Querido Antonio: Por diferentes razones, hasta hoy no he podido leer tu artículo “La villanía está a punto de consumarse”. Y tengo que decir que no te reconozco, por el tono y el fuego que proyectas. Y, como estamos en verano, considero que es peligroso y hace falta refrescar el ambiente.
Nos educamos en el mismo seminario, en el que convivimos unos años; compartimos ideas en asambleas diocesanas, además de otros encuentros, y conozco tu trayectoria, por lo que es normal que sienta cariño por ti y por tu obra. Y como eres una persona preparada y desenvuelta en rigor científico, pienso, con todo el respeto a ti, que este rigor no lo has aplicado en este artículo, independientemente de que haya aspectos en la ley de Memoria Democrática que puedan ser mejorados, al igual que en otra ley cualquiera.
Por nuestras convicciones cristianas, como testigos que somos de Jesús de Nazaret, consideramos y defendemos el valor de la persona y su dignidad. Y tengo que decir que hay un hecho incuestionable: que miles de personas fusiladas, probablemente inocentes, pues no tuvieron siquiera un juicio, siguen enterradas en las cunetas, y merecen al menos una reparación digna como personas que eran. Y cualquier monumento a su memoria no es una tropelía.
Y siguiendo con rigor científico, ¿qué es lo que propició la muerte de tantos ciudadanos, muchos de ellos niños inocentes, durante la guerra? Las causas no podemos achacarlas únicamente a la actividad sociopolítica de ese periodo de 1931 a 1939. La ya secular situación laboral de los obreros y jornaleros, incluso pequeños agricultores, que no podían alimentar a su familia, y que muchos de sus hijos morían por falta de alimentación y sanidad adecuadas, hizo posible la llegada de la II República, a la que saludaron como salvadora, pues en el horizonte pensaban en alimentos, trabajo, sanidad, educación, … Es decir, futuro. Pero no es menos cierto que la clase dirigente, la que realmente ostentaba el poder, compuesta por la aristocracia, los terratenientes, los militares y la Iglesia no pensaban permitir su desarrollo.
Los militares habían sufrido desde finales del siglo XIX múltiples fracasos, con pérdidas de colonias y derrotas militares, especialmente en África. Siempre al servicio de la nobleza, los terratenientes y la Iglesia, y deseosos de reivindicar su puesto en la sociedad, no escatimaron esfuerzos en suplantar la voluntad del pueblo mediante un golpe de Estado. Y esto sembrando el terror promovido por el verbo del general Mola y adláteres. No es que unos bondadosos militares (acompañados de la ONG falangista) quisieran salvaguardar los derechos y libertades de todos los ciudadanos, no. Ni Mola, ni Franco, ni Millán Astray, ni la mayor parte de los mandos militares y sus acompañantes falangistas defendieron a la República que el pueblo votó.
Y es cierto que Francia y Reino Unido reconocieron al Estado franquista, como también pactaron con Hitler, ellos y otras naciones, por cuestiones y políticas meramente tacticistas y de conveniencia, pues Franco hizo negocios tanto con Hitler como con el bando aliado, tal era el alma del personaje. Y recuerdo que mi padre me contó que, siendo soldado en África hace un siglo, saltó por los aires el polvorín donde guardaban las armas. La convicción de los soldados era que los mandos vendían las armas al enemigo, y para evitar una posible inspección, muy patriotas ellos, volaron el polvorín.
Creo que has olvidado que el máximo responsable de la Iglesia es el Papa, y asimismo del Estado Vaticano, pequeño, pero Estado. Sin embargo, tiene gran poder en todo el mundo. Y las Iglesias nacionales y sus dirigentes, los obispos, están sometidas a él. Si quieres, le deben obediencia. Si Pío XII cometió el error de bendecir el armamento alemán, ¿piensas que los obispos españoles no “comulgaban” con Gomá, Pla i Deniel y Segura en apoyar el golpe de Estado? ¿Cuál hubiera sido el final de un obispo o sacerdote que se hubiera atrevido a enfrentarse? Sacerdotes que no compartían sus planteamientos terminaron muertos, encarcelados o expulsados a otros lugares. La jerarquía eclesiástica de principios del s. XX era peor todavía de la que sufrimos en nuestra niñez, no tanto en el seminario, aunque hubo casos a olvidar. La República cayó del cielo en 1931, pero la jerarquía eclesiástica se encargó de enviarla a los infiernos.
Sí que es doloroso leer, a tenor del rigor científico y de esas convicciones cristianas, determinados calificativos a determinadas personas o grupos, a los que no se les había dedicado recursos de educación, y que se vieron traicionados por aquellos en quienes confiaban la defensa de sus derechos y del país, porque estoy seguro que Jesús se hubiera situado a su lado, aunque, como a Pedro, les hubiera aconsejado envainar la espada. Y Orwell no fue el “miliciano de la taza”, sino un joven solidario con una causa noble: defender un Estado en el que prevaleciera la justicia, la igualdad, la libertad y la solidaridad. Fue también un escritor que ha aportado mucho a la literatura y a levantar el ánimo de quienes están en horas bajas. Y, además, puso a Huesca en el tablero internacional.
La aportación de los alcaldes, jueces, fiscales y otras instituciones, afectos todos ellos al franquismo, supuso más bien una traba que un servicio al pueblo. Y como he sido alcalde, conozco la pobreza y racanería del Estado franquista con los ayuntamientos. Y es conocida la trayectoria de los alcaldes que mencionas.
Hablas del sonsonete de “transición modélica”. ¿Has olvidado la represión policial, los intentos de golpe de Estado, la violencia de ETA y los obreros, estudiantes y profesores encarcelados o muertos? Con esa “transición” se han tapado muchos trapos sucios de gobernantes que se han enriquecido a costa del pueblo, y su mayor exponente está huido.
En fin, he tratado de aportar argumentos históricos y sentido común, además de convicciones cristianas. Pero también tengo que decirte que soy hijo de un alcalde del Frente Popular, que sufrió cárcel durante 5 años en uno de los penales más duros, como fue Burgos, sin que hubiera cometido delito alguno, tal como aparece en el expediente del centro penitenciario. Y dejaba a una esposa con 5 hijos, de 1 a 9 años, y un abuelo, aunque ninguna hija tuvo que portar en su cesta la cabeza de su padre en época tan nefasta.
Abrazos.