una novedad venida de una lejana galaxia. O, viene el calor, enviado por el cambio climático que tanto da que hablar y tanto entretiene, sobre todo a sus fieles invocadores, como si se tratase de un dogma de creencia obligatoria.  Parece que se invoca siempre contra alguien, contra algo.

En verano, la sombra busca el perro. Estos animales saben mucho de sombras, yo lo aprendí con el mío que iba directo donde las había, incluso me hacía cruzar la calle en su busca. Un buen día lo llevé al veterinario porque quemaba, parecía que tenía fiebre. Recuerdo la risa de la veterinaria, muerta de risa, porque los canes tienen dos grados más de temperatura que los humanos. Siempre se aprende. Me gusta ahora observar cómo los peatones andan por la calle buscando la sombra en los recovecos de sombra. Resulta ser el calor, el comentario del día, el objeto del capazo callejero, la primera conversación.

Creo que hay que pensar en las ciudades y sus calles, y en las viviendas, en cómo se pueden paliar los efectos del calor. Las casas de Monegros tenían muros maestros, que estaban frescas en verano y calurosas en invierno. Lo que hace pensar que hay muchas cosas que aparecen como gran novedad y resulta que suelen estar ya inventadas. En Andalucía hay calles con entoldados, desde hace tiempo, y hay muchas terrazas con sistemas de microaspersión.

El agua aparece como salvadora, como remedio, y eso merece una seria valoración en los ámbitos públicos y sociales. Suerte de piscinas, de ríos y de playas y de fuentes. En Francia es normal, y parece obligado, regalar un vaso de agua del grifo en los establecimientos hosteleros.

Mucho habrá que valorar, como una gran suerte recibida, el patrimonio hidráulico recibido a través de varias generaciones y pioneros, y la inercia histórica en seguir haciendo regadíos y regulaciones. Primero, por la escasez del recurso agua, y luego por las posibilidades de desarrollo indudable que genera su disposición en todos los órdenes, no solo los agrícolas que ya en sí son importantes. Y también, por las múltiples aplicaciones en los usos compatibles que conllevan estas obras hidráulicas.

Otra cosa, puede ser el acierto puntual en alguna de las realizaciones concretas que se plantean. Pero yo insisto, siguiendo con el espíritu de Joaquín Costa, en la necesidad de no abandonar la histórica inercia de las obras hidráulicas a las que tanto debe la realidad socioeconómica del Alto Aragón. Pavor da, rebobinar hacia atrás, e imaginar la provincia sin su realidad hidráulica recogiendo la escorrentía pirenaica, para regadíos, para energía hidráulica, para abastecimientos de población, para ganadería y para industria. Pero todo esto merece largas reflexiones y debates.

Lo que importa es que estos calores dichosos no vengan para quedarse y no nos abrasen el cerebro. Que del agua hemos hecho todo, como dicen diversos textos sagrados

 

 

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